viernes, 2 de marzo de 2018

ROBIN HOOD EN LA CIUDAD UNIVERSITARIA



Robin Hood en la Ciudad Universitaria


Por Federico Bello Landrove

     Sobre el sorprendente viaje de Errol Flynn a España en la primavera temprana de 1937 existen muchos datos conocidos pero, también, muchas incógnitas. Para resolverlas, he puesto mi consabido noventa por ciento de estudio y diez por ciento de imaginación. Espero que de la lectura saquen ustedes, a un tiempo, contento y erudición.




1.      De cuánto vale saber español para que te manden a España


     Estábamos tomando café en el snack bar, The Solecito, ya saben, semiesquina de la Primera con South Spring, cuando Hotchkiss tuvo la ocurrencia de coger de la barra el ejemplar del día del Examiner[1]. Al cabo de unos segundos, soltó un taco resonante. No era su costumbre, ni mucho menos, por lo que sus compañeros en Los Angeles Times[2] interrumpimos refrigerio y charlas, mirándolo de hito en hito.

-          ¡No te digo!, exclamó. A este paso van a coger el fusil y se van a ir a pegar tiros a Europa. ¡Y con esa compañía! ¡Hay que ser panoli!

     Aunque yo era el último mono, L.D.[3] me tendió el diario, supongo que para que lo leyese en alto para todos los colegas; de modo que cogí y leí:

Errol Flynn[4] viajará a la guerra de España con el patrocinio del Examiner

    El famoso actor, con contrato de la Warner, embarcará próximamente rumbo a Europa, a fin de entregar al Gobierno de la República Española un cheque por valor de millón y medio de dólares, que el mundo del cine ha recaudado en Hollywood para ayudar a quienes luchan contra los militares sublevados. El señor Flynn, de cuyas cualidades de escritor ya han tenido nuestros lectores conocimiento, aprovechará su estancia en España para visitar los frentes, como reportero de la revista Photoplay[5].

     Según nuestras noticias, acompañará al señor Flynn en el viaje su amigo, el doctor Hermann F. Erben[6], quien cuenta con el patrocinio de la Fundación Rockefeller[7].

     Se hizo un silencio de perplejidad, no de sorpresa. Ninguno de nosotros entendió la importancia que Hotchkiss daba a la noticia. Todo lo más, se produjo algún comentario ácido acerca de mezclar cine y guerra, o de que un guapo mocetón se fuera a casi seis mil millas para correr riesgos innecesarios. L.D. nos miró conmiserativo y cambió de conversación. No obstante, cuando ya salíamos rumbo a la sede del periódico, me tomó del brazo para hacer un aparte:

-          Dime, Ventura, tú hablas español, ¿no es cierto?

-          Como el inglés.

-          De acuerdo. ¿Estás soltero?

-          Ando a la espera de que encuentre trabajo mi novia para casarnos. El sueldo que gano en el Times no me llega para formar una familia.

     Hotchkiss sonrió.

-          Entonces, te vendría mejor un poco de acción bien pagada, que no seguir calentando la silla de adjunto al cronista de tribunales.

-          ¿Qué me estás preparando? ¡Mira que no quiero líos! Prefiero ir subiendo poco a poco.

-          Tú déjame hacer. Ya verás como me lo acabarás agradeciendo. Y, por otra parte, lo mismo queda la cosa en nada.

     No hubo manera de sonsacarle. De todas formas, tuve cumplida información unos días más tarde.

***

     En efecto, el poderoso Hotchkiss, redactor jefe de temas locales, fue a buscarme al archivo, cuando yo buceaba en los precedentes de un caso de narcóticos. Nos sentamos, mano a mano, en sendas escaleras de alcance y L.D. prosiguió desde donde lo había dejado a la puerta del Solecito.

-          No hace falta que te informe de la total disparidad de ideas entre el señor Hearst[8] y los artistas que crearon el pasado año el Comité de Nueva York[9], entre los cuales se halla nuestro pinturero Errol Flynn.

-          Algo he oído al respecto -le contesté, de manera preventiva-.

-          Pues bien, ¿qué explicación le encuentras a que el Examiner difunda a bombo y platillo el viajecito de Flynn, encaminado a regalar un millón y medio de pavos a los antifascistas españoles?[10]

-          Hombre, es una estrella de moda. Su vida interesa a los lectores, se esté conforme con ella o no.

-          Entonces, ¿por qué no se ha difundido como comunicado general a los medios, sino como patrocinio del Examiner? … Y hay algo más: me lo ha contado Hedda Hopper, que no sé si sabes que está interesada en entrar en la nómina del Times[11]. Flynn ha solicitado la mediación de Hearst para que Jack Warner[12] le dé permiso para el viaje, aplazando los numerosos proyectos de rodaje que tenía[13].

     Yo estaba perplejo. No me explicaba el interés de L.D. por la cuestión. Faltaba un dato decisivo, que en seguida me transmitió:

-          ¿Y qué me dices de que lo acompañe el doctor Erben?, me preguntó.

-          Aparte del apellido y el retintín con que lo llamas doctor, nada veo de raro. Según el periódico, son buenos amigos.

-          O sea, que tú no sabes que el tal Erben nació en Austria y se rumorea que espía para Hitler.

-          Vaya, vaya; ya voy atando cabos. El tipo está financiado por la Fundación Rockefeller…

-          … con la recomendación de Hearst. ¡Eso sí que tiene sentido! Lo que no tiene pies ni cabeza es que, haciendo el viaje juntos, Flynn vaya a ayudar a los republicanos y Erben apoye a sus contrarios.

-          ¡Qué mejor coartada para espiar para los fascistas! Flynn y sus dólares le servirán de tapadera y podrá entrar en donde le dé la gana.

-          Por supuesto, pero la pregunta es: ¿acaso Flynn es también espía o es que no sabe a qué va a España su amigo? O, dicho de otro modo…

-          … ¿a dónde demonios irán a parar los dólares recaudados para la República?

     Hotchkiss silbó con admiración:

-          Chico, no solo sabes español y estás graduado en leyes por la UCLA[14], sino que en seguida vas al fondo del asunto.

-          Ya, para lo que me sirve… Estudie usted leyes para tomar notas en las comisarías y los juzgados.

-          Me parece que eso se va a acabar, amigo Alex. Con este tema del millón y medio puedes conseguir un buen pellizco, suficiente para casarte. ¿Qué te parece?

     Me parecía que, aunque listo, no me estaba enterando de maldita la cosa. Así que no contesté y dejé que Hotchkiss soltara la bomba final:

-          Cómprate una pajarita a la moda, que un día de estos vamos a tomar café con Chandler[15].

