sábado, 27 de enero de 2018

EN IRLANDA, CON MICHAEL COLLINS (SEGUNDA PARTE): EL DESCENSO A LOS INFIERNOS


En Irlanda, con Mick Collins (Segunda parte: El descenso a los infiernos)[1]


Por Federico Bello Landrove


     En esta segunda parte de la historia, se siguen fielmente los acontecimientos, desde las negociaciones del Tratado anglo-irlandés de 1921, hasta la muerte de Michael Collins (22 de agosto de 1922).





1.      Un yanqui en Whitehall[2]


     El señor Doogan me había tomado gran afecto. Los 50.000 dólares que había confiado a mi discreción, ya lejos de las garras del Hombre Alto, habían ido a parar a las muy respetables manos de la Cruz Roja, que los habría hecho llegar a las víctimas de la guerra, con total seguridad. De Valera había desaparecido de la escena americana, no sin dejar una Asociación que administrara sus intereses en los Estados Unidos. Mi jefe lo había comentado con acidez:

-          Primero se tira dos años haraganeando por aquí y luego le entran las prisas y regresa de tapadillo.

-          Hombre, Jefe, tiene que esconderse de los ingleses y no es extraño que quisiera pasar las Navidades con su familia.

-          Ya, ya; para todo hay disculpa. Verás como ahora la lía en Irlanda y le quita los galones a Collins.

     He de reconocer que, para no saber mucho de política, Doogan era muy perspicaz. Yo no habría definido con más acierto ni menos palabras el cisco que se preparó entre los gallos Dev y Mick. Pero a mí, por entonces, se me daba un ardite: Irlanda era un recuerdo lejano, del que yo me distanciaba aún más, al haber tenido mi estancia allí poco de agradable. Simplemente, envié a Lucy Wood una tarjeta postal de felicitación navideña, con una vista de la biblioteca de Harvard. Ella me contestó con una carta, de la que pude deducir lo fea que estaba la situación por Dublín y lo mucho que había agradecido mi regalo del libro de Yeats. Y así siguieron las cosas, hasta que en pleno verano del año siguiente nos llegaron noticias de la tregua entre británicos e irlandeses, así como de la inmediata apertura de negociaciones para alcanzar un Tratado definitivo de paz y el Home Rule. La indignación de Doogan fue de campeonato. Me la hizo llegar directamente, por teléfono:

-          ¿Leíste el Globe de ayer?

-          No suelo hacerlo, Jefe. El médico me tiene prohibido leer a la competencia.

-          Déjate de guasas. Ha dedicado tres páginas al alto el fuego en Irlanda, con fotos, entrevistas, opinión de expertos de aquí y un editorial. ¡Y nosotros, ni enterarnos!

-          Estoy muy desconectado del tema pues ya recordará que hace más de un año que regresé de Dublín. No obstante, si lo desea, podría echar una mano y completar lo que mande en el futuro el corresponsal en Londres.

-          Te lo agradezco y ponte a ello con prioridad absoluta. En cuanto al corresponsal, olvídate. Acabo de ponerlo en la calle. ¡Menudo mastuerzo!

     Estuve a punto de replicarle que tal vez las cosas nos habrían salido mejor de tener una oficina en Dublín, pero me abstuve de dar ideas, en mi propio interés. Capeé el temporal lo mejor que pude, aprovechando mis artículos de 1920 y la experiencia atesorada durante mi estancia en Irlanda. Doogan respiró y, más aún, cuando le informé sobre mis intentos de conseguir una fuente fiable in situ. Lamentablemente, la cosa no cuajó en principio, como inferirán ustedes de este fragmento de carta, remitida por Emmet Dalton en respuesta a la mía:

     Dublín, 20 de julio de 1921.
     Estimado mister Rosson:
     Agradezco sus buenos augurios acerca de la reciente tregua y los deseos de que sirva a la definitiva pacificación y, en su día, a la libertad de Irlanda. He de decirle que nuestro pueblo la ha recibido con el lógico júbilo, el cual no es compartido por los jefes del Sinn Fein y del IRA, muy escépticos por razones que usted fácilmente podrá comprender…
     En cuanto a su petición de seguir las negociaciones de Londres a través de la información que pudiéramos facilitarle Mick o yo mismo, lamento indicarle que ello va a ser imposible pues el señor De Valera, que encabeza nuestra delegación, no ha incluido en ella a Collins. De hecho, hasta el día de hoy, se ha limitado a comunicar con él mediante una carta, que es un modelo de ambigüedad y sentimentalismo…
     Collins me encarga le haga llegar su gratitud por el interés y buen sentido que su diario muestra hacia la cuestión y la causa de Irlanda, de lo que usted es, sin duda, el mayor responsable.
     Por mi parte, si la actual situación cambiase a mejor, no tendré inconveniente en compartir con usted la información que me llegue, dentro del lógico deber de confidencialidad, y siempre con el conocimiento y aprobación de Mick…


***
     A finales de agosto, se produjo se produjo el bombazo. Después de mes y medio negociando de modo poco formal, De Valera y sus adláteres regresaron a Dublín y, con vistas a la nueva ronda de conversaciones -esta vez, plenamente oficiales-, Dev declinó presidir de nuevo la delegación irlandesa y forzó a Collins a formar parte de esta, con Griffith[3] como presidente. A mayores, los cinco delegados eran designados “plenipotenciarios”, con lo que ello suponía de capacidad para obligar al Dáil[4]. Yo estaba hecho un lío, pues no imaginaba que el maquiavelismo de Valera llegase a esos extremos de absurdo. En uno de mis artículos de aquellos días en el Sentinel lo reflejaba así:

     Como saben nuestros lectores, los británicos han llegado hasta el borde de cuanto pueden conceder como Home Rule a Irlanda: algo así como lo que tienen canadienses o australianos, con las correcciones propias de no ser lo mismo estar separados por los océanos, que por el Canal de San Jorge. Por su parte, el señor De Valera ha tenido que transigir con la Monarquía y, sobre todo, con la probable división de Irlanda, al excluir la incorporación del Ulster de mayoría protestante. Si casi todo parece ya bien atado, no le veo sentido a que quien se paseó durante año y medio por América como Presidente de la República de Irlanda y personificación de su nación, se quede ahora en Dublín y mande en su lugar a unos plenipotenciarios, encabezados por un maduro teórico moderado, el señor Griffith, y por un joven guerrero extremista, mister Collins, ninguno de los cuales tiene afinidad personal con él. Tenemos el derecho de interpretar su ausencia de Londres como una muestra de cobardía política, sin que por ello se nos tache de mal pensados.

     Debí haber sido más prudente. Llamar cobarde a de Valera y recibir un montón de cartas con la reprimenda de los lectores, fue todo uno. Al director del Sentinel le faltó tiempo para ir con el cuento a Doogan y este me llamó a capítulo, en su palacete de la Avenida Charles.

-          Pero vamos a ver, Harvey -me dijo con tono condescendiente-, ¿qué motivos fundados tienes para insultar a ese santurrón, al que venera la mayoría de nuestros lectores?

-          Es de puro sentido común, Jefe. Si ese tipo, que es modelo de quien quiere mangonear y dirigirlo todo, endosa la negociación más importante de su vida a personas desafectas, y como plenipotenciarias para más inri, es que quiere escurrir el bulto y cargar con el sambenito a sus rivales políticos. Ya ha probado en estas semanas todo lo que están dispuestos a concederle los británicos y por eso manda ahora a Collins, como chivo expiatorio, para dar a entender que el fracaso ha sido suyo y ponerlo a los pies de los caballos.

-          Todo eso está muy bien y, por lo que sé del tal De Valera, estoy dispuesto a suscribirlo; pero se nos han dado de baja cerca de cuatrocientos suscriptores y vas a tener que disculparte y volver en exclusiva a la Agencia de noticias por una temporada. Y eso que…

      Doogan sonrió de forma taimada y esperó unos segundos para proseguir, imaginando cuál podría ser mi reacción.

-          … Estoy pensando que nos hemos quedado sin corresponsal en Londres, lo que es inadmisible, y más en este momento. No te voy a hacer la faena de desterrarte de América por una temporada larga, pero sí te voy a comisionar como enviado especial a las negociaciones del famoso Tratado. Irás con dietas dobles y se te respetará el puesto de Subdirector en O’Clock, que volverás a ocupar tan pronto se firme el acuerdo o se rompan definitivamente las conversaciones. ¿Qué me dices?

-          Le digo que acepto, aunque a regañadientes, porque estoy convencido de que soy el mejor -¡qué digo el mejor!-, el único en Doogan Press capaz de desempeñar dignamente el encargo; pero no pienso moverme de Londres. Como me hable de pasar a Irlanda, aún con tregua y todo, me despido en el acto.

     El Jefe se echó a reír. Luego, me bajó los humos:

-          No creo que necesites volver a Irlanda: Ya te has vuelto fanfarrón y boceras de sobra. Anda, anda, prepara todo lo necesario y en dos semanas todo lo más, te quiero a orillas del Támesis.

***

     No hizo falta andar con prisas: La compleja conformación de la delegación irlandesa y los formalismos y condiciones de última hora retrasaron mes y medio el inicio de las negociaciones. Entre tanto, además de buscar un buen alojamiento para mi estancia en Londres, había comunicado con Dalton, para recordarle su compromiso de ayudarme, ahora que Collins se había convertido en la figura clave entre los plenipotenciarios, por obra y gracia de su antagonista De Valera. La respuesta me llegó, precisa y puntual:

     … En efecto, como suponía, Collins cuenta conmigo para que lo acompañe a Londres, aunque no como miembro de la delegación para discutir el Tratado, sino como enlace con los británicos para asuntos militares y, en el fondo, para su propia ayuda y protección. Dentro de las limitadas posibilidades que me da este puesto, cuente con mi cooperación para sus reportajes, en una labor de mediación que podría ser innecesaria, si usted no se mostrase tan reticente a entrevistarse directamente con Mick…
     Como me consta su interés por ser objetivo, para lo que es preciso conocer las dos caras de la realidad, y no constándome que tenga contacto fluido con los estirados miembros de la Delegación inglesa, le aconsejo que intente aproximarse al primo irlandés de mister Churchill, conocido por Shane Leslie, de quien tenemos noticia de que va a formar parte de su equipo. Es un sujeto bien informado y muy interesante a nivel personal. Baste decir que, siendo un importante terrateniente noble, es católico y firme defensor de la autonomía de nuestro país…
     Los recuerdos que me ruega transmita a mi prima Lucy bien podría hacérselos llegar personalmente, pues Dublín está completamente en paz y el tiempo es todavía templado y poco lluvioso. Thomas Gay está dispuesto a recibirlo en su casa de Clontarf, de donde usted hubo de salir bastante aprisa el año pasado…

     En vista de la amable misiva de Dalton, hice algunas gestiones, hasta dar con el alojamiento londinense del muy interesante Leslie[5]. Paraba en el afamado hotel Metropole, en pleno Whitehall, tal vez demasiado caro para el enviado especial de un periódico de no mucha tirada. Cayó en mis manos una propaganda del establecimiento, en la que la propiedad se acordaba de nosotros, los pobres palurdos coloniales y americanos que no conocíamos Londres. Se la pasé por las narices a Doogan:

-          Un poco caro, jefe, pero mi principal informador, todo un baronet[6], se hospeda en él. Además, ya ve: especial para coloniales y americanos que no conozcan bien Londres. Y la verdad es que yo apenas he estado allí un par de veces.

