domingo, 14 de enero de 2018

UNA BODA EN TAHITÍ


Una boda en Tahití

Por Federico Bello Landrove

    
     Pequeñas historias provincianas, en torno a una boda ciertamente peculiar. Aseguro el carácter verídico de la mayor parte de los hechos y de los personajes. Lo de Tahití es una licencia, para hacer más atractivo el título. De todas formas, tiene su porqué, como podrán comprobar quienes lean hasta el final esta ¿vieja? historia.



     El lunes de Pascua, 10 de abril de 1950, se celebró en la iglesia de El Pardo la boda de la hija única del Jefe del Estado español. La novia, Carmencita Franco Polo, llevaba un vestido blanco de seda natural, con velo de tul de espuma, ceñido por una diadema de perlas y brillantes, regalo de sus padres. El número de invitados oficiales fue de unos ochocientos. Acabado el banquete, los recién casados salieron de viaje en luna de miel hacia Lisboa.

     Si les hago esa reseña -que completo con una foto alusiva-, no es por traer a colación una ceremonia ya casi olvidada, sino porque tiene incidencia directa en el origen de esta verídica historia.

***

     En aquella época de NO-DO[1] incoloro y fotografía periodística de muy baja resolución, supongo que no resultaría fácil a sastres y modistas copiar para sus clientes los modelos de la gente famosa. Con todo, me consta que numerosas novias españolas llevaron en su gran día réplicas más o menos precisas del vestido de Carmencita. Aurora Benavides fue una de ellas y, por lo que he oído a algunas testigos, de las más afortunadas. Claro que tenía dos buenas razones para ello. Una, el denodado esfuerzo y buen hacer de su madrina y tía, que había hecho pinitos con la alta costura en el Madrid de antes de la guerra. Y otra, el buen tipo y gran belleza de aquella joven veinteañera. ¡Cuidado que era formal su padre! Sin embargo, la castiza frase le salió del alma:

-          Puede que el traje no esté tan bien acabado, pero tú tienes mejor percha que la otra; de eso no hay duda.

     De donde se infiere que la chica valía un Potosí, además de andar por medio la pasión de padre.

***

     Aparte la dificultad de imitar el diseño, existía la de tener la condición económica precisa para adquirir no menos de diez metros de tafetán de seda, así como tul espuma para confeccionar un velo de unos cinco metros de cola. Naturalmente, la diadema de perlas y brillantes quedaba fuera de casi todos los presupuestos, cabiendo escoger tocados y tiaras mucho menos pretenciosos y mejor adaptados a la personalidad de la contrayente. Y, puestos a bajar el nivel -por inexorables motivos económicos- la viscosa y el tul ilusión podían dar perfectamente el pego, en aquella parroquia, digna y oscura, que había de reemplazar a la Catedral de Legión. Y es que don Julián -ya va siendo hora de que conozcan la gracia del padre y padrino de la futura contrayente- había tenido un sueño y, lo que es peor, se había cansado de pregonarlo a sus íntimos:

-          Mi Aurora se casará en la catedral.

-          Pero, Julián, con lo fea que es la pobre… La catedral, quiero decir.

-          No, hombre, no. En la de Castellar, ni pensarlo. En la de Legión.

     Luego resultó que las buenas relaciones con ciertos canónigos del Cabildo no habían sido suficientes para lograrlo, ni pagando la cuantiosa donación usualmente estipulada. Claro, a buena parte vas, casarse a lo grande la hija de don Julián Benavides, que salió del penal de San Marcos de milagro y conducido por la Guardia Civil, gruñía su esposa, la mamá de la novia. Y su marido, quitando hierro al rechazo eclesiástico:

-          Dicen que es porque no tenemos el domicilio en aquella diócesis. Bueno, no importa. El Redentor es una hermosa iglesia y, como no seremos muchos, resultará más acogedora.