***

     La mansión de la familia Chandler, en el barrio de Echo Park, era un palacete de estilo español que, como es habitual en California, poseía la intimidad de celarse a la calle con una tapia beis pastel de portón enrejado, abriéndose en cambio a un patio interior a medias porticado, con fuente central, parterres con palmeras y rododendros, arcos soportantes de adelfas y rosales, y muros tapizados de buganvillas magenta y albos jazmines, que apenas se dejaban franquear por los arcos de las terrazas y las celosías de las ventanas. Recuerdo todo ello ahora, no por mero alarde descriptivo, sino porque íntimamente pensé que, si alguna vez llegaba a coronarme como rey del periodismo, querría vivir en un paraíso semejante.

     Harry Chandler, como quien dice, había heredado el Times, al ser yerno de Harrison Otis[16], alma del periódico durante treinta años. En 1917 Chandler había tomado el testigo. Era un hombre corpulento y autoritario que, sin embargo, había conseguido superar la terrible etapa del atentado terrorista de 1910[17]. Yo apenas lo había conocido de vista, por lo que el café de aquella tarde de finales de diciembre supuso mi primera conversación vis a vis con él, con Hotchkiss de intermediario.

     Lo primero que me preguntó el Jefe fue por mi apellido:

-          … Ventura: padre mejicano, supongo.

-          Pues no, señor. Mi tatarabuelo luchó hace un siglo a las órdenes de Fremont[18]. Supongo que en su momento se cambiaría el apellido por el topónimo del condado en que combatió[19].

     Al conocer mi casi centenaria prosapia, Chandler cambió radicalmente de tono; tanto, que me sentí obligado a puntualizar:

-          Pero sí es cierto que tengo sangre mejicana. Mi padre se casó con una joven sonorense, apellidada Gisbert. Así que mi nombre completo quedó en Alexander G. Ventura -la ge por Gisbert, naturalmente-.

-          Y de ahí viene tu dominio del español, que L.D. me ha asegurado; conocimiento que te va a venir de perlas para lo que quiero encargarte, de modo particular y muy reservado. Claro que puedes rehusar, pero lo consideraría un grave error por tu parte.




     Pasamos a prestar atención al humeante café durante unos pocos minutos. Luego, el magnate de la prensa prosiguió:

-          Sé que tienes formación jurídica y que prestas buenos servicios en la crónica de tribunales. También esto te va a servir de mucho, pues se trata de un caso que, como Hotchkiss te habrá adelantado, tiene mucho de criminal o, cuando menos, de policiaco.

     En fin, por abreviar y enlazar con lo que ya les he contado, Chandler me indicó que se trataba de desenmascarar a esa víbora de Hearst, dejando de paso en evidencia al siniestro doctor Erben y al arrogante Errol Flynn, cuya comisión de tesorero ambulante estaba seguro mi interlocutor que iba a ser desbaratada de alguna manera. Si todo salía como L.D. y él esperaban, quedarían de relieve el filo fascismo de Hearst, la connivencia de este con la muy respetable Fundación Rockefeller y, de paso, la vergonzosa tomadura de pelo que sufrirían el judío Jack Warner y el liberal Flynn, juguetes en manos de individuos sin escrúpulos.

     Yo volví con la cantinela que Hotchkiss me había ponderado:

-          Todo ese montaje, en mi opinión, tiene dos hilos conductores, que hay que seguir. Uno es evidenciar que Erben es un espía nazi. El otro, descubrir en manos de quien acaba el millón y medio de dólares. Pero, lo que es yo, no sé cómo podría…

-          Pues viajando a España muy poco antes que Flynn y Erben, esperándolos en la frontera francesa y, haciéndote el encontradizo, ganarte la confianza del actor y la tolerancia del doctor. Con tu dominio del español y tus dotes de periodista, no tendrás muchas dificultades para ello.

-          Perdone, señor Chandler, pero creo que es usted demasiado optimista. Lo de ayudarles con el idioma, pase, pero no veo de qué me va a servir ser periodista, cuando el propio Flynn conoce la materia y va contratado por una revista de campanillas.

     Chandler se echó a reír, secundado por L.D., quizá por servilismo.

-          Así que te has creído lo de ir como embajador y reportero de Photoplay, ¿eh?, balbuceó mi Jefe, todavía riendo. Sería la primera vez en su vida que Errol se toma algo en serio en favor de los demás.

-          ¡Caramba, señor! -exclamé, por hacer justicia al simpático actor-. Algo serio y altruista es ofrecerse él para hacer un largo viaje, y ciertamente peligroso, mientras sus compañeros de la cuestación se quedan en casa[20].

-          Anda, L.D., explica al muchacho qué es lo que le mueve a Flynn a largarse de América, pidió Chandler todavía risueño.

     Y Hotchkiss, con todo lujo de detalles, explicó que el actor estaba harto de su esposa, Lili Damita[21], y de su jefe, el opresivo Jack Warner[22], y había urdido una escapatoria a lugares lejanos, con la interesada cooperación del millonario Hearst. A mí todo aquello me pareció una milonga, de no haber detrás un sincero interés político de Flynn por la República española. No obstante, no quise discutir y, careciendo de alternativa, pasé al aspecto práctico de la cuestión:

-          Perdóneme, señor Chandler, pero ando muy mal de fondos y aspiraría a una salida próxima para esas cualidades periodísticas que le han llevado a fijarse en mí. Si usted quisiera…

-          Cualidades personales, amigo Ventura, que las periodísticas todavía tienes que demostrarlas -ahora tendrás ocasión de ello-. Claro, claro, estoy al corriente de tus propósitos matrimoniales y ya le he dado a Hotchkiss instrucciones, que él te detallará. Ahora solo me queda decirte: discreción y éxito. Si sales con bien de esta prueba, no dudes de que habrás dado un paso de gigante en el Times.

     Chandler carraspeó y ello fue la señal para que L.D. se levantase del sillón, y yo tras él. El apretón de manos con el Jefe fue largo y fuerte:

-          Cualquier cosa que te preocupe o necesites -me dijo-, háblala con L.D. Por mi parte, te deseo éxito y aquí tengo algo para tus primeros gastos.

     Sacó del bolsillo de su chaqueta un talón por importe de quinientos dólares. Me dijo en voz baja y guiñando el ojo:

-          No te lo gastes en el banquete de boda… Mejor lo dejáis para la vuelta.