-          Bueno, bueno, gruñó. Pero, una vez contactes con tu señorón, haz el favor de cambiarte a un hotel de menos tono. Cuenta con que las conversaciones pueden alargarse durante meses.

-          Dios no lo quiera. No sabe lo aburrido que puede resultar el regateo diplomático. Con lo de París, ya tuve bastante.

     Finalmente, no tuve que abandonar el Metropole. Con pasarme a una habitación interior y lograr un descuento por larga estancia, conseguí cuadrar el presupuesto.


***

     Para abreviar en lo posible mi relato, forzoso me será acudir al expediente de recoger algunos fragmentos de mis crónicas en el Sentinel, que resulten ilustrativos de la marcha de las negociaciones, entre el 11 de octubre de 1921 -cuando se abrieron solemnemente- y el 3 de diciembre del mismo año, que será objeto del capítulo siguiente. He escogido tres pasajes, separados por un número similar de días.

     Londres, 13 de octubre.
     ….Para tan alta ocasión, el Gobierno de facto irlandés ha enviado a negociar el Tratado a una Delegación coja. Quiero decir que, frente al poderoso dúo que forman el histórico político, fundador del Sinn Fein, Arthur Griffith, y el líder militar y héroe para su pueblo, Mick Collins, el Presidente De Valera ha creado un inconcebible vacío, al quedarse en su casa, por decisión propia, y permitir que hagan otro tanto los duros y maximalistas, Cathal Brugha y Austin Stack. De esta forma, lo único confiable que tiene De Valera en la capital británica son algunos fieles de segunda fila, que serán sus ojos y sus oídos en las conferencias: el delegado, experto en asuntos económicos, Robert Barton, y el distinguido secretario, nacido en Inglaterra, Erskine Childers, autor de la famosa novela The riddle of the sands. Los otros dos delegados, señores Duggan y Duffy, son abogados, llamados a jugar un papel más técnico que decisorio…
     Se ha especulado mucho con la consideración de los delegados irlandeses como plenipotenciarios. Es un intento del señor De Valera por dotar de capacidad internacional al Parlamento irlandés (el Dáil), que no es reconocido por los británicos. De hecho, el Primer Ministro, Lloyd George, ha dejado claro desde el primer momento que no reconoce en la Delegación irlandesa otro título que el de portavoces del parecer de su pueblo, como personas de alta consideración política. El Tratado, caso de llegarse a él, no podrá ser validado por la mera firma de los delegados, sino por la votación favorable de los diputados elegidos en las elecciones de mayo del corriente año para representar a Irlanda en la Cámara de los Comunes, aunque no se hayan incorporado a ella…
     Fuentes muy fiables, consultadas por este corresponsal, aseguran que, aunque el Dáil no dio a los delegados instrucciones ni límites para su función, el señor De Valera, en su calidad de Presidente del Parlamento irlandés y Jefe de su Gobierno, el Aireacht, ha desvirtuado toda la apariencia de plenos poderes, comprometiendo secretamente a los delegados a consultar con Dublín cuantas decisiones importantes hayan de tomar y, por supuesto, el texto final del eventual Tratado, antes de firmarlo…

     Y, en la crónica publicada por el Sentinel el día 2 de noviembre de 1921, podía leerse lo siguiente:

     En las últimas fechas, el Gobierno británico parece haber fijado de forma casi definitiva su postura ante el Tratado irlandés, en forma de un memorándum, en el que se consideran puntos inalterables: la consideración del Rey de la Gran Bretaña como Jefe del Estado de Irlanda, al que habrán de jurar fidelidad todas las autoridades y oficiales públicos; la inexistencia de una ciudadanía peculiar irlandesa, ni de una política exterior de Irlanda, que le permita declaraciones de guerra, paz o neutralidad propias; la defensa naval y aérea de Irlanda a cargo de la Marina y la Defensa Aérea británicas, que habrán de tener determinadas bases y facilidades en territorio irlandés; la prohibición de todo tipo de restricciones, aduanas o aranceles a las mercancías de cada uno de los países en el territorio del otro; el reparto de la carga de la deuda pública y de las pensiones de la Gran Guerra, asumiendo Irlanda la cuota que le corresponda.
     ¿Qué significa todo esto, se dirán ustedes? Pues el reconocimiento a Irlanda del estatus de Dominio, similar al de nuestros vecinos canadienses: a fin de cuentas, lo que ya habían ofrecido los británicos a De Valera el pasado verano, a raíz del comienzo de la tregua. ¿Y qué opinan de ello los negociadores irlandeses? Por lo que yo sé, no les parece mala solución, pero recelan no ser apoyados por Dublín y temen la reacción de los duros del IRA y de la gente de Valera. Pero aún temen más las advertencias de Londres, en el sentido de que no firmar el Tratado significaría el regreso a una guerra total, para la que los republicanos están menos preparados ahora de lo que lo estaban en julio.
     ¿Y dónde queda el tema candente de la unidad de Irlanda? Es comprensible la omisión en los ingleses, pues su Gobierno necesita los votos de los unionistas y de los conservadores que apoyan incondicionalmente al Ulster. Pero, ¿y los irlandeses? ¿Están haciendo toda la fuerza e hincapié posibles en la unidad de su isla? Me llegan noticias de que Griffith no parece muy inclinado a poner a Lloyd George contra las cuerdas y aceptaría una partición temporal, recuperando inmediatamente los condados y ciudades de mayoría católica y nacionalista. A fin de cuentas, un Ulster reducido a la mínima expresión sería un mero enclave, difícilmente sostenible a medio plazo.

     Por último, en mi crónica del 20 de noviembre podía leerse:

     La Conferencia unionista de Liverpool, celebrada días pasados, ha dejado claro que el Ulster no se entregará sin lucha al Dominio unido de Irlanda. Es una decisión tras de la que se adivina el apoyo sin fisuras de Wilson, Bonnar Law, Carson y tantos otros, cuya opinión pesa decisivamente en el Ejército y el Parlamento. Es probable que Lloyd George estuviera tentado de mandarlos al infierno, si no necesitase de ellos para mantenerse en el poder. Y Churchill, pese a su realismo, no está lejos de la opinión de su ilustre padre, cuando dijo, hace muchos años, el Ulster luchará y tendrá razón para hacerlo. La tenaza de Londres y Belfast se va cerrando sobre Irlanda.
     Y, mientras tanto, ¿cómo se comporta Collins? Para sorpresa de los negociadores británicos y de quienes lo conocimos antes de la tregua, su protagonismo está redundando en una objetividad encomiable. Es cierto que es más tajante que Griffith a la hora de reclamar una sola Irlanda. Es verdad que su idea de los Dominios no está muy alejada de la de la Asociación Externa entre iguales de Valera. Pero nunca rebasa los límites de lo tolerable para los británicos y, ayudado por un buen equipo de abogados y economistas, está manteniendo el tipo frente a la apabullante calidad de los negociadores de la otra parte. Solo hay una cosa en que Collins esté muy por debajo de sus antagonistas: el poderío militar. Me figuro que nadie, mejor que él, es consciente de lo que tal cosa significa, a la hora de tensar la cuerda o de romper la baraja...
     He de reconocer, en confidencia a los lectores, que mi opinión sobre Collins ha mejorado radicalmente desde que, por obra y gracia de su Jefe, ha tenido que convertirse en diplomático y estadista. En cambio, sigo pensando igual de mal respecto de Valera que cuando lo llamé político cobarde, con gran enfado de muchos irlandeses americanos. Ojalá tenga que rectificar no tardando esa opinión tan negativa.



2.      Un encuentro inesperado


     Debo confesar que la primera vez que pasé a Irlanda durante la negociación del Tratado no fue para ver a Lucy Wood, sino invitado a su castillo por Shane Leslie, el primo de Churchill con el que había logrado conectar como por casualidad en el hotel Metropole. Dalton había tenido razón: Shane era un sujeto bien informado y muy interesante. Su primo, el Ministro, tenía en alta consideración el conocimiento que poseía del laberinto irlandés y lo apreciaba sinceramente; no en vano en su infancia y juventud Churchill había pasado temporadas en su mansión de Glaslough, en el condado de Monaghan, al lado de la incipiente frontera del Ulster. Cuando Collins se enteró de mi buena relación con aquel terrateniente, se despachó con ingenio y malicia:

-          No sé por qué a mí no me consideras lo mismo, teniendo Leslie y yo tanto en común. Mi familia posee una granja de cuarenta y nueve acres y la de él, otra de cuarenta y nueve… mil.


     Bien es verdad que, cuando yo lo conocí, estaba económicamente en horas bajas. La nueva normativa sobre la tenencia de tierras y la efervescencia política hacían muy difícil tratar con los arrendatarios, y no digamos cobrarles la renta. Y, a mayores, a Shane le había dado por dedicar a bosque cuanta tierra poseía de modo directo, incluso gastándose el patrimonio en reforestarla. ¡Había que verlo hablar con pasión de una nueva Irlanda que, como la antigua, fuese un paraíso arbolado! Vamos, una utopía, como tantas otras dedicaciones suyas.

     En aquel año veintiuno, Shane andaba a vueltas con la biografía de no sé qué político[7] y con una novela en clave sobre su poco grata estancia adolescente en Eton[8]. Al mismo tiempo, desempeñaba lo mejor que sabía la función de asesor particular de su primo Winston en asuntos de Irlanda. No tardaría en sufrir la profunda decepción de ser no grato para ninguna de las facciones irlandesas, y sospechoso y abandonado por los políticos británicos, entre los cuales había otrora formado. Pero durante las conversaciones del Tratado, se le notaba ilusionado y muy activo. Unos diez años más joven que su pariente, el Ministro de Colonias, trataba de vender de él a quien quisiera escucharlo la imagen de un moderado y buen amigo de la Verde Erín. Escuchar era lo menos que podía hacer yo, en las veladas de nuestro común hotel, amenizadas por la orquesta contratada para placer de bailarines y melómanos[9]. Es más, le prometía:

-          En lo que a mí respecta, ya sabes que tengo en mucho el pragmatismo de tu primo. De hecho, en mis crónicas lo dejo al margen de los energúmenos del Parlamento; pero no le hace ningún favor el precedente paterno, que yo creo apoya y comparte.

-          Tengo la desgracia -se lamentó Leslie- de que mis tierras se extiendan por la frontera del Ulster y aún en parte por él. Por tanto, nadie conoce mejor que yo la violencia que allí ya existe y la que se prepara. Collins ha estado promoviendo y organizando los ataques del IRA y ahora se lamenta de la réplica unionista. Dudo que Irlanda vuelva a ser una, pero ambas partes tendrán de ello la culpa.

     El viaje a Glaslough me creó mala conciencia. Mi primera estancia tenía que haber sido en Dublín, para recordar tiempos pasados y saludar a Lucy, como su primo Emmet me había sugerido. Pero el otoño declinaba y hacía un tiempo de perros. Finalmente, Dalton insistió:

-          Casi todos los fines de semana pasamos a la Isla para informar al Aireacht. ¿Por qué no nos acompañas alguna vez?

     Improvisé una disculpa:

-          Es una oferta tentadora, Emmet, pero temo que, de aceptarla, Scotland Yard me ponga en la lista negra.

-          Allá tú, me replicó, pero no te vendría mal saludar a Collins. Estás jugando al escondite con él sin motivo ninguno.

-          Tenerlo, lo tuve, pero verdad es que ahora no me importaría volver a estrechar su mano.