***

     Y es que don Julián, aunque oriundo de Castellar, había sido alguien en la bimilenaria ciudad de Legión, en los años de la República. Destacado profesor de Historia, con varios libros publicados sobre la materia, fue director del Instituto, presidente del Ateneo Obrero y, en vísperas del Alzamiento, Subgobernador Civil. Eran las gracias del ínclito Azaña[2], empeñado en colocar a sesudos y apacibles partidarios suyos en puestos políticos de brega y contundencia. El resultado, a la vista quedó: Tan pronto se produjo la sublevación militar, el bueno de don Julián fue a dar con sus huesos en San Marcos, penal de rancia prosapia, que nadie mejor que él sabría apreciar. Y aún estuvo próximo a sentir las balas en la madrugada, de no ser por la milagrosa intercesión, no de su admirado San Isidoro, sino de un generalote con fama de brutal, cuya esposa sirvió de ángel de la guarda. Sus años de prisión preventiva no se los quitó nadie pero, al fin, sin juicio siquiera, lo dejaron en la calle, en el más pleno sentido de la expresión. Quiero decir que pudo salir de la cárcel, pero privado del derecho a ganarse la vida como catedrático. Además, adiós a Legión, pues se le confinó en la cercana Castellar, lugar de su nacimiento y -como decía su esposa, doña Remedios- de su óbito, a poco que el hambre y las represalias hicieran sobre él su efecto.

     No fue así, gracias a Dios y a un resquicio de luz y de piedad, impropio de aquellos tiempos tan recios. Resultó que, a base de préstamos y fantasía, varios buenos profesores destituidos pudieron montar una academia, con la autorización del Rector. De ahí comieron su pan los Benavides durante unos cuantos años, cinco o seis para ser más preciso. Los alimentos grasos y proteicos hubieron de venir del taller de costura que, bajo la dirección técnico-artística de Madrina -ya recuerdan: la que iba para reina de la aguja, en el Madrid de la anteguerra-, se montó en dos habitaciones interiores de la vivienda de la familia. Doña Remedios completaba a su hermana, con la costura y como sombrerera. Más adelante, Aurora -Aurita, para los íntimos- ayudaría a sus mayores, con los hilvanes y de ojalatera, quiere decirse, franqueando ojales.

***

     Afírmase que no hay mal que cien años dure. En 1947, don Julián fue readmitido en el escalafón de Catedráticos, con la condición de no ejercer la docencia en Legión ni en Castellar. El pobre hombre besó la comunicación oficial y optó por dar clase en la muy próxima ciudad de Mantuana, sin necesidad de levantar casa ni taller de costura. Era el mismo año en que su Aurita cumplía los dieciocho, edad tradicional para las puestas de largo o bailes de debutantes. Oigamos cómo explicaba la decisión del profesor su hija, en conversación con Nené y Tinuca, sus dos amigas del alma:

-          Le ha dado tanta alegría, que parece haberse vuelto loco. Sobre todo, no para de decir que tiene que compensarnos a mi hermano Héctor y a mí, antes de que perdamos el divino tesoro de la juventud. Con Héctor lo ha tenido fácil, pues ya sabéis lo que le gusta la caza; así que le ha comprado una escopeta magnífica, que le han puesto a muy buen precio en la armería de la Plaza Mayor.

-          ¡Qué suerte, chica!, ponderó Tinuca. Y tú, ¿qué vas a pedirle?

     Aurita torció el gesto, con rostro compungido:

-          Ahí está el detalle, que, por prudencia, por no pasarme en el dispendio, le dije que lo que mamá y él quisieran… Seguro que ni os imagináis el regalo.

-          Yo creo que hiciste bien -juzgó Nené-. Tu padre tiene muy buen gusto y supongo que no estará todavía el horno para pasteles.

-          Ya, ya… Se le ha ocurrido poco menos que tirar la casa por la ventana: mi puesta de largo en el Casino de Legión, junto a un montón de niñas cursis.

-          Pues no está nada mal, hija -replicó Tinuca-. Lo único que no veo bien es que te vayas a festejar los dieciocho a Legión, en vez de en el Círculo de aquí.