2.      Un cheque millonario


     Estaba claro que primero tendría que ganarme a Flynn y, luego, no despertar las sospechas de Erben. Para ello, decidí aprovechar al máximo el poco tiempo de que dispondría hasta viajar a España, como una semana antes que Errol, según indicación de Hotchkiss. De modo que, para empezar, di un buen repaso a cuanto de serio se había publicado sobre la vida y la obra del famoso Capitán Blood[23], así como acerca del escurridizo doctor Erben quien, por cierto, no era tan amigo del actor como muchos creían. A través de L.D., me enteré de que Flynn viajaría sin fotógrafo asignado, cosa que me inspiró la brillante idea de meter en mi equipaje, no solo la máquina habitual que usaba para mis trabajitos de morgue y calles oscuras -expresión literal de mi colega, Bruce Russell[24]-, sino una moderna cámara de cine Bolex de 16 mm, verdaderamente portátil y muy sencilla de manejar. Con eso y mi dominio del español, malo habría de ser que Flynn no me aceptara como compañero, aunque Hotchkiss me advirtió:

-          Nada de incorporarte a la comitiva de Errol, pues despertarías sospechas por tu condición de periodista del Times. Solo hazte el encontradizo y sigue un itinerario paralelo. Yo te informaré de sus planes de viaje con suficiente antelación.

     En efecto, antes de tomar mi barco, ya sabía la fecha en que abordarían a su vez Flynn y Erben el Queen Mary; que atracarían en Southampton, para seguir viaje a Londres y cruzar el Canal; que, finalmente, pararían en París y seguirían viaje hasta la frontera de Port Bou, por donde entrarían en España. A partir de ahí, Barcelona, Valencia, Albacete y Madrid serían sus paradas fundamentales, para una estancia hispana de quince días. Yo estaba asombrado de la precisión. Hotchkiss sonrió y me dijo:

-          Una estrella viaja con grandes preparativos de billetes, reservas en hoteles, visitas y entrevistas programadas… Luego cambiará de plan cuantas veces le dé la gana y, conociendo a Flynn, puedes asegurar que lo hará. Respecto de eso, tendrás que arreglártelas tú solito.

     Así que ya estaba avisado. Una semana antes que Flynn lo hiciera en el Queen Mary, yo embarqué en el Normandie, con la ventaja de llevarme hasta Le Havre. Desde allí, pasé a París, donde apenas me entretuve tres días. Luego, por tren hasta la frontera española, a donde llegué el 20 de febrero, sin contratiempo ninguno. Los tipos que me atendieron en la aduana parecieron encantados de recibirme.
 Yo pensé que era por el pretexto de cubrir las actividades de la Brigada Lincoln[25], pero la razón era otra:

-          Alexander Gisbert, leyeron. ¿Eres descendiente de catalanes?

-          De catalanes mejicanos, repuse inventando.

-          ¿Y no sabes catalán?

-          No, lo siento. Mis antepasados marcharon de aquí hace doscientos años.

-          Bueno -convino un teniente miliciano-, conociendo el español, tendrás bastante para moverte por acá.

     Con arreglo a lo previsto, me desplacé hasta la ciudad de Gerona, en donde habría de esperar la supuestamente inmediata llegada de Flynn a la frontera. La cosa, no obstante, se complicó, como me informó L.D. por telegrama, a la semana de estar yo varado a orillas del Oñar:

     Actor en complicaciones por persecución  esposa. Espera en Barcelona, hotel ya sabes.

     Así que obedecí en parte pues, encontrando la capital de Cataluña tan atractiva, como desordenada y peligrosa, me dediqué a hacer turismo durante una semana y, al cabo, me presenté en el Consulado americano y le eché cara al asunto:

-          Verás, Norman -dije al primer funcionario californiano que encontré-, ando tras la pista de Errol Flynn, que se está haciendo de rogar.

     Norman abrió ojos como platos:

-          ¿Qué Errol Flynn va a venir a Barcelona?

-          Seguro, como también que el Cónsul General ya estará al tanto. Si me avisas cuando llegue, te compensaré con cien pavos.

-          Puedes guardártelos. Favor por favor. ¡Pues no se va a poner contenta mi esposa, cuando le consiga una foto dedicada y firmada por su actor favorito!

-          Está bien. Aquí te dejo mi dirección y teléfono. La pensión de Sitges me cuesta tres veces menos que un hotelucho de la Plaza Real. ¡Y con una playa estupenda a la puerta!

     En efecto, todo eran ventajas, siempre que no se enteraran en el Times que me había alejado 25 millas de mi objetivo. No tendría más remedio que viajar a Barcelona una vez por semana, para cobrar mi cheque y, de paso, preguntar a Norman por las novedades. Y así durante tres semanas, pues creo recordar exactamente que Erben y Flynn aparecieron por España el domingo, 29 de marzo de 1937. ¡Adiós a la playa! Nunca había tenido tanta paz como en aquel tiempo de guerra.


***

     Flynn y Erben se hospedaron en el hotel Majestic del Paseo de Gracia. Vestían de modo informal y no llevaban mucho equipaje. Para el fresco reinante, más que para la lluvia, Errol se cubría con una gabardina y tocábase con un airoso sombrero a juego. No parecía que la gente que llenaba el vestíbulo lo identificase. A duras penas, logró ocupar plaza de asiento en uno de los sofás frente al mostrador de recepción. Aprovechando que estaba solo y parecía esperar a alguien, me adelanté atrevido y le dije, de buenas a primeras:

-          Aquí no hay quien pare del barullo, señor Flynn. Venga conmigo al ambigú. Pese a la guerra, tienen un buen güisqui irlandés.

     Aunque mi acento me delatara, como también la máquina de fotos en bandolera, me presenté a continuación:

-          Perdone, estoy perdiendo modales. Soy Alex Ventura, reportero del Times de Los Ángeles. Acabo de llegar a Barcelona para cubrir el tema del batallón Lincoln, que se está batiendo en el frente de Madrid[26].

-          Mucho gusto. Yo soy -sonrió como había admirado tantas veces en la pantalla-…, bueno, ya sabes quien soy. ¿Estás hospedado en el hotel?

-          ¡Qué más quisiera! El Times da prestigio, no dinero. Paro en la Fonda España, no lejos de aquí, que es un verdadero museo del arte modernista.

     Con la ayuda de una propina al camarero, conseguí una mesa discreta, en un rincón bastante oscuro. Errol me advirtió:

-          Estoy esperando a unos sujetos que me dijeron en el Consulado que se mueren por hablar conmigo. Son de no sé qué rayos del General Tat.

-          Ya, de la Generalitat. Son los tipos que mandan en Cataluña. No te preocupes, vamos a advertir en la recepción de que estamos aquí.