     Así quedaron las cosas por el momento. Diciembre estaba al llegar y era evidente que las negociaciones tocaban a su fin, cualquiera que este fuese. Me dio la ventolera y, dejándolo todo, viajé hasta Liverpool y saqué pasaje para Dun Laoghaire. En el equipaje portaba una sombrerera con el regalo anticipado para la fiesta de Santa Lucía.

***

     Aún a riesgo de perderme algo importante en Londres, viajé a Dublín el martes, 29 de noviembre, dispuesto a no regresar hasta el domingo siguiente. No obstante, dejé a Shane Leslie el encargo de mandarme un telegrama en clave a mi pensión dublinesa de la calle Capel, si sucedía algo que aconsejara anticipar mi regreso. En efecto, el viernes, día 2, me disponía a encontrarme con Lucy para comer en Devlin’s, cuando la señora Robinson me avisó de la llegada de un cablegrama. Era de Leslie y del siguiente tenor:

     Patty abortará o tendrá niño lunes.

     Era tanto como decir que los irlandeses deberían dar su definitivo sí o no al Tratado tres días después.

     Con pena, cancelé el almuerzo e hice el equipaje a toda prisa. La hostelera me preparó unas viandas frías y Lucy se empeñó en acompañarme a Dun Laoghaire, para que tomara allí el correo de las dos de la tarde; todo tan a la carrera, que apenas me fijé en los viajeros que conmigo cogían el barco. Mi acompañante, al despedirnos, me entregó un paquetito regular, envuelto en papel sepia y atado con bramante. Al abrirlo durante la corta travesía, descubrí que se trataba de una pequeña bandera de Irlanda en seda, con un arpa bordada con oro sobre la franja blanca central.

     Al atracar en Liverpool, me apresuré hacia la estación de ferrocarril pero no logré encontrar billete hasta el último tren de Londres, que salía a las nueve de la noche. Saqué de la maleta el volumen II de la biografía de Lord Randolph Churchill por su hijo Winston[10] y releí los amplios pasajes sobre el Home Rule y el problema del Ulster. Dicen que la Historia es maestra de la vida en la medida en que, como otra frase famosa asegura, la Historia se repite. En verdad, si para alguna nación se cumple tal cosa, es para la irlandesa.

***

     Subí a mi vagón de segunda del expreso, tan pronto quedó este formado en el andén, pues la sala de espera estaba poco caldeada, como para poder contrarrestar el frío y la humedad de la tarde. Seguí leyendo a la pálida luz ambiente hasta que el convoy se puso en marcha, momento en que -según mi costumbre en los viajes nocturnos- cerré los ojos, evitando así todo conato de conversación de los compañeros de compartimento.

     A la media hora, me sobresaltó el roce de una mano en mi hombro. Miré con hosquedad y me encontré con el rostro sonriente de Emmet Dalton, deseándome buenas noches. Se sentó a mi lado y, en susurros, me explicó que también ellos habían viajado esa tarde de Dublín a Liverpool. En su misión de vigilancia, había llegado en descubierta a la estación una hora antes de la salida del tren, habiéndose percatado entonces de mi presencia, aunque optara por no distraerme de la lectura, ni a él mismo de su inspección. A las nueve menos cinco habían llegado los demás, subiendo inmediatamente al coche correspondiente.

-          ¿Quiénes venís? ¿En qué vagón están los demás?, inquirí francamente.

-          Vamos a tomar algo al coche restaurante, respondió Emmet.

     Sin darme tiempo a declinar el ofrecimiento, me tomó del brazo y, con un guiño apenas perceptible, me invitó a seguirlo. Apenas habíamos cerrado la portezuela y avanzado unas yardas, se detuvo y nos acodamos en las ventanas del pasillo:

-          Comprenderás -me dijo- que no son cosas para contestar ante desconocidos. Les he comentado que estabas en el tren y Mick me ha ordenado llamarte.

-          ¿Mick? ¡Ah, claro!, habrá viajado a Dublín para decidir el destino del tratado con De Valera y los demás ministros.

-          Para haber estado tan ocupado con mi prima, pareces muy al tanto de la situación -bromeó Emmet-. Anda, avanza, que tenemos que recorrer casi todo el convoy.

     En efecto, trastabillando al ritmo del tren, progresamos en el sentido de la marcha, hasta uno de los vagones de primera. El departamento buscado tenía las cortinillas echadas, pero Dalton no dudó ni un momento. Dio cuatro toques con los nudillos, al modo beethoveniano. Le abrieron desde dentro. Me bastó una breve ojeada para reconocer en los viajeros a Collins, Griffith y Broy. No di con la identidad del que nos había franqueado la entrada, hasta que me lo presentó Emmet: era Liam Tobin.

     El ambiente parecía amable, aunque fatigado. De hecho, Broy bostezaba a cada poco. Collins tenía un aire muy cansado y a Griffth, desmadejado en su butaca, parecía costarle trabajo mantener abiertos sus vivos ojos azules bajo los quevedos, que se quitaba con frecuencia, para frotar aquellos con índice y pulgar. Solo Tobin y, por supuesto, Dalton parecían despejados y alerta, como centinelas que vigilan mientras sus compañeros descansan.

***

     Emmet rompió el silencio tras la introducción, con una frase que despertó la atención de todos:

-          Aquí, el señor Rosson, demostrando la perspicacia de la prensa americana, parece estar al cabo de la calle del motivo que ha llevado hoy a nuestros delegados a Dublín.

     Incorporándose ligeramente, Griffith puntualizó, con cierto interés profesional:

-          Así que es usted periodista. ¿De qué diario?

-          Del Sentinel de Boston, respondí. No es de los grandes de mi país, pero también trabajo para la agencia de noticias O’Clock que, entre clientes fijos y ocasionales, llega a otros tres o cuatro millones de lectores.

Tobin emitió un silbido admirativo:

-          Más que todos nosotros, calculó.

     Collins se incorporó a la conversación:

-          Estás más delgado que el año pasado.

-          También tú, me parece -repuse-, aunque la mayor diferencia es ese bigote, que te sienta fatal.

     Dalton sonrió:

-          Lo lleva para disimular su identidad, pero, a estas alturas, cumple más bien la función contraria.

     Me invitaron a sentarme, lo que aprovechó Griffith para excusarse y salir camino del vagón restaurante, para tomar un bocado. Broy lo siguió.

     Collins volvió al comienzo del diálogo:

-          Emmet dice que sabes que estamos al principio del fin.

-          Eso me han comunicado mis fuentes inglesas: todo o nada, el próximo lunes.

-          Según eso, ¿crees que todas las cartas están ya sobre la mesa?

-          En lo fundamental, desde luego que sí. No darán un paso atrás en la cuestión del Ulster, ni para prorrogar la discusión. Pero, si quieres algo más de precisión por mi parte, tendrás que decirme algo de lo que habéis estado cociendo en Dublín… ¿Atrás o adelante?

     Mick vaciló por unos instantes en sincerarse. Luego, según su costumbre, lo hizo de modo amplio y veraz:

-          Estamos divididos pero, si los británicos ceden algo en el tema del juramento de fidelidad y en del Norte, supongo que firmaremos. No podemos arriesgarnos a una guerra inmediata.

-          Lo de la unidad de Irlanda y no abandonar a vuestros hermanos del Ulster lo veo lógico y justo, pero lo del juramento al Rey… ¡A quien se le ocurre ir a una guerra por una mera cuestión de palabras!

-          Algo de razón tienes, pero no puedes comprender el fondo del asunto sin ser irlandés y conocer todas las implicaciones del tema. Yo mismo estoy dispuesto a no firmar, si no se cambia la fórmula del juramento, tal y como Dev sugiere.

-          ¡Hombre, menos mal que De Valera es concreto en algo! Espero que, esta vez, os haya dado instrucciones más precisas en todo lo demás.

-          Ya sabes -suspiró Collins-: mucha divagación, mucho volver atrás pero -eso sí- las críticas a posteriori.

     Lo vi tan decepcionado, que me dio lástima. Procuré animarlo:

-          Conoces el parecer de Lloyd George: vuestra firma, por muy plenipotenciarios que seáis, no cuenta nada, si el Dáil no ratifica el Tratado. Así pues, firmad en conciencia, aunque solo sea por evitar la guerra, y batíos el cobre en la Mansion House[11], donde Dev, Brugha[12] y compañía tendrán que dar la cara por fin y se verá con qué fuerza cuentan.

-          La guerra… -dijo Mick, volviendo sobre mis palabras-. Entonces tú no crees que su amenaza sea una bravata del Primer Ministro. Sin embargo, otros delegados así lo creen y lo han manifestado en el Aireacht.

-          Yo que vosotros, no me arriesgaría en el envite. Es verdad que el Ejército británico sigue retirándose, pero ahí tienes lo que está pasando en el Ulster, donde se está encuadrando y armando a miles de voluntarios protestantes, con pleno apoyo del Gobierno de Londres; lo que, dicho sea de paso, os cierra cualquier intento de última hora, para alcanzar algún cambio favorable en ese tema.

Collins asintió, pese a apostillar:

-          Pero habrá que intentarlo. Estoy de acuerdo con Dev en que no podemos ir al Dáil con una partición definitiva de Irlanda, sin la contrapartida siquiera de una revisión de fronteras.

-          ¿Definitiva? A Lloyd George le importaría un bledo el Ulster, si su Gobierno no dependiera del apoyo de sus diputados. Creo que es cosa de los irlandeses de uno y otro bando el congeniar, limar asperezas y sustituir la separación por una autonomía amplia. Todo es posible, si lográis apartar al Norte del Reino Unido.

-          En fin, Rosson, eso es el futuro y bastante tenemos con actuar lo mejor posible en los próximos días.

-          Discrepo, Collins. Este presente es el principio de un futuro, en el que el Tratado habrá de desarrollarse. Tú mismo lo has dicho muchas veces: sentar las bases de la libertad, echar al Ejército y las autoridades inglesas de Irlanda y dar a vuestro país un estatus y una presencia en el mundo. Ahora se trata de dar un primer paso decisivo, y a fe que sin duda lo será.

-          ¿Sabes, Dalton? Deberíamos incorporar a este tipo a nuestra delegación…, tal vez en sustitución de Childers. ¿No te parece?

     La carcajada de Emmet y de Tobin vino a coincidir con el retorno de Griffith y Broy. Mick no debía querer que nuestra conversación trascendiera al veterano Arthur, siquiera indirectamente. Dijo:

-          Ahora nos toca a nosotros, si aún es hora de que nos atiendan. Vamos a tomar un café, Rosson. Supongo que intentar dormir antes de llegar a Londres será una utopía.

     Salimos con Dalton. Antes de llegar a nuestro pretendido destino, Collins estrechó mi mano y añadió:

-          Vuelve a tu departamento. Por hoy basta de charla y de confidencias: Estoy deshecho y demasiado comunicativo… Ya nos veremos… ¡Ah!, y no dejes de cortejar a Lucy Wood. Emmet ya está haciéndose un buen traje para actuar de padrino.

-          Te equivocas, Mick -replicó Emmet-. Me lo estoy haciendo para tu toma de posesión como Presidente del Estado Libre de Irlanda.