-          Sus razones tendrá don Julián -alegó Nené-. Quizá no quiera que crucifiquen a Aurita las debutantes de familias bien, o que le hagan el vacío los chicos de Falange[3].

     No seré yo quien lleve la contraria a la gentil Nené, máxime cuando acababa de convertirse en señora -¡a los diecinueve años!- y conocía el paño mucho mejor que yo. No obstante, habrá que escuchar al autor del proyecto legionense, tal y como lo fundamentó ante su esposa, escéptica con el mismo:

-          Mira, Reme, las fuerzas vivas me sacaron de Legión lleno de piojos y entre un cortejo de guardias civiles y falangistas. Ahora, me prohíben que vuelva a mi cátedra de allá, que en justicia me corresponde. Pues muy bien, regresaré en triunfo, dando el brazo a mi hija y entrando de etiqueta por la puerta grande del Casino. Creo que se lo debo a Aurita pero, ¡qué demonios!, también yo me lo merezco.

     La esposa comprendió que era inútil objetar de modo directo, así que se limitó a replicar:

-          Si no te dejan volver al Instituto, ¿por qué crees que tendrás más suerte con el Casino? En cuanto los de la Directiva se enteren de quien eres…

-          Ya me he asegurado antes. La hija pequeña de Jorge Garay, el cirujano y antiguo alcalde, también participa en la fiesta. Le recordé que Aurita y ella habían ido al colegio juntas cuando eran niñas y que luego habían mantenido la relación. En fin, que me ha prometido apoyar mi petición y que no habrá dificultad ninguna.

-          Pero, ¿y el destierro?

-          Mujer, lo que no me dejan es dar clase, pero esto es otra cosa. Además, solo pararemos allí veinticuatro horas…, aunque no creas que voy a esconderme. Hasta estoy pensando en anunciar mi visita a algunos compañeros y antiguos alumnos míos, por si quieren hacer por verme.

-          Lo dudo mucho. Las cosas no han cambiado tanto, como para que dejes de ser un apestado.

-          Allá cada cual. Lo que es, yo pienso ir con la cabeza muy alta.

     Así, ya saben ustedes tanto como yo de las razones de don Julián. Sobre el poco éxito que tuvo él y el mucho que cosechó su hija en aquella visita a Legión, trataré acto seguido. Conociendo las ideas políticas del padre y la espléndida y juvenil belleza de la hija, no les llamará la atención tal resultado.

***



     Temía don Julián que su hija se pasara la velada sentada en una silla, ya por desairar a su padre, ya por ser en Legión una perfecta desconocida. No fue así, por fortuna. La compañía de su popular amiga de colegio y el extraordinario palmito de la joven rompieron el hielo y, al cabo de unos minutos, desencadenaron el éxito de Aurita, que apenas se perdió un baile y eso, por cansancio. Su padre, sintiéndose felizmente de más, optó por retirarse al ambigú, en busca de amistades con que conversar. Fue en vano. De forma educada o grosera, sus conocidos de antaño le volvieron la espalda o se limitaron a esbozar un saludo, hasta que…

-          ¡Don Julián, cuánto tiempo!

     La interpelación resultó provenir de un camarero, todavía joven, a quien el profesor no pudo identificar. El otro prosiguió exclamativo:

-          ¿No se acuerda, verdad? Adalberto Cabiedes, del Ateneo Obrero. Nos daba clase de Historia Universal todos los jueves.

     Algunos circunstantes, estimulados por lo de obrero, parecieron prestar atención. Pese a sus bizarros propósitos, el adalid de Izquierda Republicana[4] se batió en retirada:

-          Tanto gusto. Perdone, pero estoy aquí con mi hija y creo que me está haciendo señas de que acuda.