     Nos sirvieron lo pedido pero, viendo que la botella de Bushmills[27]estaba menos que mediada, hice seña al camarero de que la dejase sobre nuestra mesa. Bebimos un trago y pregunté con cierta sorna a mi interlocutor:

-          ¿Has venido solo en este viaje?

     Errol, aparentando toda la seriedad del mundo:

-          He venido con un hombre.

     Y se echó a reír, añadiendo luego:

-          No te vayas a creer que estamos liados… Es un amigo que viene becado por la Fundación Rockefeller para hacer un informe sobre los niños de la guerra. Por ahí anda ya, buscando orfelinatos.
-          Santa tarea -bromeé-. La tuya, ¿es tan santa como esa?

-          Está más en tu línea. Vengo como enviado de Photoplay, para contar lo que vea por aquí. Ya sabes que en Hollywood estamos muy concienciados con las cosas que están pasando en España.

-          Sobre todo, en la España republicana.

-          No creas, yo procuro ser imparcial. Si me dan salvoconducto, intentaré pasar a la zona fascista.

-          Lo que es, Errol, si los bautizas así, no te extrañes de que te den con la puerta en las narices.

-          Perdona -rectificó conteniendo la risa-; son los aguerridos militares del Caudillo Franco.

     Apenas acababa de pronunciar el apellido nefando, cuando vimos venir a un botones, acompañado de dos caballeros pulcramente vestidos. Eran los emisarios de la Generalitat, dispuestos a rendir al señor Flynn toda clase de pleitesías.

***

     Los visitantes resultaron ser Jaume Miravitlles[28], Comisario de Propaganda de la Generalitat, y Josep Carner[29], que lo era de Espectáculos en la misma Institución. Ambos hablaban inglés con bastante fluidez, razón adicional para que yo hiciese ademán de retirarme, pero Flynn no lo consintió, empeñándose en hacer de mí una especie de intérprete de confianza; algo que los otros aceptaron de buen grado, en especial, cuando hice ostentación de mi apellido catalán y oriundez mejicana por parte de madre. Por lo demás, la conversación se mantuvo en un contenido insustancial de gratitudes y zalemas, hasta que el actor planteó de sopetón lo que yo ya sabía de antemano:

-          Aparte mi tarea e interés por pulsar la situación en España y visitar el frente, vengo comisionado por los muchos cineastas americanos amigos de su República, para hacer entrega de una importante suma que hemos recaudado para las necesidades que provoca la guerra.

-          Ya estamos al tanto de su generosidad -repuso Miravitlles-. Aún recordamos con emoción su reciente donativo de 60.000 dólares para comprar ambulancias.

-          Donación -apostilló Carner- que no sé si se han enterado en Hollywood de que ha provocado que no se proyecten en la España fascista las películas de algunos de los cineastas más acreditados, entre otros, usted mismo[30].

     La conversación se fue centrando en el tema dinerario. Me di perfecta cuenta de que los dos Comisarios trataban de liar a Flynn para que les entregara a ellos el donativo, y reaccioné con cierta viveza:

-          Si me lo permiten, me siento obligado a recordar a Mister Flynn que la Generalitat de Cataluña y el Gobierno de la República Española son dos cosas totalmente diferentes, así como que dicho Gobierno se está trasladando en estos momentos de Valencia a Barcelona, con lo que le resultará muy fácil entregarles directamente la cantidad aquí mismo. De hecho, tengo entendido que la Embajada de los Estados Unidos va a instalarse en la Carretera del Tibidabo, en el palacete que ahora ocupa nuestro Consulado General.

     Los catalanes se miraron, disgustados por mi intervención. Desdichadamente, Errol parecía un niño en política:

-          Bueno, pero ustedes están con la República, ¿no? Luego carece de importancia a quién se le entregue el dinero: ya lo distribuirán entre unos y otros, como mejor le parezca a Caballero[31].

-          ¡Claro, claro! -se adhirió Carner, con entusiasmo- Nosotros, como honrados hombres del cine, haremos solo de intermediarios. Así, el señor Flynn podrá seguir su camino más pronto y desembarazadamente.

-          ¿Y de qué cantidad estamos hablando, Mister Flynn?, preguntó ávidamente Miravitlles -quien no habría leído el Examiner, que había publicado la cifra-.

     El actor no era tonto del todo. Sonrió y dijo:

-          No tengo el cheque a la mano pero seguro que es por un montante bastante mayor que el de las ambulancias.

     Tras unos minutos más -que los Comisarios emplearon en cantar las excelencias de la política cinematográfica de Cataluña- se disolvió la reunión, quedando citados para el siguiente día, a las cinco de la tarde, en el palacio de la Generalitat. También yo estaba deseando pasear y tomar el fresco, pues el aire en el Majestic estaba muy cargado. Dije a Flynn:

-          Me gustaría esperar a que regresara tu amigo Erben, pero voy a tener que dejarte solo. Aún no he mandado al periódico mi crónica de hoy.

-          Con la diferencia horaria -me contestó- en Los Ángeles será aún media mañana. De todos modos, no te preocupes por mí, que acabo de ver entrar a dos mozas despampanantes.

-          Ten cuidado, Errol, que lo más probable es que sean unas furcias. Este hotel tiene fama de huéspedes adinerados y en gran parte está ocupado por oficinas y dependencias públicas, con funcionarios de alto nivel. Así que ojo con los contagios.

-          Siempre pueden tomarse precauciones… En fin, hasta mañana.

-          ¿Hasta mañana? ¿A dónde quieres que te acompañe y a qué hora?

-          No vengas muy temprano. A mediodía estaría bien. Pasearemos, tomaremos el almuerzo y -ya lo has oído-, a las cinco iremos a llenar los bolsillos a esos amantes del cine. Por cierto, no me has preguntado de cuánta pasta se trata.

     Lo miré de arriba abajo con fingida displicencia, al tiempo que le decía:

-          Un buen periodista del Times tiene sus propias fuentes de información.