***

     A las dos y media de la mañana del martes, 6 de diciembre de 1921, el Tratado anglo-irlandés era firmado por los miembros de ambas delegaciones. Dos días más tarde, aparecía en la página 3 del Sentinel mi primera crónica comentando los términos del acuerdo. En dicho reportaje podía leerse:

     En un denodado esfuerzo de última hora, la Delegación irlandesa, liderada en la práctica por Collins, ha logrado importantes avances en los temas de juramento al Rey, comercio y marina. Por el contrario, todos sus intentos por conseguir concesiones en la cuestión del Ulster no han conseguido su propósito; todo lo más, se ha reducido a un mes el plazo con el que cuenta el Parlamento de Belfast para decidir sobre su integración en el Estado Libre; tiempo muy breve, para que los unionistas no puedan incrementar aún más su fuerza armada y sus presiones sobre los católicos nacionalistas.
     … Nos llegan noticias de que en Dublín el acuerdo no ha sido bien recibido por el Sinn Féin, el IRA y el Gobierno de Valera, entre otras cosas, al haberse enterado de su firma por los periódicos, literalmente. En efecto, gracias a una filtración de origen y finalidad dudosos, nuestro colega, el Evening Mail, publicó el texto del Tratado antes de que hubiese sido transmitido a De Valera, con la lógica indignación de este.
     … En nuestra opinión, la firma de este Acuerdo es un hito tan grandioso para la Historia de Irlanda, que bien merecería que todo Dublín se reuniera en las catedrales para cantar un tedeum, o el más emocionante Aleluya desde 1742[13]
     … En uno de los momentos finales de la negociación, afirman que Griffith llegó a decir que, si se negaban a firmar el Tratado, el pueblo de Dublín los colgaría de los faroles de la calle O’Connell. Es mi parecer que bien podrían hacerlo, y con toda justicia, con quienes pretendan no ratificarlo, llevando al desastre a la Nación que dicen amar.

     Es opinión de Doogan que perdí el Pulitzer por este último párrafo. Lo siento, no por no haberlo logrado, sino porque los faroles de Dublín no llegaran a soportar tan fúnebre carga.





3.      El guerrero paciente


     Lo de mi futura boda con Lucy era una broma de Collins, a las que tan dado era. Por otra parte, poco tiempo habríamos tenido para sacar los atrasos debidos a la negociación. Apenas me había aposentado en Dublín para seguir las discusiones sobre la ratificación del Tratado, cuando recibí la llamada al orden de Doogan, reclamándome de inmediato en Boston para reanudar mi trabajo en la Agencia O’Clock. Como mucho, conseguí pasar la Navidad en Irlanda, evitando tener que sufrirla solo y embarcado. Casi no me dio tiempo de seguir alguna de las pocas sesiones iniciales que el Dáil celebró en audiencia pública. Fue suficiente para sacar una impresión muy pesimista, que trasladé a mi última crónica de 1921 en el Sentinel:

     Hay mucho entusiasmo y bastante realismo, aunque inflamado de retórica. Pero, todavía más, los fantasmas del pasado y las utopías sobrevuelan la Round Room[14]. Parecen dos líneas de pensamiento que nunca hayan de encontrarse. Sobre todo, son dos formas de acción que, olvidando un mismo origen nacional y una lucha común, se van encerrando en reproches y personalismos, confundiendo discrepancia con traición y al rival con el enemigo.

     Me despedí, prometiendo a todos volver pronto y, a Lucy, hacerlo por ella. Acerté en lo primero pero, en lo atinente a los motivos, fueron muy otros y bastante más desdichados, como seguidamente tendré ocasión de explicar.

***

     Desde que regresé de Irlanda, el señor Doogan se dejaba caer con cierta frecuencia por mi despacho de la Agencia, o me invitaba a su casa de vez en cuando, algo inusitado hasta entonces. Como decía su esposa, una Connolly de pura cepa, le has inoculado a Jerry el bacilo gaélico. Efectivamente, en aquellos encuentros discutíamos sobre la situación irlandesa y su ominoso e imprevisible futuro. Reconozco que me había convertido en un entusiasta de Collins y, en consecuencia, en acérrimo defensor del Tratado, aunque hubiera de reconocer su maléfico influjo en la división de la Isla.

     El último domingo de marzo del año 22, coincidí en una de esas comidas gaélicas con un caballero cincuentón, espigado y bigotudo, que estaba de paso por Boston a fin de participar en una reunión del Clan na nGael. El Jefe me lo presentó -seguro que con malicia- como Joe McGarrity[15], de Filadelfia, tratante en licores, algo ilegal en aquellos tiempos de la Ley Seca. Yo, que algo sabía del aludido, puntualicé con cierto desdén, así mismo deliberado:

-          Espero que, hoy por hoy, le dé más trabajo el ser representante de Valera en América, que el comercio de bebidas espirituosas.

     Aquello fue el comienzo de una tormentosa comida, de un duro combate verbal entre un valerómano y un valerófobo, que presumo de haber ganado claramente a los puntos, según justo veredicto del árbitro anfitrión. Afortunadamente, conocía el dato de que, en un principio, McGarrity había saludado con alborozo el Tratado. Solo después de haber recibido una típica carta de Valera, había cambiado totalmente de opinión.

-          Ese acuerdo -afirmaba Joe- es una imposición al Aireacht y un acto de deslealtad para con su Presidente. Lo firmaron sin autorización y, para conseguir una doble seguridad, se lo dieron a conocer a la prensa antes que a sus colegas.

-          ¡Alto ahí!, exclamé. Hubo una mera filtración en un diario londinense, cuya responsabilidad nadie puede afirmar. ¿O es que no interesaba la divulgación más a los ingleses, que a los delegados de Irlanda?

-          Es posible, concedió McGarrity, pero ni Dev ni los ministros estaban conformes con su contenido.

-          No es cierto, repliqué. Para empezar, tres de los miembros del Gobierno eran plenipotenciarios y firmantes del Acuerdo. Un cuarto, Cosgrave[16], lo apoyó durante la reunión. En resumen, De Valera quedó en minoría y no logró que prosperara su moción de cesar inmediatamente a Griffith, Collins y Barton. Pero, claro, él sí que es muy leal. Pese al parecer mayoritario, acudió al día siguiente a la prensa y manifestó que no podía recomendar la aprobación del Tratado, el cual el pueblo irlandés no aceptaba. Muy típico de Valera: El Gobierno soy yo; el pueblo soy yo. Y, cuando lo derrotan en el Dáil, se marcha con todos sus seguidores y no reconoce al Gobierno Provisional.

     Lo tenía cogido por salva sea la parte. Iba a intentar una respuesta, cuando añadí:

-          Según me consta, usted apoyó el Tratado cuando lo leyó, pero ahora abomina de él porque De Valera aduce que es un hecho consumado, cocinado con deslealtad. Dejemos las formas y vayamos al fondo. Seguro que conoce el documento que De Valera presentó al Dáil como alternativa defendible y patriótica. Pues bien, dígame una sola diferencia importante entre el texto firmado por Griffith y Collins y el propuesto por De Valera.

     McGarrity farfulló algo sobre el afán de protagonismo de Mick. Yo concluí, con cierto desprecio:

-          Mire, señor, solo hay una cosa que lamentar en el Tratado. Precisamente, la misma que De Valera admitió desde julio pasado y que la verborrea sobre República, Asociación Externa y juramento al Rey ha ido arrinconando: Va a haber dos Irlandas, para baldón del País y desgracia de los que estén del lado equivocado de la frontera. ¿Y sabe una cosa? Acertado o no, Collins está tratando de revertir la situación, pero derramando sangre inglesa y unionista. En cambio, De Valera celebró el día de San Patricio invitando a los irlandeses a que se maten unos a otros. ¿No ha leído el Irish Independent[17]?

     En efecto, lo había leído, pues ni siquiera objetó al carácter pro Tratado de ese diario. Hizo bien, pues De Valera había tenido que mandar una carta al mismo disculpándose de sus excesos verbales. El hombre alto solo había pretendido dar una respuesta a quienes sostenían que el Tratado traía la libertad para poder  perfeccionar la misma: Ya lo dije ayer. Para consumar nuestra libertad, tenemos que marchar sobre los cadáveres de nuestros propios hermanos. ¡Menos mal que los seguía reconociendo como tales!

***

     El 14 de abril, unos doscientos voluntarios del IRA anti Tratado asaltaban el gran edificio de los Cuatro Tribunales de Dublín[18]. Al día siguiente, Doogan me convocaba a su casa. Ni me mandó sentar.

-          ¿Qué demonios significa eso de los Tribunales?, me espetó.

-          Muy sencillo, repuse. Los rebeldes al Gobierno Provisional van a por Dublín; y, si les dejan ocupar la capital, adiós a todo: Collins, el Tratado, la paz…

-          Andará De Valera detrás de todo eso, aventuró Doogan.

-          No me extrañaría, pero lo cierto es que el IRA está desbocado. Irlanda parece estar en manos de un ejército desmandado y dividido.

     El Jefe me miró de hito en hito:

-          Vas a tener que hacer otra vez las maletas -me dijo-, pero ahora nada de contar imparcialmente. Quiero que tomes partido y que desmontemos en los Estados Unidos toda esa mierda del santurrón ávido de sangre y de dólares.

-          Para eso, no me hace falta viajar: ya tengo aquí un arsenal suficiente.

-          Nosotros informamos y, cuando opinamos, lo hacemos con fundamento. Ya sabes, Veritas, mentis lux[19], como reza nuestro lema.

     Así que me dispuse a cruzar el Atlántico. Mandé sendos cables a Lucy y a la señora Robinson. Cuando subí la escalerilla del Caronia[20], pese a la ilusión por ir a reencontrarme con buenos amigos, tuve el presentimiento de que aquel viaje tendría poco de placentero.

***

     Como he hecho en el primer capítulo, utilizaré ampliamente mis crónicas periodísticas para abreviar el relato. La primera de esta etapa decía así:

     Nada más ser ratificado el Tratado por el Dáil, Collins convocó sendos congresos del IRA y el Sinn Fein. Constatando la profunda división existente entre los miembros de ambas asociaciones, reconoció objetivamente los derechos de todas las partes. Así, repartió con equidad armas e instalaciones entre los dos bandos del Ejército Republicano. Y, en lo referente al Partido, llegó al compromiso de redactar y presentar a los británicos un proyecto de Constitución, que rebajara sustancialmente las concesiones hechas en el Tratado. ¿Qué es lo que se ha conseguido con tanta tolerancia? Yo les diré…
     El IRA anti Tratado ha entrado a saco en las instalaciones militares y en la Administración del Estado Libre, convirtiendo buena parte de Irlanda en auténticas dictaduras militares, en manos de señores de la guerra… Con el robo de 230.000 libras del Banco de Irlanda y el saqueo del buque Upnor[21], han comprado o requisado más armas que las adquiridas penosamente por el Ejército oficial de Irlanda…
     Los sinnféiners seguidores de Valera no han reconocido al Gobierno Provisional legítimo. Con la ayuda de los voluntarios, disuelven a tiros los mítines y actos electorales de sus contrarios, sin respetar ni a Collins ni a Griffith. Pretenden demorar en seis meses las elecciones que han de llevar al Dáil el legítimo parecer de Irlanda. Comoquiera que Collins no ha aceptado tal retraso, De Valera ha amenazado con la guerra civil y sus cachorros del IRA han empezado a ocupar por las armas diversos edificios y zonas céntricas de Dublín…
     Yo pregunto a mis compatriotas simpatizantes de la causa irlandesa, que tantos son y tan generosos: ¿No ha llegado el momento de reconocer que De Valera, no solo ya no representa a Irlanda, sino que es el mayor enemigo de su paz y su prosperidad?