     No se le fue el bochorno en toda la velada, que pasó en compañía de un ABC[5] y una copa de ponche, sentado en un butacón del vestíbulo. A eso de las tres, volvió al salón de baile, dispuesto a recoger a su retoño y retirarse al hotel Conde Sol. La chica no lo acogió de muy buena gana, pero hizo de tripas corazón:

-          Papá, voy a presentarte a este joven. Amador Turienzo. Es de Peñatajada y está estudiando quinto de Medicina en Castellar.

     Le faltó añadir que había bailado con él más de la mitad de las piezas. Seguro que se lo aclararía luego en el hotel, o en el tren de regreso. El caso es que el futuro galeno va a tener un papel importante en este relato. Fuerza es, por tanto, que lo introduzcamos con cierto detalle.

***

     Si los polos opuestos se atraen, entonces no es extraño que Amador bebiera los vientos por Aurora ni, en muy otro orden de cosas, ella también por él. De las prendas de Aurita ya hemos tenido noticia. Vamos ahora, por así decir, con las de Amador.

     Unos años mayor que Aurita, el mozo era el hijo pequeño de los tres que sus padres tuvieron, en un matrimonio también hecho de contrastes. El padre, don Isaías Turienzo, era conocido en toda la provincia de Peñatajada como el Señor de Corrales, aunque su título era el inmediato superior de barón, concedido a su bisabuelo, con carácter hereditario, por el Pretendiente don Carlos VII[6], para premiar su valor y denuedo en la acción de Abanto[7]. Allá por 1920, el Barón de Abanto se había casado con Arsenia Vidriales, hija y heredera única de una rica familia de labradores (propietarios o terratenientes, según ella) de Codesos del Campo, lo que fue tanto como casar prosapia y posibles, trojes y casa solariega, en un feliz matrimonio de conveniencia. Los esposos pasaron a vivir en la capital de la provincia, donde don Isaías repartía el tiempo entre el cultivo de sus numerosísimas relaciones -casi todas, de postín- y la rehabilitación paciente y cuidadosa de su mansión corralina, en tanto doña Arsenia cuidaba, como buena ama de casa, de sus hijos y del hogar. La longevidad de su padre -Vidriales- y el buen hacer del administrador de toda la vida ahorraron a dicha señora preocupaciones por su futuro patrimonio, fuera de la natural de percibir mes a mes una renta que alejase a la familia de toda inquietud económica.

     Poco antes del final de la Guerra Mundial[8], falleció el señor Turienzo, aún en muy buena edad. Su primogénito, mayor de edad y abogado, asumió la baronía y se convirtió en nominal cabeza de la familia; solo nominal, pues doña Arsenia seguía llevando la dirección de los asuntos y controlando los cordones de la bolsa. Para ella, su ojito derecho era siempre Amador, a quien la orfandad sorprendió estudiando para médico en la Facultad de Castellar, residente en un Colegio Mayor regentado por los jesuitas. Era un muchacho estudioso y nada faldero, de aquellos que se dice no dan un ruido. No es, pues, extraño que, pese a la pequeñez de la ciudad y lo despampanante de Aurita, Amador y ella no su hubiesen conocido hasta el día de la puesta de largo en Legión; ocasión verdaderamente señalada en su vida, de la que no dejó de hacer comentarios a su madre, ciertamente encomiásticos, siquiera imprecisos. La buena señora recibió con alegría la noticia, no sin hacer las advertencias que todos los padres hacen a sus hijos, cuando los ven fulminantemente enamorados:

-          Ve con tiento y prudencia. Sobre todo, no olvides quién eres y de dónde vienes. Y ya sabes lo que te he recomendado siempre: chica honesta, de buena familia y muy religiosa. Eso es lo de verdad importante, aunque, si además es tan guapa como dices, mejor que mejor.

     En el cerebro de Amador se encendió una lucecita, al escuchar las palabras de su madre, por muy reiteradas o manidas que fuesen. No parecía que Aurora se ajustase mucho al modelo propuesto, salvo en lo de la honestidad. Convendría, pues, no ser muy explícito por el momento.