***

     Al día siguiente, me presenté en el Majestic con mi cámara Bolex, dispuesto a hacer alarde de operador y, de paso, inmortalizar el paso de Errol Flynn -y del cheque millonario- por Barcelona. Para mi disgusto, allí estaba también el doctor Erben, a quien en seguida noté suspicaz y a la defensiva. Decidí ignorarlo en lo posible, respondiéndole con parquedad y no dirigiéndole la palabra. Menos mal que, siguiendo un horario muy poco español, mis acompañantes decidieron almorzar a las doce y media, lo que les fue consentido por el servicio de restauración del hotel, gracias a la imprevista intervención de un par de individuos corpulentos y bien trajeados, que imaginé policías o guardaespaldas, puestos por la Generalitat para proteger a la gallina de los huevos de oro. Luego, durante un par de horas, recorrimos el Paseo de Gracia, las Ramblas, el inicio de la calle San Pablo -donde tuve ocasión de mostrarles las bellezas de la Fonda España, donde yo paraba- y, por Jaime I arriba, nos plantamos en la Plaza de Sant Jaume a las cinco y unos minutos. Ya nos esperaban en el zaguán de la Generalitat nuestros conocidos, Miravitlles y Carner, junto a otro hombre joven, que nos presentaron como director de cine y ayudante de Jean Renoir[32]. Seguidamente, tras un breve recorrido por los lugares más hermosos del edificio, fuimos conducidos a la segunda planta, al despacho del Consejero de Cultura, señor Sbert[33], no sin antes ponerme ciertas limitaciones en la labor de rodaje. El Consejero, esquemáticamente, habló así:

-          Esta mañana he mantenido una conversación telefónica con el Ministro de Educación y Sanidad de la República, señor Tomás[34], actualmente de visita al frente del Jarama, y me ha autorizado para recibir en su nombre el cheque del que, al parecer, es portador el señor Flynn, y extenderle el recibo correspondiente, si don Errol lo juzga necesario. Así mismo, me ha rogado transmita al ilustre portador la gratitud del Presidente del Consejo de Ministros y la suya propia.

     Flynn, tras la oportuna traducción de las palabras de Sbert y del recibo que, en efecto, solicitó para constancia del Comité que lo enviaba, hizo una seña a Erben, quien sacó de un bolsillo interior de la americana una billetera y, de dentro de esta, el famoso talón bancario, expedido al portador por el Banco de Manhattan. La excitación de los receptores al ver la cantidad fue tan grande, que no pararon mientes en otros extremos. El más importante era el de que la fecha del cheque era el 20 de abril de 1937, hasta cuyo día no podría ser cobrado.

     Seguidamente, Errol me rogó tradujese al pie de la letra sus palabras:

-          En principio, traía el dinero en billetes de cien dólares, pero el maletín era bastante voluminoso y tenía miedo de que me lo pudiesen robar. En consecuencia, opté por llevarlo a la sucursal del Banco en París y pedir que me extendieran un cheque al portador, avalado por la Entidad bancaria. No obstante, dado su alto valor, me pidieron que les diese un tiempo prudencial para conectar con Nueva York y, siendo el objetivo entregarlo a otras personas, hacer las oportunas comprobaciones de identidad. La verdad es que no recordaba que lo hubiesen posdatado en tantos días.

-          No hay problema -contestó Sbert-. Tenemos mucha necesidad de dinero pero las cosas van lo bastante bien en el frente, como para que la urgencia no sea máxima. De hecho, en el Jarama les hemos parado los pies a los fascistas y en Aragón, otro tanto.





     Terminado el gran momento, todos nos relajamos. Recuerdo las últimas palabras del Consejero de Cultura, a la puerta del Palacio:

-          Señor Flynn, usted y sus acompañantes nos tienen a su entera disposición, y lo recalco, para cuanto necesiten. No tienen más que ponerse en contacto con el amigo Miravitlles, lo mismo aquí en Barcelona, que dondequiera que vayan.

     El aludido debió de ver los cielos abiertos de poder librarse por unos días de la rutina burocrática, porque añadió:

-          Mejor aún, con permiso del Consejero, yo mismo los acompañaré. La Generalitat pondrá a su disposición un buen coche y un policía conductor, y yo haré para ustedes de cicerone e intérprete. Claro que el señor Gisbert puede desempeñar esta última función mejor que yo.

-          Lo dudo mucho, señor, pero, de cualquier forma -repliqué-, ha hecho bien en ofrecerse, pues yo he de seguir mi propio plan y camino. Como periodista a sueldo, me debo al editor y a los lectores.

-          Así pues, ¿nos dejas?, inquirió Flynn.

-          No del todo. Valencia ya no tiene para mí interés informativo, pero es probable que coincidamos en Albacete. Puedes telefonearme o mandarme un telegrama al Gran Hotel. Aunque no me hospede allí, me harán llegar el recado.



3.      Atando casi todos los cabos


     Durante el viaje, ni corto ni fácil, de Barcelona a Albacete, vía Valencia, tuve tiempo de sobra para recopilar todos los datos obtenidos acerca del cheque del millón y medio de dólares, así como para ordenar las muchas interrogantes que aún permanecían. Estaba claro que el dinero había salido de los Estados Unidos en billetes de a cien, que habían sido convertidos en cheque bancario en la sucursal parisina del Banco de Manhattan. También resultaba obvio, en mi opinión, que Flynn se había liberado con gusto de dicho título, entregándolo a la Generalitat, que maldita la intención que tenía de hacérselo llegar al Gobierno de la República, su legítimo destinatario. Por lo demás, aún no tenía ninguna prueba de conexión del doctor Erben con el dinero, pero sí de que el austriaco-americano era más falso que un billete de ocho dólares. La tarde de la Generalitat había captado fragmentos de conversación en un aparte entre Miravitlles y él, en que Erben le pedía recomendación para visitar el Castillo de Montjuïc y los cuarteles militares y de milicias. ¡No eran lugares para acoger a los pobrecitos niños abandonados, por los que él decía velar!

     Todo esto, como cosas sabidas. Otras muchas permanecían en el limbo de las dudas. Por ejemplo, ¿quién podría haber animado a Errol para cambiar dólares por un cheque?; ¿con qué objeto?; ¿era real el frágil motivo aducido para posdatarlo tres semanas?; ¿sabía Flynn que Erben era un espía al servicio de nazis y franquistas?; ¿podrían uno y otro entrar en la llamada zona nacional?... Y así, sucesivamente.

     Llegado a Albacete, recorrí con interés los campamentos en que se entrenaban las Brigadas Internacionales, cuya presencia daba mucha vida y ánimos a la población de aquella pequeña capital de provincia. Mi solicitud pronto languideció, al constatar que los brigadistas americanos estaban luchando o guarneciendo las trincheras a unas doscientas millas de distancia. Decidí, pues, disfrutar del delicioso ambiente modernista del Gran Hotel que, por cierto era lugar de reunión de los combatientes extranjeros, de forma que bien podría decirse que, si yo no iba a las Brigadas Internacionales, estas venían a mí. Lo malo es que el alojamiento era muy caro para mi modesta economía, por lo que hube de optar por la pernocta en una pensión que daba a los jardines frente a la Fábrica de Harinas, pasando parte de la mañana y de la tarde en la recepción y la cafetería del Gran Hotel. Y así, una semana, hasta que aparecieron por Albacete Flynn, Erben y Miravitlles, sin previo aviso, en un flamante turismo, con banderín y letrero de la Generalitat.  Eso debió de ser el día 5 de abril, o el 6. ¡Han pasado ya tantos años!