     Habiendo recibido autorización de Doogan para hacer oír mi voz directamente en Irlanda, logré abrirme paso en las columnas del Hibernian Independent, gracias a la recomendación de Griffith. Por precaución -seguramente ineficaz-, decidí firmar mis artículos con el seudónimo de Charles Ross. El segundo de ellos lo titulé Sentarse sobre las bayonetas y creo que levantó ampollas entre los aludidos. En él podía leerse:

     A quienes ven en el IRA el valiente espíritu de Irlanda habré de recordarles que sus luchadores eran tres mil cuando la tregua, en julio del año pasado. Pues bien, cuando el general Collins pasó revista a sus registros el pasado enero, halló un total de setenta y dos mil inscritos. Se lee en los Evangelios que muchos son los llamados y pocos los escogidos. Su paráfrasis, en el caso del IRA, podría ser la siguiente: muchos son los aprovechados y pocos los luchadores…
    … Aunque no sé si alegrarme de que sean tan pocos los dispuestos a tomar las armas, pues ahora lo hacen contra su Gobierno y sus hermanos. No se dejen engañar por las buenas palabras de quienes ocupan Los Cuatro Tribunales. Son los mismos que reinan sobre vidas y haciendas en Limerick, en Cork, en Kerry. En Dublín tienen menos fuerza y por eso se agazapan. ¡Qué bien vendrían sus ínfulas belicistas en el Ulster, para plantar cara a los Provisionales y redimir a sus hermanos!…
     Dos notas inseparables de un Estado democrático y respetado internacionalmente son el monopolio de la fuerza por el Gobierno y el sometimiento del Ejército al poder civil. O el IRA aprende y practica inmediatamente esta lección, o se convertirá en verdugo dentro de su Nación y en baldón de la misma en el extranjero.

     Una tercera muestra de mi trabajo apareció en el Sentinel bostoniano el 1 de mayo de 1922 y parece que llamó la atención por su buena dosis de crítica a la política de Collins:

     Cuando el santón De Valera predica desde el púlpito de las plazas de Irlanda la guerra civil y el asesinato político, o cuando sostiene que sus conciudadanos no tienen el derecho de hablar y decidir sobre el futuro de Irlanda, se condena a sí mismo, sin necesidad de que nadie lo acuse. Pero alguien tiene el deber de hacerlo callar, antes de que su palabra incendie el país. En un primer momento, el Gobierno Provisional estaba en inferioridad y es natural que contemporizara. Ahora, transcurridos cien días, el señor Collins, sus ministros y sus militares, están obligados a constatar que su política de benevolencia no ha servido más que para radicalizar y fortalecer a sus antagonistas. Es el momento de decir “basta”.
     … Curiosamente, en el territorio del Estado Libre, donde Collins tiene apoyos sólidos y cada vez más armas, su actitud es flaca y vacilante. Encerrado en la Casa del Gobierno, se dice que está ultimando una Constitución que los británicos en modo alguno van a aceptar, al desvirtuar puntos clave del Tratado; así, el reconocimiento del Rey como Jefe del Estado irlandés, o la competencia exclusiva inglesa para diseñar y regir la política internacional. Por el contrario, en el Ulster, donde la superioridad unionista es enorme y el IRA apenas tiene medios para luchar, Collins se empeña en llevar a cabo una política de provocaciones y de desconocimiento del Gobierno de Craig[22], que ni siquiera es compartida por algunos de sus ministros…
     Se dice que Collins se comporta así porque quiere unir al IRA en torno a un proyecto común: la recuperación de la unidad de Irlanda. Por ese medio solo logrará fracaso y desprestigio… Está olvidando que ni él es ya El hombre de la bicicleta, ni el IRA el Ejército nacional de Irlanda…
     Mucho dolor puede causar a Collins enfrentarse con las armas a sus antiguos compañeros de lucha en la guerra civil, pero eso no es nada comparado con el sufrimiento de su pueblo en una guerra civil que, como Presidente del Gobierno, tiene la obligación de evitar. Ya no caben terceras vías: o cumple con sus deberes presidenciales, o que se retire a Cork a llorar sus desengaños.

***

     Mi periodismo, cada vez más directo y comprometido, no podía menos de traerme problemas. A la hora del desayuno, se personó en mi pensión Emmet Dalton y me conminó:

-          Acaba pronto, que quiere hablar contigo el Fiscal General[23].

     Al llegar a la Mansion House, Emmet se despidió y un ujier me condujo hasta un despacho de la planta baja, donde un hombrecito rechoncho, de mediana edad y con gafas, apenas levantaba dos palmos de una amplia mesa de despacho. Cuando se levantó para saludarme, confirmé su escasa estatura, pero también su amable sonrisa y sencillez:

-          Disculpará la penumbra, pero tenemos que tener las persianas bajadas, a causa de los francotiradores.

-          ¿Y la luz eléctrica central? -pregunté en tono risueño, señalando la de flexo, que se proyectaba solo sobre el buró-. Ya sabe lo que dicen de luz y taquígrafos.

-          ¡Hum! -siguió la humorada-. No creo que lo que voy a decirle tenga nada que ver con la democracia.

     En efecto, así era. Para empezar, me hizo una advertencia formal sobre el contenido de mi artículo anti IRA en el Independent. No era el primer diario que los voluntarios destrozaban total o parcialmente. Tenía suerte, me dijo, de que Rory O’Connor estuviese ahora ocupado en Los Cuatro Tribunales. Por favor -agregó-, cambie de tema o tendremos que retirarle la credencial de periodista.

-          No estoy destacado para cubrir ningún acontecimiento concreto -respondí-. Simplemente, cuento lo que veo, y a fe que todo es un triste espectáculo.

     Me pareció oírle suspirar, pero inmediatamente pasó a otro tema:

-          Collins le considera mucho y me ha pedido que le explique sucintamente cómo está la situación con los británicos y la redacción de la Constitución, de la que yo estoy encargado personalmente por mi condición de legista.

     Seguidamente, se enfrascó en una exposición detallada del texto y de los objetivos de la política de Collins, aparentemente tan lene y errática. A mayores, rogándome la máxima discreción, me ofreció una primicia sensacional, con la que él se encontraba en doloroso desacuerdo: un compromiso con De Valera para repartirse los escaños del Dáil y formar seguidamente un Gobierno de coalición. Sobre lo que era publicable, escribí unos días más tarde en el Sentinel:

     La firma del Tratado anglo-irlandés ni mucho menos ha roto las trabas del Gobierno de Dublín respecto al de Londres. Collins está empeñado en mejorar mucho el acuerdo sobre el Ulster y la posición de su país en el seno de la Commonwealth británica. Para lograr lo primero, entiende que hay que parar los pies a los unionistas, demostrando que la frontera es permeable y que el IRA puede ser tan duro como los Provisionales. Eso solo será posible acabando con los enfrentamientos internos y uniendo a los republicanos en una tarea común.
     Para dotar de más libertad a Irlanda, Collins apelará a la Constitución que está elaborando, con la ayuda de un distinguido grupo de abogados, encabezado por Hugh Kennedy. Habiendo aprobado ya el Tratado el Parlamento británico, el Presidente del Gobierno Provisional tiene la ilusión -no sé si como ilusionado, o como iluso- de que la Constitución de Irlanda le permita perfeccionar su libertad, como él suele expresar. Pero, para que en Londres lo tomen en consideración, tendrá que imponerse en esta Isla y someter a todas las fuerzas armadas…
     He aquí el sino de Collins: Si ejerce de Presidente, puede provocar una guerra civil, pero, si no lo hace, Inglaterra volverá a dominar Irlanda. No se engañen: los tommies[24] siguen marchándose, pero muy poco les costaría regresar…

     Sobre lo impublicable, pronto tuve confirmación. El 20 de mayo se hizo público el acuerdo de todas las fuerzas políticas de Irlanda en concurrir a las elecciones del mes siguiente con candidaturas sin antagonista y la perspectiva de un Gobierno de concentración. Cuando menos, se prometió que el recuento sería limpio y que los aspirantes deberían dejar claro en la campaña si estaban a favor o en contra del Tratado. Desafortunadamente, Lloyd George no formaba parte del contubernio. Cuando Griffith y Kennedy le presentaron en Downing Street el proyecto, lo rechazó sin remisión y dejó claro que Tratado y Constitución eran un único texto, en el que dominaba lo acordado en aquél.

     Tuve ocasión de ser un testigo privilegiado en la negociación constitucional. Invitado por mi amigo Shane Leslie, estuve en todo momento al tanto de las conversaciones, que volvieron a reunir a todos los delegados ingleses del año anterior, mientras que del lado irlandés se agregó Kennedy, quien tuvo una actuación memorable pero poco fructífera. Yo saqué la impresión de que el Gabinete británico no cedería lo más mínimo en las cuestiones cruciales y que estaba dando largas y buenas palabras sobre el Ulster. En cambio, no llegué a compartir el temor de Collins de una inminente reanudación de la guerra, si Irlanda no pasaba por el aro, o continuaba el desorden en su territorio. Lo cierto es que el Presidente Collins quedó muy decepcionado de las conversaciones y no acudió a la firma definitiva, con el argumento de que las elecciones generales irlandesas se celebraban al día siguiente, 16 de junio. Dos días antes, viendo que nada tenía que ofrecer a De Valera y los anti Tratado, se jugó el todo por el todo: Denunció el acuerdo electoral y dio por definitivamente cerrada la pugna por lograr unos términos más ventajosos en las relaciones con Londres.

     Desde la capital inglesa, mandé varias cartas a Lucy, que tenían mucho más de política que de intimidad: hasta ese punto había llegado mi obsesión, que parece compartía con Mick, según lo que ha llegado a contar su novia, Kitty Kiernan[25]. Todavía sin saber que Collins había roto con De Valera, escribía yo a Lucy lo siguiente:

     Londres, a 13 de junio de 1922.
     Querida Lucy:
     La suerte está echada. El Tratado quedará como estaba y una hermosa Constitución nacerá en un par de días, para honra de Irlanda, pero no para su mayor libertad. Ignoro si esta decepción cambiará el sentido del voto del pueblo irlandés, pero de lo que estoy seguro es de que aumentará la ira de los violentos quienes, si ganan, aplastarán y, si pierden, desconocerán el veredicto de las urnas. Collins, decepcionado también, se ha ausentado de Londres y no se le espera en el acto formal de la firma de su Constitución.
     Espero estar de vuelta para el viernes y ser curioso espectador de las votaciones. ¡Qué feliz sería de que pudiésemos pasar sin inquietudes el fin de semana en Clontarf, o a orillas del Shannon!
     ¿Mejoran las cosas en el Trinity? No te signifiques y cuídate cuanto puedas. En último extremo, pide parecer a tu primo sobre cómo comportarte, para tu mayor seguridad. No olvides lo mucho que significas para muchos gaélicos y cuánto te aprecia algún yankee que ambos conocemos.