***

     Es fácil de entender el profundo cambio que experimentó la vida de Aurita y Amador en el año en que este, con más dificultad que gloria, superó el último curso de la Carrera y obtuvo el diploma de Sanidad[9]. Las relaciones marchaban viento en popa, sin la menor objeción por parte de los Benavides, que veían en el pretendiente a un marido casi ideal. En cuanto a los Turienzo, ojos que no ven… Quiero decir que, so pretexto de exámenes y prácticas sin cuento, Amador viajaba a Peñatajada lo menos posible, reflejando el noviazgo en las cartas de forma tan anodina, que habríase dicho estuviese perdiendo el interés por él. Doña Arsenia, delicada de salud, no quiso presentarse en Castellar para conocer de propia mano la situación, mandando en su lugar a Vicen, su hija, con el pretexto de llevar a su hermano viandas y prendas de abrigo. Como es natural, las dos chicas se conocieron bajo el control del novio, que no las tenía todas consigo acerca del motivo real de la visita de su hermana:

-          Aurita, cariño, ¿no podrías ponerte al cuello para la ocasión una cruz, o una medalla de la Virgen?

-          Sí, claro; ¿y de dónde voy sacarla?
-          No te preocupes, que yo me encargo.

     Y luego,

-          Auri, reina, ten cuidado con lo que le cuentas a mi hermana. No te dejes sonsacar.

-          ¡Pero bueno! -exclamó la moza, que tenía su orgullo-. ¿Te crees que soy tonta? Además, no creo que tenga nada que ocultar.

-          Ya sabes como están las cosas. ¿A qué ponerlas todavía más difíciles?

     La presentación resultó un éxito. Aurora lució una hermosa cruz de oro, comprada en la famosa joyería de Orosio Pérez, y deslumbró a Vicen con su labia y su belleza. Dícese que las mujeres se fijan en los detalles. ¡Qué cruz tan bonita llevas!, ponderó Vicenta, y Auri:

-          ¿Verdad que sí? Seguro que fue a causa de ella por lo que un impertinente me piropeó el otro día, comparándome con la Giralda de Sevilla[10].



     Y, ya camino de la estación, otro detalle más:

-          ¡Qué guapa es tu novia, Amador! ¡Y que encantador detalle el lunar que tiene en la mejilla izquierda!

-          Pues puedes estar segura de que es natural, replicó algo mohíno. Se esmera mucho con la izquierda.

***

     El año 1949 fue especialmente fecundo en la vida profesional de Amador Turienzo. Para satisfacer su vocación y tener unos ingresos mínimos asegurados, accedió a la condición de médico titular y jefe local de Sanidad del pequeño pueblo de Palacios, a unos quince kilómetros de la capital. A su vez, abrió consulta en la propia Peñatajada, en la plaza de los Nomos, a tiro de piedra de la casa familiar. Doña Arsenia se mostró inflexible… y generosa:

-          Nada de un simple consultorio: una casa grande, donde quepan vivienda, sala de espera y consulta. Con veinticuatro años, profesión y novia, no sé a qué esperas para casarte.

-          Pero un piso en esa plaza resulta muy caro. Tendría que hipotecarme.

-          Pues lo alquilas y yo te ayudaré con la renta, si es menester.

     De modo que fue un año muy ajetreado en lo clínico, por no hablar de las constantes escapadas a Castellar para ver a la novia. Por cierto, en esto hubo una novedad. Conclusa su etapa de colegial, había de buscarse para el ilustre viajero un alojamiento conveniente. No tuvieron que buscar mucho. La mamá de Tinuca regentaba una acreditada pensión en la céntrica calle Aguarías. La amiguísima de Aurita recibió al nuevo huésped con la consabida broma:

-          Mucho cuidado, doctor, que lo vigilo.