     Como no quería que pensaran que los estaba esperando, escurrí el bulto y me dirigí a la fonda en que paraba, corriendo el albur de que no se acordaran de mí. Afortunadamente, no fue así. Al cabo de un par de horas, me telefonearon de la recepción del Gran Hotel: El señor Flynn ha llegado y solicita su presencia en el hotel, a la mayor brevedad. ¡Qué gran honor!

     Encontré al actor solo en el bar del hotel, francamente preocupado:

-          Alex, mi dijo, quítame de encima a ese Jaume del demonio. No nos deja a sol ni a sombra, ni me permite trabajar. Todo se le vuelve presentarme a gente importante y presumir a mi costa.

-          No sé cómo pueda yo hacer tal cosa. Mándalo tú a hacer puñetas. Seguro que te hace más caso que a mí.

-          ¡Claro!, pero te necesito para desenvolverme con el idioma.

-          ¡Ah, vamos!, el señor precisa de un intérprete de confianza… Eso será si me dejas tiempo para escribir mis crónicas, que para eso he venido a España.

     Errol me dio toda clase de seguridades de que dispondría de tiempo, así como de compartir las facilidades que se le estaban brindando por la Generalitat y el Gobierno.

-          Ya veo que estás muy bien atendido, rodeado de asistentes.

-          Demasiados, suspiró-. ¿Quieres creer que me siguen dos individuos que, según Erben, son del FBI[35]? Claro que tal vez esté paranoico. Dice que el otro día vio a otros dos tipos, coincidentes con la pareja de policías que nos habían puesto en Londres.

-          ¡Toma! -repuse, medio en broma, medio en serio-; esos serán del MI5[36]. Si es que con el doctor Adolf Erben[37] no se puede ir ni a por tabaco a la esquina…

-          Ya me voy dando cuenta, ya. Yo lo tenía por un simple aventurero al que le gustaba correrla, como a mí, pero está resultando un espía en toda regla. ¿No sabes que los orfanatos que visita están resultando…

-          … Instalaciones militares. A ese, amigo Flynn, no lo guía la Fundación Rockefeller, sino el medio fascista de Randolph Hearst.

     Errol se quedó pensativo unos momentos. Luego:

-          ¿Estás seguro? A mí también me facilitó Hearst el viaje, hablando con Jack Warner y la revista Photoplay. Y, por otra parte, si Hermann está a favor de los de Franco, ¿cómo es que…

-          …Te ayuda a traer millón y medio para la República? No es mala pregunta, no, pero yo no le encuentro respuesta. A fin de cuentas, tú has podido entregar la pasta, aunque haya sido a esos aprovechados de la Generalitat.

     Nuevo silencio breve. El actor trataba de atar cabos y recordaba cosas al tuntún:

-          El caso es que Hermann pareció en todo momento muy interesado en que llegara a buen fin la entrega del dinero. Incluso, para mayor seguridad, fue quien me sugirió que lo convirtiera en un cheque y me indicó el Banco más adecuado en París para realizar la operación.

     Se me volvieron los dedos huéspedes:

-          Pues, sea como fuere, ya no hay nada que hacer, pues el cheque se entregó. Lo que te aconsejo, si de verdad de interesan los republicanos, es que te confíes lo menos posible al Doctor y no le des facilidades para que espíe a tu costa. Y, en cuanto a librarte de Miravitlles, déjalo de mi cuenta, pues creo tenerlo cogido por donde los hombres menos esperan.

***

      Esa misma tarde, aunque un poco apretados, viajamos hasta unas diez millas de Albacete, para visitar un campamento de las Brigadas Internacionales, donde, una vez reconocido, Flynn fue objeto de un recibimiento entusiasta. A la vuelta, paramos en el kilómetro 15 y allí saqué al resto un par de fotos, en medio de un ventarrón de cuidado[38].


Errol Flynn, Erben y otros a 15 km. de Albacete


     Reanudada la marcha, ataqué a Miravitlles:

-          Amigo Jaume, ¿ya habéis hecho entrega del cheque al Gobierno nacional?

-          Supongo que sí -contestó- pero, como estoy fuera de Barcelona…

-          ¡Hombre! Según tengo entendido, aún permanecisteis allí varios días. Lo cierto es que yo telefoneé a Negrín[39] este mediodía y me dijo que no tenía ninguna noticia de la espléndida donación de los amigos americanos.

(Por supuesto que no se me había ocurrido llamar al Ministro)

     Miravitlles balbuceó:
-          ¡No vais a dudar de nuestra honradez! Por otra parte, aún no hemos podido cobrar nada, puesto que el efecto lleva fecha del 20 de abril.

-          Por si sí o por si no -insistí-, mejor sería que te desmarcaras ya de esta operación de marketing a costa de nuestra estrella de Hollywood; máxime, teniendo en cuenta que, estando tan lejos de Cataluña, tendremos que dar algunas explicaciones embarazosas del por qué del protagonismo de la Generalitat.

     El Comisario de Propaganda cedió al fin, bien por la fuerza maliciosa de mis palabras, bien porque no le agradara correr los riesgos de un viaje al Madrid sitiado y de la visita al frente de la Ciudad Universitaria. Entonces, Errol, que ya chapurraba algo de español, apostilló:

-          Pero coche y chófer, quedamos nosotros.

-          Por supuesto -me anticipé yo a la aceptación de Miravitlles-. La publicidad para la Generalitat queda asegurada con la bandera y rótulo del vehículo. ¡Y anda que no es llamativa la bandera barrada!

     Quedamos en que, a la mañana siguiente, los catalanes -salvo el chófer- nos abandonarían. Cenamos aquella noche en buena relación. Entre plato y plato, percibí que Erben me miraba fijamente y susurraba unas palabras al oído de Flynn. Este, sin bajar la voz, le replicó adusto:

-          Ha hecho muy bien, sacando el tema del cheque. Por cierto, antes de irnos a acostar, tú y yo tenemos que hablar. Los del FBI no han aparecido aquí por arte de magia.

     Todavía hice algo más en favor de Errol, aunque en esta ocasión sin consultarlo. Poco antes de montar en el coche para viajar hasta Madrid, me pasé por la Comisaría de Policía albacetense y pedí hablar con el inspector jefe de guardia:

-          Inspector, le dije, el señor Flynn se ha percatado de que lo siguen dos individuos extranjeros, que utilizan un Ford azul, matrícula de Barcelona. Si nos los quitan de en medio durante unas horas, le quedará muy agradecido, pues teme por su seguridad.