4.      La patria desgarrada

    
     ¿A quién puede habérsele ocurrido el disparate de asesinar al Mariscal, Sir Henry Wilson, Jefe del Estado Mayor Imperial británico, fanático defensor del unionismo del Ulster y Diputado por Down Norte[26]? Los dos miembros del IRA que apretaron el gatillo han afirmado que lo hicieron por propia iniciativa, cosa que nadie cree. En Dublín todos niegan haber dado la orden, aunque íntimamente se alegren de la desaparición de tan relevante enemigo del nacionalismo irlandés… Pero la cuestión ahora es otra: Si el Gabinete inglés acepta la alegada inocencia del Gobierno de Collins, no cabe duda de que le pondrá al punto ante el temido ultimátum: o acaba con el desorden y el caos en esta Isla, o lo hará el Ejército imperial, haciendo uso de las facultades militares que le confiere el Tratado.
     … Y no deja de ser lamentable este fúnebre incidente. Como ya saben nuestros lectores, las elecciones del pasado día 16 tuvieron muchos aspectos positivos: Los más importantes, la gran participación de los electores y el claro triunfo de los candidatos pro Tratado, incluso los del Sinn Féin[27]. Mas he aquí que, cuando De Valera y los suyos se lamían las heridas, dudando sobre acudir al Dáil o seguir de espaldas a su pueblo, la sangre del mariscal Wilson provoca inevitablemente apelar a la fuerza, algo que los anti demócratas recibirán con los brazos abiertos. No podemos olvidar que el Ejército del Estado Libre está aún en proceso de creación y, todavía peor, precisa de la ayuda británica para dotarse de artillería y medios blindados.
     … Nadie conoce aún el día ni la hora, pero sí el lugar. La guerra se iniciará en los Cuatro Tribunales de Dublín, a no ser que sus ocupantes -que no llegan a los dos centenares- tengan el patriotismo y buen sentido que hasta ahora les han faltado. De Valera en la sombra y Rory O’Connor sobre el terreno tienen la palabra.

     Son fragmentos de mi crónica del 24 de junio de 1922, transmitida telefónicamente al Sentinel, ante el temor que sentía de que las hostilidades estallasen de inmediato, convirtiendo mis reflexiones en agua pasada. No fue así, sino que, dos días más tarde, recibí la típica visita de Dalton, mientras desayunaba en el lecho, por gentileza de la señora Robinson.

-          ¿Qué, llamada de la Casa de Gobierno?, inquirí con retintín.

-          Esta vez es el Hombre Grande, así que ya estás saltando de la cama, que tengo el coche en marcha, contestó Emmet con adustez.

     Encontramos a Collins por los pasillos de la primera planta, acompañado por Ginger O’Connell, camino del despacho de aquel, que se hallaba tan en penumbra por razones de seguridad, como los restantes del edificio. Tan pronto tomamos asiento, el Presidente me dio rápida cuenta de lo que de mí pretendía:

-          Hemos recibido una carta amenazadora de Lloyd George, si no terminamos de inmediato con la comedia de los Cuatro Tribunales y, a mayores, Churchill se ha dirigido al general McReady[28] ordenándole que sea él quien los bombardee, si no tomamos nosotros la iniciativa. Ahora mismo va a salir Ginger para allá a ver si convenciera a O’Connor. Si no lo consigue, que Dios nos proteja.

     Estaba a punto de preguntarle qué quería en concreto de mí, cuando prosiguió:

-          Tenemos cuarenta y ocho horas para impedir que los ingleses intervengan. Es todo lo que nos concede McReady, que se ha disculpado con Churchill con que no tiene munición adecuada y suficiente. Hay que agotar todas las posibilidades. Tú escribes fuerte y claro y me consta que los del IRA te leen y toman en serio. Ponte inmediatamente a la máquina y prepara un artículo sulfúrico para el Independent, contando lo que te he dicho y la que se puede venir encima. Tiene que salir mañana, sin falta… Ya sabes, breve y sin pelos en la lengua.

-          ¿Quieres verlo antes de que lo lleve al periódico?

-          Te lo agradezco. Si no me pillas a mí, se lo enseñas a Griffith.

     Me levanté sin decir nada. Collins sonrió:

-          Espera un momento -me dijo-. Ya sabes la que puede esperarte si a esos angelitos anti Tratado les molesta lo que escribas. Dalton dice que ya estás avisado por conducto suyo y de Kennedy.

-          Me la voy a jugar por algo en lo que creo -respondí-. Además, me pagan bien y puedo ganar el Pulitzer.

     Collins se echó a reír.

-          ¿Sabes, Emmet -dijo-? Tal vez te quite el puesto del padrino en la boda de este bostoniano.

-          Puedes hacer lo que quieras, menos ponerte en medio de los novios en la foto, como De Valera[29].



***
     Mi artículo del Independent, como es sabido, no tuvo ninguna eficacia. Era punto menos que imposible, al haber ido precedido de la detención -algunos lo llamaron secuestro- del general O’Connell por los levantiscos, cuando apareció por las inmediaciones de los Cuatro Tribunales como posible emisario de Collins. Con todo, estos son los términos de mi llamada a las puertas de la Historia, como osó calificarla la esposa de Doogan, cuando la leyó bastante tiempo después:

     El lunes de Pascua de 1916, un grupo de irlandeses sublevados ocupó la Central de Correos, declaró la independencia de su Patria, emocionó a sus conciudadanos y asombró al mundo. El 14 de abril de 1922, un grupo de irlandeses sublevados ocupó por la fuerza de la sorpresa y de las armas los Cuatro Tribunales, provocó a la guerra civil, dividió a sus compatriotas y avergonzó a las naciones civilizadas. Y ahí siguen todavía, a conciencia de que el legítimo Gobierno de Irlanda no puede consentir por más tiempo su rebeldía. ¿Podrán las palabras evitar que rujan las armas? Como periodista debo creerlo y, como extranjero que ama a este País, lo pido, lo reclamo, lo exijo: ¡Salid, portando vuestras armas al hombro y las banderas al frente! ¡Que la sangre irlandesa no empape las riberas del Liffey!
     Dudo que puedan leer estas letras quienes, durante dos meses y medio, ocupan la sede de la máxima Justicia en Irlanda; pero estoy seguro de que lo harán De Valera, los jefes del IRA sublevados contra el legítimo Gobierno de su país, la mayor parte de los dublineses y un buen número de hombres y mujeres de los veintiséis condados[30]. A quienes tengan el corazón lleno de odio y la mente de criminales prejuicios no tengo nada que decirles. Solo entienden el lenguaje de las balas y de las bombas.
     Yo me dirijo a los hombres y mujeres que llorasteis de duelo en la guerra de vuestra independencia; a quienes saludasteis con júbilo la tregua de julio pasado; a los que recibisteis esperanzados el Tratado, aunque imperfecto, como fuente de progreso y de libertad; a quienes, hace apenas diez días, votasteis masivamente a una mayoría de diputados favorables al Estado Libre y sus leyes fundacionales. A todos vosotros, inermes y armados, alzados y fieles, respetuosos de la Justicia u ocupantes de su más alta sede, os digo: Dad una oportunidad a Irlanda, a su pueblo, a su Gobierno. Esta es la hora, el lugar, el momento: ¡Paz hoy o mañana será la guerra civil!

     A las cuatro de la mañana del día 28 de junio de 1922, el Ejército irlandés iniciaba el bombardeo de los Cuatro Tribunales. Dos días y medio después, se producía la rendición de sus ocupantes armados y, apenas cinco días más tarde, todo Dublín estaba en manos de los gubernamentales. Pero en esos cinco días me tocaría pagar mi tributo de dolor, ya que no de propia sangre.


***

     Fue a última hora de la tarde del lunes, 3 de julio. Acababa de cablegrafiar a Boston mi última crónica sobre Los Cuatro Tribunales, con la referencia a la lamentable voladura de los Registros históricos de Irlanda y a la muerte de Brugha -prácticamente un suicidio, según me informaron-. Hubo bastante demora en cursarlo, por lo que no pude ser puntual a mi cita con Lucy, en el pub Davy Byrnes de la calle Duke, cercano al Trinity College, donde ella trabajaba. Recuerdo que había aceptado con aprensión la oportunidad de cenar juntos, a pesar de la relativa lejanía con el campo de batalla de la calle O’Connell, al que habían quedado limitados los combates. Finalmente, convinimos en el encuentro, con el compromiso de utilizar un taxi para regresar a nuestras moradas respectivas.

     Pese a llegar con media hora de retraso, no hallé a la puntual muchacha esperando. Aguardé tres cuartos de hora más. Telefoneé a la portería del Trinity, donde me aseguraron que todo el personal de la biblioteca había salido a su hora. Decidí interrumpir la espera -no sin hacer la oportuna advertencia a los camareros, por si Lucy aparecía- y me encaminé a toda prisa a la Mansion House, muy próxima al pub, para informar y pedir ayuda a Dalton. Broy estaba a la puerta y, a mi explicación, me dijo:

-          Su prima Lucy… Hace un buen rato que le avisaron de que un familiar había sufrido algún accidente y salió para el hospital… Creo que el Mater Misericordiae… Pero espera, hombre, que está lejos. Que te lleve alguno de estos, que no tenga servicio por el momento.

     Los malos augurios se confirmaron. Emmet me refirió que -seguramente cuando Lucy iba a mi encuentro- un francotirador la había disparado desde un tejado en el cruce de Nassau con Grafton. La habían alcanzado dos balas, al parecer, de manera grave. La estaban operando desde hacía una hora y lo peor parecía ser que había perdido mucha sangre.

     Media hora más tarde -con los padres y un hermano de Lucy ya presentes-, el cirujano nos dio la información posoperatoria. Uno de los proyectiles la había alcanzado en el abdomen, causándole tres perforaciones intestinales y desgarro de la arteria mesentérica inferior, lo que había obligado a extirparle un buen trozo de intestino. La segunda había impactado en su pierna derecha, produciendo fractura conminuta de la tibia. El resultado de la operación y la juventud de la paciente no hacían temer, en principio, por su vida, pero existía el riesgo de peritonitis y embolia grasa, no descartables en los primeros días. En todo caso, la estancia hospitalaria sería larga y resultaba muy probable una cojera de por vida, amén de posibles desarreglos digestivos.

     Dentro de la gravedad del caso, todos respiramos aliviados. El médico solo consintió que entraran a verla unos instantes sus padres. Es aconsejable la mayor tranquilidad y reposo, agregó.

     A la salida, como yo había despedido el vehículo oficial en que había venido, Emmet me hizo subir al suyo y me llevó hasta la pensión de la calle Capel.

-          No conviene que andes por ahí sin escolta, dijo. Yo me encargo de hablar con Collins del tema.

-          ¿Entonces crees que lo de Lucy puede haber sido un aviso o una represalia?

-          No era el estilo del IRA vengarse en las mujeres, si es que ellas mismas no eran espías o traidoras, pero ahora no pondría la mano en el fuego por nada ni por nadie. Lo mismo puede haber sido un error de tirador inexperto, que un castigo por ser tu amiga y mi prima; o una advertencia para los trabajadores del Trinity que, como sabes, tiene como Institución una bien ganada fama de unionista.

-          ¡Pobre Lucy! A ver cómo pasa la noche…

-          ¡Alto ahí! Por ahora, deja la información y las visitas de mi cuenta. No salgas de casa hasta que te pongamos vigilancia o venga yo a verte. Y comprende que la familia de Lucy apenas te conoce y no estará muy satisfecha de los riesgos que ha corrido saliendo contigo. Yo le diré lo muy apenado que estás y las razones por las que no conviene que la visites.

-          Pero…

-          Espera. Tú eres muy escribidor, ¿no? Pues, para cuando ella esté en condiciones de leer, le escribes unas cartas maravillosas y, si quieres, hasta una copia de tus crónicas que, por cierto, a partir de ahora serán todas para los yanquis. Ya ha estado bien de soflamas en el Independent.


***

     Fue en esas cartas donde fui deslizando a Lucy la invitación para convalecer y recuperarse en los Estados Unidos, hasta que concluyera en Irlanda la guerra civil. Los Dalton seguían teniendo familia en la grata ciudad de Fall River (Massachusetts), que podrían acogerla, si es que no juzgaba correcto aceptar mi invitación a Boston. Le indicaba que había una espléndida biblioteca pública y un buen diario en Fall River, donde Doogan podría influir para que le dieran algún trabajo, si es que se hallase ya en condiciones para desempeñarlo.