     Pero, para vigilancia, la que correspondió formalmente a la otra componente del trío de inseparables. Con la patente de respetabilidad que le daba su condición de casada, madre ya de un niño y con otra criatura encargada, Nené se convirtió en la perfecta carabina. Ella y su esposo, Santos, fungían de chaperones de la pareja a controlar. Sin duda, esta incómoda situación hubo de servir a los futuros señores de Turienzo para iniciarse en la puericultura. Entre paréntesis, les confesaré que ello fue en vano, pues no tuvieron hijos.

***

     Entró 1950, con el relumbrón que supone el cambio de década. Amador, Aurita y sus respectivas familias entendieron al unísono que era el momento de fijar fecha para la boda. Ahora enlazamos con el frustrado intento por parte de don Julián de celebrarla en la catedral de Legión. A partir de ahí, las cosas fueron quedando claras: para finales de primavera y en la parroquia castellarense de la novia. El día se fijó por sugerencia del párroco:

-          ¿Por qué no el 13 de mayo? Es sábado y fiesta local de nuestro Santo Patrón, como sabéis, especialmente venerado en esta iglesia. Con tal motivo, el templo lucirá como casi nunca, sin necesidad de que tengáis que hacer mucho extraordinario.

-          ¿Tendremos tiempo suficiente para todos los preparativos?, inquirió preocupado el profesor de Historia.

-          ¡Hombre, papá, que estamos en febrero! -protestó Aurita-. Como empecemos con perfeccionismos, no nos casamos ni en un año.

     De modo que, día 13 y todo, así se acordó. Lo peliagudo sería la copia del vestido nupcial de Carmencita Franco, para la cual contarían con un mes; pero Madrina puso su buena voluntad acostumbrada:

-          Tendremos las telas preparadas. Dando a la confección prioridad absoluta, en un mes habrá tiempo suficiente.

     Amador se sintió obligado a informar personalmente a su madre de todos estos planes. La buena señora se le echó al cuello entre exclamaciones:

-          ¡Bendito sea Dios, hijo! ¡Ya era hora! ¡No veía llegado el momento de llevarte al altar! Claro que, antes de la boda, tenemos que hablar de la pedida. Estoy bastante pachucha pero la tradición manda: tendrás que llevarme en el Peugeot[11] hasta Castellar.

     Doña Arsenia volvió a tomar asiento. Un rictus de preocupación asomó en su rostro:

-          Sí, es preciso que vaya y me cerciore por mí misma. No he querido decirte nada, Amador, por no alarmarte, pero he hecho algunas averiguaciones y he oído ciertas cosas que…

     Al joven galeno le cambió la color. Supo que tendría que luchar para llevar hasta el fin sus planes de boda. Y menos mal que su madre había tardado tanto en descubrir las circunstancias indeseadas de Aurorita Benavides. Después de todo, tal vez tuviera razón Alfonso, su colega de Manzanal, cuando le dijo un día:

-          Desengáñate, Amador. Para nuestros mayores, la guerra no acabó en el treinta y nueve. No han aceptado la paz, solo la victoria… Ya lo dijo aquél: la política es la continuación de la guerra por otros medios[12].

***

     No les cansaré con el desagradable relato de la ceremonia de la pedida de Aurita. Solo les diré que la pulsera terminó por los suelos, sin que en el acto nadie hiciese por recogerla. Posteriormente, fue pasando de las manos de don Julián a las de Amador y, de la posesión de este a la presunta de la limpiadora de la consulta, que la descubrió en un cajón del escritorio. Cuando el médico comentó la desaparición con su esposa y le anunció su propósito de denunciar el caso, Aurora le respondió con tono glacial:

-          Eso cuéntaselo a tu madre.

     De donde podría inferirse que, con toda lógica, el perdón y el olvido también resultaban arduos para los vencidos.

***

     Veinticinco años atrás, se habían inaugurado en la ciudad de Castellar, a la vera de su río, unas piscinas recreativas de altos vuelos, que nadie pudo luego explicar por qué se llamaron precisamente Tahití. Además de para los tradicionales y necesarios chapuzones veraniegos, dicha instalación cumplió durante muchos años -unos sesenta- una finalidad lúdica y de ocio, que un nostálgico reflejó del siguiente modo:

     Las Piscinas Tahití constituyeron una tabla de salvación para muchos jóvenes de ambos sexos que buscaban, para estrechar los lazos surgidos durante los tradicionales paseos por la calle de San Diego, un lugar apacible donde el baile les permitiera sentir la proximidad del otro.