-          ¿Solo unas horas?

-          Basta con eso, sin otras medidas. Salimos en unos momentos hacia Madrid y, con que nos garantice una delantera importante, no creo que den con nosotros; y si dieren, los milicianos de la Capital ya les dirán cuatro palabritas.

-          Cuente con ello, señor Gisbert.

     Nada, estaba visto que en España me iba a quedar con el Gisbert como identificativo. ¡Con lo bonito que suena Ventura en español!

***

      Durante el viaje, Flynn se empeñó en que leyera las numerosas notas y algunos borradores que tenía preparados para su colaboración en Photoplay. La verdad, me parecieron ingeniosos y bien escritos. Más adelante tuve ocasión de constatar que, detrás de esa máscara de astro de la pantalla, vivía un hombre luchador, inteligente y de un buen humor envidiable. Entonces, aún sin mucho fundamento, lo felicité y animé a seguir por el camino de la prensa, del modo ocasional que su trabajo en el cine le permitiese. Fue entonces cuando me dijo que llevaba muy avanzada una novela[40], que era poco más que una versión imaginativa de sus años aventureros anteriores a Hollywood. Llegó a asegurarme que me citaría en los agradecimientos del libro, a lo que respondí que ni se le ocurriese:

-          Mejor -añadí con mala intención-, acuérdate de Hermann. Él sí que es un modelo de emoción y de riesgo. Figúrate, sin ir más lejos, que en llegando a Madrid, descubrieran los comunistas que es un espía de los nacionales.

-          Eso ha tenido muy poca gracia, gruñó el aludido con cierta desgana, como si comprendiera que ya estábamos al cabo de la calle.

-          Pues compórtate como se espera de un becario Rockefeller e investiga en los asilos, no en las fortificaciones -le reprendí-.

     No sé cómo me aguantaba o, por mejor decir, sí que lo sé: No podía indisponerse con Errol y, tal como estaban las cosas por el momento, yo era intocable por ese lado.



4.      No pasarán y otras emociones


     Este relato no es de aventuras, sino de misterio: versa sobre la niebla y las sombras que han oscurecido -y supongo que lo seguirán haciendo hasta el día del Juicio Final- la realidad y el destino del regalo de millón y medio de dólares a la República Española, en forma de maletín de billetes de cien dólares, primero, y de cheque del Banco de Manhattan, finalmente. Las aventuras, aquellos hermosos días en que fuimos jóvenes y nos jugamos la vida, las dejo para ser contadas por su protagonista, Errol Flynn, quien sin duda acabará haciéndolo, o yo no lo conozco[41]. De todas formas, si en algún punto el relato de Flynn se aparta del mío, no le hagan caso a él: tiende a exagerar -cuando no a fantasear- y hasta es posible que, en estas cuestiones, alguien le haga callar.

     Pero hay otra razón por la que yo abreviaré al máximo esta parte del relato, y su confesión les demostrará que, a diferencia de otros, no me callo lo que pueda menoscabar mi prestigio. Me refiero al hecho de que yo no era un corresponsal de guerra, ni maldito lo que se me daba que venciesen los republicanos o los franquistas. Así pues, me escabullía cada vez que Errol tomaba la vía de los baluartes o de las trincheras para saludar a sus compatriotas del Batallón Británico[42] o a los míos del Lincoln, o bien, aparecía de repente entre los milicianos y los soldados de la República, provocando los más encendidos aplausos y elogios, a los que él respondía con verdadera facundia oratoria y una sincera emoción. De su acercamiento a la línea del frente da pruebas el que, en la zona de la Ciudad Universitaria, le estallase muy cerca un obús, siendo retirado casi sin sentido por la conmoción. A ello parece responder la noticia de agencia que afirmó había sido herido, cosa que difundió sin desmentir, desde Londres, su esposa Lili.

     No quiero decir que no pasáramos apuros en segunda línea, pues los bombardeos aéreos y con cañones de larga distancia eran constantes. Nuestro hotel estaba en la Plaza de Cibeles y, a unas doscientas yardas de allí, empezaba la zona realmente peligrosa, donde la metralla podía alcanzarte en cualquier momento. Así que bien podía mi jefe Chandler opinar que me estaba ganando con creces el sueldo.





     De quien no volvimos a saber en varios días fue del doctor Erben. Poco antes de llegar a Madrid, se separó de nosotros, con la disculpa de que iba a visitar el campo de batalla del Jarama, donde aún permanecían los dos ejércitos frente a frente, con sus trincheras  separadas por muy escasa distancia. No dudo de que tomaría buena nota de las circunstancias militares, para hacerlas llegar en su momento a los fascistas. Más aún, es posible que, aprovechando la proximidad, estableciera contacto ya entonces con militares nacionalistas, a juzgar por lo que en seguida contaré.

     No quiero dejar de recoger aún un par de anécdotas de nuestra estancia en Madrid. De la primera no fui yo testigo, sino que vi llegar muerto de risa a Flynn, acompañado de un par de oficiales de bajo rango, y me costó trabajo entender lo que me decía entre carcajadas. Finalmente, oyendo a unos y otros, me hice la siguiente composición de lugar, que creo correcta. La pondré en boca de Errol:

-          Para festejar mi presencia entre ellos, un grupo de milicianos se lio a tiros de fusil y ametralladora contra las posiciones enemigas fronteras, las cuales replicaron con igual brío. Se contagiaron las unidades próximas de uno y otro bando y empezó una ensalada de disparos, pronto acompañados de morterazos y bombas de mano. Al ser la fiesta en mi honor y tener fama de bravo, no quise guarecerme en demasía y permanecí erguido y en primera fila, hasta que un teniente tiró de mí hacia atrás, con unos gritos, de los que solo entendí cojones y fiambre. Me manché de barro la gabardina y toda la culera del pantalón. Figúrate, como si estuviese cagado de miedo.

     Pregunté a los oficiales que lo acompañaron al hotel:

-          ¿Se portó bien mi amigo? Hay cosas que solo se hacen en las películas.

-          ¡Qué dice! Este tío es justo al revés. Estuvo más impasible que en La carga de la Brigada Ligera[43].