     Después de mucho suplicar y en vista de que su salud iba recuperándose, recibí el permiso para visitarla la tarde del 16 de julio, en ocasión de estar presentes en la habitación una de sus hermanas y otra joven, esbelta y de rostro agradable, que me presentaron como Kitty, amiga de la familia. El grato momento y la charla fluida fueron cortados, a los diez minutos, por una Hermana de la Misericordia, que nos despidió tajantemente a Kitty y a mí, aunque con muchos menos miramientos hacia mi persona, lo que atribuí a ser hombre, y joven. En un instante, me acerqué aún más a la cama, tomé la mano de Lucy y deslicé un susurro en sus oídos:

-          ¿De acuerdo en lo de América?

     Ella sonrió:

-          Con tal de salir de esta… -divagó-.

     Y luego:

-          Cuídate y sigue escribiéndome. Me hace mucho bien.

     Por los pasillos, caminando juntos, la tal Kitty preguntó:

-          ¿No sabes quién soy?

-          Una amiga de la familia, por lo que han dicho.

-          En cierto modo. Soy la prometida de Mick y es en tal concepto en el que estaba visitando a la hermana de Emmet.

     Me salió de dentro, sin pensarlo:

-          Ya podéis tener cuidado, si queréis celebrar la boda.

     Kitty asintió:

-          La hemos retrasado hasta noviembre. Mick piensa que para entonces habrá solucionado todo.

-          De eso puedes estar segura. Nadie puede con Collins…, no siendo él mismo.

     Habíamos llegado al pórtico columnario. Nuestros respectivos guardaespaldas, hasta entonces en retaguardia, se adelantaron hacia los coches. Nos estrechamos las manos y le dije:

-          Estoy harto de tantas precauciones y, total, para que puedan matarme en cualquier esquina. Si no fuera por Lucy, ya habría embarcado para mi tierra.

-          Haces muy bien quedándote por amor. Te toca jugar el papel de las mujeres irlandesas, como yo misma: sufrir las consecuencias.

***

     Para entonces, ya había puesto a Doogan en antecedentes de lo sucedido a Lucy -a quien, para mayor presión al recomendársela, aludí como mi novia- y de que mis deberes periodísticos en Irlanda no incluían los de corresponsal de guerra. Me respondió con un telegrama, redactado seguramente por mano vicaria:

     Continúa unas semanas excelente trabajo. Haré posible colocación Lucy. Cuídate. Saludos. Doogan.

     Pasaba los días entre la pensión, breves visitas al Mater y mucho más dilatadas a la Casa de Gobierno, donde Dalton y Kennedy me permitían permanecer como una sombra invisible, con el consentimiento del cada vez más ausente Collins. Gracias a ello, podía adquirir los datos que vertía en mis casi diarias crónicas, que el Sentinel a veces refundía. Eso voy a hacer ahora yo, para resumir mis recuerdos de aquellos días.

     En relación con los sucesos del 12 de julio, escribía:

     El Presidente Collins ha resignado voluntariamente sus funciones civiles y el Gobierno ha nombrado para sucederle al veterano y eficaz político, William Thomas Cosgrave, hasta ahora Ministro para el Gobierno Local. La decisión viene motivada por el deseo y la necesidad de dedicarse en exclusiva a organizar el precario Ejército del Estado Libre y conducirlo a la victoria en la guerra civil a la mayor brevedad posible. Como segundos en el mando, Collins ha designado al Ministro de Defensa, Mulcahy, Jefe de Estado Mayor y enlace con el Gobierno, y a Eoin O’Duffy, Comandante de la División del Sur Oeste, que es donde se centra el mayor apoyo a los sublevados y se halla gran parte del territorio por ellos ocupado.
     Nadie sabe si la renuncia a sus poderes presidenciales supone una decisión definitiva o una mera suspensión en su ejercicio. Tampoco creo que eso le preocupe a Collins, a Cosgrave ni al pueblo de Irlanda, que solo anhela una cosa: el fin de esta absurda y cruel guerra. Y eso es algo que nadie puede dirigir o lograr mejor que el nuevo Comandante en Jefe, como ya tuvo ocasión de demostrar en ocasión mucho más gloriosa: la pasada contienda contra el Ejército Imperial británico.

     El 28 de julio me hacía eco de uno de los más sorprendentes episodios de aquella pequeña y rudimentaria contienda:

     El progreso de las armas del Gobierno parece imparable. No siempre es fácil de seguir, hasta el punto de que la movilidad del General en Jefe desorienta en ocasiones al Presidente Cosgrave, que no logra comunicar con él. Limerick parece ya fuera de toda presión rebelde, tras furiosos combates, y el IRA anti Tratado, derrotado y dividido, ser refugia en las colinas o se retira hacia el extremo suroeste de la Isla, los extensos condados de Cork y Kerry.
      … Mas la resistencia en esa zona extensa y abrupta, cuya costa alta y recortada presenta pocos puertos y abrigos, está siendo condenada al fracaso, gracias a la idea de uno de los más fieles y eficaces colaboradores de Collins, el Mayor General Emmet Dalton. Se trata de llevar a cabo operaciones de desembarco de tropas en puntos clave del territorio rebelde. Aunque son realizadas desde simples barcos pesqueros y de cabotaje, la sorpresa y el éxito las están acompañando hasta ahora, bajo la atenta mirada de los severos marinos de la Navy inglesa, quienes en todo momento se están absteniendo de intervenir activamente.

     El 3 de agosto, hube de hacerme eco de uno de los momentos más tristes y confusos de aquellas semanas: la muerte de Harry Boland, a quien había tenido la ocasión de conocer dos años atrás en Nueva York, con motivo de mi indagación acerca del destino último de la suscripción de bonos que llevaba a cabo De Valera. Dije así:

     Cualesquiera que sean los motivos y circunstancias de una guerra, no pueden aceptarse los crímenes, las ejecuciones sin garantías, las represalias, los pillajes. Mucho menos deben consentirse durante una contienda civil, que por definición es una guerra entre hermanos que, nada más firmada la paz, habrán de convivir. Las malas acciones propias no pueden justificarse, ni por las fechorías del otro bando, ni por las ansias de victoria, ni con la indisciplina de los subordinados. Y, menos aún, cuando se enarbola la bandera del Gobierno legítimo y se llevan las de ganar.
     La muerte de Harry Boland en el Grand Hotel de Skerries en un incidente que, de no haber tenido resultados tan trágicos, habría sido grotesco, ha sido lamentada por todos. Yo tuve la oportunidad de conocerlo en Nueva York hace dos años, lleno de ilusiones, alegría e inteligencia. Collins lo quiso como a su mejor amigo durante un tiempo, y siempre como a un gran irlandés, generoso y leal a sus ideas. Estoy seguro de que el General en Jefe no está detrás de este hecho que, por inhumano y absurdo, de ningún modo cuadra con su personalidad y con su compromiso escrito y comunicado de respetar la vida y la libertad de Boland. Pero un jefe ha de controlar a sus soldados y, si estos se exceden, debe castigarlos con severidad.
     Todos confiamos en que esta guerra acabe pronto, pero también tenemos el derecho de esperar que concluya con la menor cantidad de muertes, lesiones y daños que sea posible. El fin no justifica los medios, ni merece la pena luchar sin piedad y sin justicia. Ténganlo presente unos y otros. A la postre, solo alumbrarán a la nueva Irlanda aquellos hombres cuya conducta no tenga las tachas rabiosas y sangrientas de la antigua.




5.      Se hizo el silencio


     Aquellos días de agosto fueron agridulces. De una parte, Lucy recibió el alta y el plácet médico y familiar para viajar a los Estados Unidos, contando con mi constante y adyutoria compañía. También veía como algo muy positivo la marcha de la guerra civil que, en seis semanas apenas, había reducido la oposición de los rebeldes a emboscadas y terrorismo en pequeñas y separadas zonas de Irlanda. Pero, por otra parte, fueron los días en que nos dejó, todavía en excelente edad, Arthur Griffith, Ministro de Asuntos Exteriores y Presidente del Parlamento irlandés. Es posible que lo repentino y un poco misterioso de su muerte[31] contribuyera a despejar su figura señera de las inevitables sombras de todos los humanos. El emocionante entierro se produjo cuatro días más tarde, siendo presidido militarmente por Collins, en cabeza, desafiante hacia quienes pudieran estar inclinados a atentar contra su vida. Lo recogí en la que iba a ser mi última crónica desde Irlanda:

     … Sin estar siempre de acuerdo, partiendo de las grandes diferencias de edad, formación y carácter, Griffith y Collins formaron, desde los tiempos de la discusión del Tratado, un dúo complementario y poderoso, que siempre se recordará cuando sean historiados estos días. No soy de quienes adulan y olvidan los errores de un político a la mañana siguiente de su muerte, pero sí pretendo estar entre los que opinan de la vida de un hombre por el conjunto de sus obras. Juzgando así, no dudo en reconocer la gran deuda de su País para con Griffith, ni lo grave de su pérdida para el futuro. Nadie lo sabe mejor que Collins.

     Ese era, precisamente, el segundo punto de mi preocupación en esas fechas. No podía menos de compartir el comentario de Dalton sobre el funeral, cuando me dijo que nunca había visto a Collins tan erguido y tan sereno, pero el mismo tenor del comentario denotaba sorpresa por el contraste con el día a día. Hasta había quien afirmaba que el General abusaba de la bebida, entre la depresión y el agotamiento.

     El mismo día 16, hice llegar a Collins, por conducto de Emmet, la siguiente nota:

     General: Ha llegado para mí el momento de la partida, aunque mi propósito sea el de regresar para la -quiera Dios- próxima celebración de la paz definitiva. No querría marchar sin tener la ocasión de estrechar su mano y desearle personalmente lo mejor, tanto en su vida política, como en la personal.
     Harvey M. Rosson.
    P.S. Embarco con Lucy Wood en Portsmouth, el próximo día 20. Mañana, a las nueve, me pasaré por la Casa de Gobierno para conocer su respuesta.

     Mick me recibió alrededor de las diez, sin otra presencia que la de Dalton, al que se refirió insistentemente como tu primo. Pese a su habitual jovialidad y a la penumbra habitual en aquel entonces, encontré a Collins decaído y poco locuaz. Divagamos acerca de lo que él aludía como nuestros próximos matrimonios y se interesó por el inmediato porvenir de Lucy en Massachusetts. Le dije lo que sabía de concreto:

-          Mientras haya de mantenerse en silla de ruedas, estará conmigo en Boston y colaborará lo que pueda en mi trabajo de la Agencia. Luego, cuando esté en condiciones de volar, supongo que lo mejor será que se coloque de ayudante en la Biblioteca de Fall River. Sus parientes de allá la vienen reclamando con insistencia.




-          ¿Y tú, seguirás escribiendo sobre Irlanda?

-          No con la asiduidad que hasta ahora, pero sí me gustaría seguir comentando la situación y colaborando en los editoriales sobre el tema. Ya sabes lo que te estiman en América; así que tendré un público fiel. Eres el favorito en las pinturas de las paredes de los pubs.

Collins se echó a reír:

-          Seguro que mucho más que aquí, donde tengo que invitarlos a todos para que me acepten los parroquianos.

-          Eso es por el cargo y el uniforme -terció Dalton-. Ya sabes que el primer mandamiento del irlandés es oponerse al Gobierno, mande quien mande.

     Mick se levantó, me tendió la mano y, por unos instantes, apretamos fuerte y -al menos yo- con emoción.