     En nuestro relato hubo efectivamente danza, pero después de la panza. Pues han de saber que, dentro de lo propio en un edificio amplio y grato, sus gerentes pensaron en aprovecharlo para bodas y banquetes. La cocina de uno de los mejores hoteles de la ciudad ponía los manjares y, de esa forma, podían programar dos tipos de eventos: los más elegantes, en el céntrico hostal; los menos costosos, en las simpáticas piscinas de junto al río. Naturalmente ello solo era posible -y así se advertía en los anuncios- en temporada de verano. El resto del año, cerraban las instalaciones y no era insólito que se le hincharan las narices al magno afluente del Duero y hubiera que desplazarse en barca por la zona.

     La cuestión, pues, era la siguiente: ¿Entraba el 13 de mayo en el concepto tahitiano de estío? Aparentemente, no, pero la primavera venía espléndida y el día del Patrón podía ser bueno, cuando menos, para inaugurar la temporada de bailes. Aunque la boda iba a ser de esas que se celebran en la intimidad, no eran de despreciar las ganancias de treinta o cuarenta cubiertos. Manteníase la decisión en el fiel de la balanza, cuando intervino providencialmente Santos -el marido de Nené-, hijo del propietario de un modesto complejo de bar y casa de comidas, próximo a las piscinas:

-          Si tienen problemas para servir el banquete, me comprometo a buscar camareros y a colaborar en el aperitivo y con los entrantes.

     Mano de santo. Comerían en Tahití y bailarían al ritmo de la orquestina Calor Tropical, que a las siete, como mucho, levantaría el campo para continuar su programa de fiesta en la Sala Bolero. Así que todo resuelto, salvo el problema, no pequeño, de la ausencia de la madrina.

***

     Dentro de los hechos sobre los que, por evidentes o por desagradables, he prometido correr un tupido velo, se hallan las innúmeras discusiones y peloteras entre doña Arsenia y Amador, a propósito de la chica elegida por este para acompañarlo de por vida. Confidencialmente, les diré que un notario de Peñatajada hubo de pararle los pies a la viuda y recordarle que, moral y legalmente, lo de desheredar a un hijo era una cosa muy seria. Decisiones menos drásticas le importaban poco al novio, en el aspecto material: Empezaba a vivir por su cuenta y los enfermos de pago menudeaban en su consulta. Al final, no le quedó a su madre más que el impropiamente llamado derecho de pataleo:

-          Nada, que no voy a tu boda, te pongas como te pongas. Así que ya puedes ir buscándote una madrina e inventando una disculpa ante los invitados.

     En aquel momento, Amador estuvo a punto de exhalar un ¡yupy!, con todas sus fuerzas. Tenía el fundado temor de que su madre pudiera plantear mayores disgustos en la ceremonia, que el de su ausencia.

-          Si te parece bien, mamá, voy a pedir a Vicen que sea la madrina. En cuanto a explicar tu ausencia, lo mejor será aducir alguna intempestiva dolencia.

-          Alguna se te ocurrirá. Para eso eres médico -gruñó la señora-.

-          Pensaré en algo impreciso pero doloroso. Así no nos pillarán en el renuncio y quedarás bien con todos.

-          ¡Me importa un bledo como quede! Allá tú, que te has empeñado en pasar la vida entre rojos y pobretones.

     Vicen aceptó encantada, pero quiso devolver a su hermano su velada alusión de antaño, ahora diáfana:

-          ¡Claro, acepto encantada! Eso sí, cuando bese a la novia, lo haré solo en el carrillo derecho, no sea que el lunar me contagie de izquierdismo.

***

     La historia podría haber concluido aquí, pero no les privaré de dos jugosas anécdotas, que dicen mucho para mí de los vaivenes y recovecos del ama humana.

     La primera enfrió intensamente las íntimas relaciones que hasta entonces había mantenido Aurita con sus dos amigas de toda la vida. Refundo en una las dos cartas que aquella envió a cada una de estas, desde Peñatajada, a 15 de septiembre de 1950. Decían así:

     Queridas Nené y Tinuca:
     Una vez instalados Amador y yo en nuestra casa en esta ciudad, procedo a ofrecérosla, esperando que muy pronto nos visitéis, como también vuestras familias. La dirección es: Plaza de los Nomos, 17, segundo, derecha.
     Eso sí, queridas mías, si vuestra visita coincide con la presencia de mi suegra o de personas extrañas, os ruego que os abstengáis de toda alusión a que tú, Tinuca, vives en una pensión que regenta tu madre; o que tú, Nené, y tu marido lleváis una taberna y casa de comidas. Yo -como bien sabéis- lo he asumido siempre y lo asumo ahora con naturalidad, pero ya sabéis cómo es la gente y más, en sitios como este, todavía más provincianos y chismosos que nuestro Castellar…

     La segunda anécdota es aproximadamente un año posterior. Por razones diversas, don Julián, su esposa y la Madrina se trasladaron a Madrid, de donde ya no volverían. Llegado el momento de levantar la casa de Castellar, confiaron la gestión a Amador, sin que consten las instrucciones que pudieron darle para tal comisión. El doctor Turienzo trasladó todos los muebles a su domicilio de Peñatajada. Me aseguran que, pese a la pobreza por la que había pasado, don Julián conservaba despacho, comedor y dormitorio de gran valor, así como algunas antigüedades de mucho gusto y precio. A todo ello hubo de decir adiós, tras aquella sorprendente mudanza.


***

     Ahora sí, termino. Me atrevo a hacerlo con una paráfrasis del antes aludido von Clausewitz: La filosofía es la continuación de la historia por otros medios. Yo me he limitado a narrar la historia. Poner la filosofía es cosa de ustedes, si así les parece.
    






[1] Noticiario gráfico de obligada inserción en las sesiones de cine y otros espectáculos españoles, que se emitió entre 1943 y 1981.
[2]  Manuel Azaña Díaz (1880-1940), Presidente del Consejo de Ministros (1931-1933) y de la República Española (1936-1939).
[3] Designación coloquial del partido político único del Franquismo, cuyo título completo era: Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista.
[4]  Nombre del partido político de D. Manuel Azaña. Véase nota 2.
[5]  Diario madrileño de ámbito nacional, en circulación desde 1903.
[6] Carlos de Borbón, Duque de Madrid, pretendiente carlista al trono de España, especialmente en el periodo bélico de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876).
[7]  Acción bélica de resultado incierto, acaecida durante la Guerra citada en la nota anterior. Se produjo en las inmediaciones del Bilbao cercado por los carlistas, en marzo de 1874.
[8]  La Segunda Guerra Mundial concluyó en mayo de 1945 en Europa y en agosto del mismo año en la zona del Pacífico.
[9] El Diplomado en Sanidad es un título no universitario, de la Escuela Nacional de Sanidad, que proporciona una formación básica en salud pública. Resultaba necesario para ejercer de médico titular de una población, de Jefe Local de Sanidad y de lo que -a partir del Decreto de 27 de noviembre de 1953- se llamaron médicos de Asistencia Pública Domiciliaria. Actualmente (2017), las Comunidades Autónomas comparten competencias en la materia con la Escuela Nacional de Sanidad.
[10]  La veleta o giraldillo que corona la famosa torre porta una cruz, entre otras cosas.
[11]  Conocidísima marca francesa de automóviles, que viene fabricando desde 1889.
[12]  Retruécano de la conocida frase de Carl von Clausewitz (1780-1831): La guerra es la continuación de la política por otros medios.

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