-          Cuídate, Mick, por Irlanda y por los muchos que te queremos, dije.

-          Y tú vuelve por aquí. Ya sabes que en noviembre tenemos boda. Cuento con que estés en ella y hagas la crónica para Doogan y los demás irlandeses de Boston.

     A mitad de camino de la salida, recordé que llevaba algo en una carpeta, que había dudado en entregarle hasta el último momento; pero, de tan amistosa como había sido la despedida, me decidí:

-          General -dije con sincera ceremonia-, es mi trabajo en y por Irlanda. A nadie debe más que a ti.

     Avancé y puse en sus manos una sencilla carpeta etiquetada: Crónicas irlandesas.

     Leyó la rúbrica, posó la carpeta sobre su mesa y rebuscó entre los papeles, hasta encontrar un abrecartas:

-          No tenía nada preparado, pero espero que esto te traiga mi recuerdo. Lleva conmigo mucho tiempo y lo tengo en gran estima.

     Era un sencillo abrecartas de acero, con la empuñadura pavonada en azul zafiro. A duras penas pude leer la dedicatoria en la hoja:

     A Collins, los universitarios de Frongoch. 1916[32].

     Me lo llevé al corazón y salí.  

     Dalton me acompañó hasta el recodo del pasillo. Allí me tomó del brazo, reteniéndome:

-          ¿De verdad estimas a Mick? En algunas de tus crónicas lo has tratado sin miramientos.

-          Cariño de buen periodista, Emmet. Por mucho que quieras a alguien, todavía tienes que amar más la verdad.

-          Te lo diré tal cual. También él piensa así. Por eso respetaba al energúmeno de Brugha y, en el fondo, por eso mismo no traga a De Valera.


***

     Los padres de Lucy nos acompañaron hasta coger el barco en Portsmouth, dado el estado de su hija. Aunque no aprecié en ellos especial afecto, sí que noté un respeto hacia mí que los mantenía particularmente reservados y tolerantes con la embarazosa situación de una hija soltera impedida, en las garras de un periodista extranjero. No dudo de que ello fuese influencia de Collins, a través de las confidencias que pudiera haberles hecho su sobrino Dalton.

     Gracias a la largueza de Doogan y a mis ahorros, pudimos ocupar dos camarotes contiguos en primera clase, lo bastante amplios y accesibles, como para que la silla de ruedas de Lucy no fuese un impedimento excesivo. A mayores, las dos cabinas daban a un amplio solario de cubierta, más apto para gozar de la brisa en aquella época veraniega. Fue una suerte poder disfrutarlo pues, desde el primer momento, la joven se adaptó perfectamente al ambiente del barco, sin sufrir el casi inevitable mareo de las personas no habituadas a mar abierto.


     En la segunda noche de nuestra travesía, tras dejar la camarera a Lucy en el lecho, entré a darle las buenas noches, dejando la puerta de comunicación entreabierta, por si necesitaba ayuda. Cuando me retiraba, le oí decir:

-          No me dejes sola.

-          Descuida, contesté. Dejaré la puerta abierta.

-          Quédate conmigo, por favor.

     Ahora comprendí y, más que una jubilosa sorpresa, sentí la sensación de quien alcanza la plenitud gozosa, al final de un camino sembrado de dificultades.

     Al siguiente día, martes, 22 de agosto, le planteé a Lucy lo que me parecía era la consecuencia lógica de nuestra íntima relación:

-          Ya sabes -le dije- que en los barcos puede casar el capitán. ¿Qué te parece la idea?

-          Por mí, encantada -respondió-, pero no sé lo que opinarán nuestras familias sobre no poder asistir a la boda.

-          Siempre podemos explicar razonablemente lo sucedido y celebrar luego la ceremonia religiosa por todo lo alto en Dublín.

     Pareció convencida. Yo, dándolo por hecho, me acordé de repente de algo que me hizo sonreír:

-          Solo me preocupa que Emmet y Collins se pirraban por ser padrinos. En fin, esperemos que no se peleen por ello.

     Ni corto, ni perezoso, recogí nuestros pasaportes y nos pusimos a buscar al capitán. Este, flemático y un tanto estirado, no pareció muy contento por tener que oficiar la ceremonia a toda prisa:

-          Es cierto que tengo autoridad para ello -afirmó-, pero la escasa documentación de que ustedes disponen me obliga a condicionar el acto a que, en efecto, sigan estando solteros y sin impedimento alguno, como parece inferirse de sus pasaportes. Por otro lado, tendrán que gestionar luego la inscripción del matrimonio en sus países respectivos o, al menos, en el de destino. Dado que no parece ninguno de ustedes en peligro inminente de muerte, les aconsejo que esperen hasta llegar a puerto.

-          Capitán -repliqué-, creo que no se ha dado cuenta de nuestra situación. ¿Se imagina una pareja joven y enamorada que, por razón de la invalidez de ella, tienen que pasar día y noche juntos y solos, en la mayor intimidad? Tenga en cuenta que no somos fríos británicos, sino portadores del ardor de la raza gaélica y del primitivismo colonial.

     El capitán esbozó una sonrisa.

-          Tal como lo expone, señor Rosson, parece que mi barco puede correr riesgo de incendio… Está bien: Prepararé los papeles y vayan ustedes escogiendo dos testigos. Mañana, a las diez horas, les uniré en matrimonio en el salón de baile.

***

     Nos sirvieron de testigos el médico de a bordo y la camarera, que atendían afectuosamente a Lucy. Celebrada la brevísima ceremonia, tras brindar con el champán que había ordenado traer el amable capitán, este se dirigió a Lucy:

-          Usted es irlandesa, ¿verdad?

-          En efecto, de Wicklow, cerca de Dublín.

-          Entonces quizá pueda interesarle la noticia que recibimos por radio la pasada noche: Han matado a Michael Collins.

-          ¡¿Cómo?!

-          Desconozco los detalles pero, desde luego, han sido sus propios compatriotas.

     En medio de nuestra silenciosa consternación, dejó caer con indiferencia una cita bíblica:

-          Mateo, 26:52[33].

     Un compatriota suyo, años más tarde, sería más justo con el Hombre Grande que acababa de dejarnos:

     Sucesor de una siniestra herencia, alzándose entre condiciones violentas y moviéndose en tiempos feroces, proporcionó las cualidades de acción y personalidad sin las cuales no se habría restablecido la base de la nacionalidad irlandesa.[34]








[1] La primera parte de este relato puede encontrarse en este mismo blog, en el epígrafe de “cuentos históricos”. Es aconsejable haberlo leído antes que este, para conocer a sus personajes y algunos de los episodios que aquí se dan por sabidos. Ello aligerará el aparato de notas a pie de página.
[2]  Histórica calle londinense en que radican buena parte de los edificios gubernamentales británicos. Downing Street es una bocacalle de la misma.
[3] Arthur J. Griffith (1871-1922), fundador del partido político Sinn Féin (1905), servía a la sazón como Ministro de Relaciones Exteriores en el Gobierno de facto irlandés (Aireacht).
[4]  Denominación en gaélico del Parlamento irlandés (Cámara baja).
[5]  Sir John Randolph Leslie (1885-1971), primo de Winston Churchill. Hacia 1908, se convirtió al catolicismo y defendió con firmeza el Home Rule para Irlanda. Otros detalles biográficos se infieren del relato.
[6] El grado más bajo de los títulos nobiliarios ingleses de carácter hereditario.
[7]  Por la fecha, debía tratarse de la de Mark Sykes, viajero y político conservador. En efecto, su obra Mark Sykes: His life and letters apareció en 1923.
[8]  Se publicó en 1922, con el título de The Oppidan. El College de Eton fue fundado en 1440 y seguramente es la institución de enseñanza secundaria más famosa del Reino Unido.
[9]  Por la época aludida, tenía que tratarse de la Midnight Follies Orchestra, liderada a la sazón por un saxofonista norteamericano, famoso por sus excesos alcohólicos.
[10] Titulada Lord Randolph Churchill, en dos volúmenes, cuya primera edición es de 1906. Es accesible íntegramente por Internet.
[11] Histórico edificio del Ayuntamiento dublinés que, durante el periodo historiado, servía de Casa del Gobierno y salón de sesiones del Parlamento o Dáil.
[12]  Cathal Brugha (1874-1922) era Ministro de Defensa del Gobierno fantasma irlandés.
[13]  Año del estreno absoluto, en Dublín, del oratorio El Mesías, de G.F. Haendel.
[14]  Espléndida sala de planta redonda, aneja a la Mansion House, citada en la nota 11.
[15] Joseph McGarrity (1874-1940), importante hombre de negocios y activista irlandoamericano, cuya inicial confianza y colaboración con De Valera acabo trocándose en ruptura y enemistad hacia 1927.
[16] William T. Cosgrave (1880-1965), entonces Ministro de Gobierno Local y, posteriormente, Presidente del Gobierno de Irlanda (1922-1932).
[17] Diario dublinés, surgido en 1905, con ideología conservadora y poco favorable a excesos nacionalistas. Sobre los discursos y carta de Valera, ver ejemplares de los días 7, 17, 18 y 20 de marzo de 1922.
[18]  Magno edificio a orillas del río Liffey, sede de los principales Tribunales de Justicia irlandeses.
[19]  Frase latina imaginaria, traducible por La verdad es la luz de la mente.
[20]  Buque trasatlántico de la compañía inglesa Cunard, activo entre 1904 y 1932.
[21] Este buque británico, que llevaba armas y municiones para el Gobierno irlandés, fue saqueado en el puerto irlandés de Cobh (Queenstown) por miembros del IRA anti Tratado, en abril de 1922.
[22] Sir James Craig (1871-1940), Primer Ministro del Ulster entre 1921 y 1940.
[23] Hugh Kennedy (1879-1936), Fiscal General (1922-1924) y Presidente del Tribunal Supremo (1924-1936) de Irlanda.
[24] Denominación coloquial de los soldados británicos, muy común en la época de la Primera Guerra Mundial.
[25]  Catherine B. Kiernan (1892-1945), novia y prometida de Michael Collins. Es muy ilustrativa su correspondencia con Mick Collins, recogida parcialmente en el libro In great haste: Letters of Michael Collins and Kitty Kiernan, compilación por Leon O’Broin (1983).
[26] El crimen se produjo en Londres el día 22 de junio de 1922.
[27]  En votos, 239.193 sinnféiners a favor de los candidatos pro-Tratado (proclamados, 58), frente a 133.864 sinnféiners en favor de candidatos anti-Tratado (proclamados, 36).
[28]  General en Jefe del Ejército británico en Irlanda.
[29] Así hizo en la boda del alto oficial del IRA, Tom Barry, el 22 de agosto de 1921. Adjunto la ilustración fotográfica.
[30] Irlanda, exclusión hecha del Ulster separado, estaba dividida en ese número de condados.
[31] El diagnóstico fue inicialmente confuso o, por lo menos, multicausal. Una o varias hemorragias cerebrales han acabado imponiéndose como motivo inmediato.
[32] La estancia de cientos de rebeldes irlandeses en el campo de concentración galés de Frongoch (entre ellos, Collins) fue considerado como fructífero aprendizaje y camaradería en la Universidad de la Revolución.
[33]Todo el que empuña espada a espada morirá. Similar, Éxodo, 21:12.
[34]  Winston Churchill, World crisis and the aftermath, vol. V (1931), página 349 (traducción de Carme Camps, en Roy Jenkins, Churchill, edit. Península, Barcelona, 2014, página 416).