     La segunda anécdota que quiero contar sí que me implicó directamente. Al final de nuestra visita a Madrid, algunos periodistas aparecieron por el hotel para entrevistar a Flynn. Ante la dificultad del idioma, Errol, bastante cansado, me dijo que les contestara de mi cosecha, como si estuviera traduciéndole, para que él quedara en buen lugar y la República y sus soldados también, me pidió literalmente. Así que todo eso que ustedes pueden haber leído de que me trae a España una misión impuesta por mi condición de hombre libre; Hollywood experimenta una gran inquietud por España; somos antifascistas, republicanos, demócratas y amigos de ustedes…; todo eso y más, fue de mi cosecha, independientemente de que Flynn lo sintiera en su corazón. ¡Menos mal que ninguno de los entrevistadores dominaba la lengua de Mark Twain que, si no, habríamos quedado como payasos![44]

***

     La publicidad que los diarios de Madrid habían dado a la visita de Errol Flynn y al hecho de que afirmasen que era portador de un importante donativo para la República, me hizo suponer que, de un modo u otro, Gobierno y Generalitat habrían llegado a un entendimiento sobre la forma de repartirse aquel. Lo cierto es que los catalanes seguían dejando a nuestra disposición su buen -para la España de entonces- Renault Monaquatre de 1935, así como al policía chófer que lo conducía. La única diferencia es que habíamos retirado la ostentosa bandera cuatribarrada, que había portado hasta la entrada en Madrid: Nos parecía una propaganda excesiva de su propietaria.

     Los días iban pasando y se echaba encima el 11 de abril, domingo. Errol parecía fatigado y algo deprimido pero quien suspiraba por marchar de España era Erben. No obstante, había algo más que hacer -o que intentar, al menos-, tanto desde el punto de vista del cineasta como del doctor: echar un vistazo a la otra zona. Lo que yo nunca he tenido claro ha sido si las razones de ambos eran las mismas.

     Desde luego, Flynn quería visitar a los fascistas por cumplir con el prurito de ser imparcial. Por lo demás, se mostraba muy solidario, hasta entusiasta, del pueblo de Madrid y de sus aguerridos defensores. Se había hecho costumbre que, cuando lo reconocían por la calle, levantase el puño y, casi sin acento extranjero, exclamase aquello de No pasarán[45]. Ya se imaginan la vibrante respuesta de los así saludados.

     Errol comprendía lo poco probable de que los franquistas le autorizasen la entrada, siendo él uno de sus más conocidos detractores[46]. Además, los republicanos no verían con buenos ojos esa llamativa muestra de imparcialidad. De modo que nos encargó a Erben y a mí la preparación del conato. Tengo que admitir que el paso de la línea se hizo con la conformidad de ambos bandos, por el punto que se nos indicó como el más adecuado.

     Según eso, al atardecer del 9 de abril, en un camión militar, Erben y yo entrábamos en Talavera. Nos llevaron directamente al Ayuntamiento, a presencia del Alcalde, un señor mayor que, según creo, era general retirado[47]. El hombre parecía equilibrado y culto, pero no se atrevió a conceder la autorización que pedíamos hasta hablar con el Comandante Militar de la plaza, con quien consultó telefónicamente en nuestra presencia. Supusimos la negativa por las voces que salían del auricular.

-          Me dice el coronel -nos transmitió el Alcalde- que el señor Flynn es un destacado enemigo de nuestro Movimiento, un recaudador de fondos para la República y un actor cuyas películas han sido prohibidas por la Delegación de Prensa y Propaganda. Así que no nos será posible darle la autorización que pretende.

-          Es una lástima, contesté. El señor Flynn no viene a España como estrella de la pantalla, sino como periodista, y sería bueno para ustedes que pudiese pulsar también el ambiente de su zona.

-          ¡Qué quiere que le diga! Por ahora, no es posible. Ahora bien, si quiere presentar una petición en regla para nuestro Gobierno, yo me encargaré de hacérsela llegar a Autoridades más altas.

-          No es posible, señor -aclaró Erben-. Volvemos a Francia de manera inmediata. Así que le rogamos nos facilite transporte para regresar en seguida por donde hemos venido.

     Así lo prometió el Alcalde. Pero, mientras esperábamos en el vestíbulo del Consistorio, bajo discreta vigilancia, Erben me hizo una confusa seña y echó escaleras arriba a toda prisa. Cuando volvió, como una media hora después, me explicó sucintamente:

-          He pedido al Alcalde que haga llegar a mi primo Christoff una carta mía y otra de su madre, que vive en New Jersey. Anda con los franquistas, como mecánico en la Legión Cóndor[48].

     Me pareció una explicación tonta, pues no era lógico que se hubiese olvidado de hacer el encargo cuando yo estaba presente. Supuse que aprovechó la oportunidad ulterior, para pasar sin testigos a los fascistas sus notas de espionaje. Si también les entregó algo más, es cosa que procuraré desentrañar más adelante.

     El caso es que, momentos después, teníamos un Fiat Balilla de Falange a nuestra disposición, para devolvernos a la zona republicana. El chófer y su acompañante iban armados y uniformados en azul y negro. Casi todo el viaje me fueron hablando de las películas de Flynn y de cuánto les habría gustado estrechar su mano, aunque después tuviésemos que fusilarlo.

Errol Flynn tomando notas en la Ciudad Universitaria durante el asedio de Madrid

***

     Finalmente, no pudo ser el día 11, sino el 12 muy de mañana, cuando Flynn y Erben abandonaron Madrid, rumbo a Francia. Presencié cómo el chófer catalanista porfiaba para que el retorno se hiciese por Barcelona, pero Erben se puso hecho una furia, defendiendo a capa y espada el paso por Irún. La cosa era lógica, si no se quería alargar innecesariamente el viaje, pero tampoco era como para hacer de ello cuestión de honor, pues era razonable que el conductor quisiera pasar por su casa, en vez de recorrer para ello todo el Pirineo, por el lado español o por el francés. Les dispensaré de la narración de la despedida, pues yo tenía decidido permanecer aún unos días en España. Flynn me hizo toda clase de protestas de amistad y ofrecimientos para seguir cultivando su trato. Bien por timidez, bien por vergüenza de haberlo utilizado como medio para llegar al fondo del misterio del millón y medio de dólares, no hice por volver a verlo. Tampoco él me buscó o llamó al periódico durante los tres años que seguí en el Times. Luego pasé a trabajar en el Denver Post y ya le habría sido más difícil localizarme.



5.      Dos cheques y un tío listo


     Si bien se mira, hasta entonces había tenido una agradable estancia en España, gracias a Flynn. Tal vez podría calificársela de triunfal, en lo referente a ganarme la confianza del divo. Pero, en cuanto a por lo que yo había venido, la cosa estaba tan oscura como la barba de Surat Kan[49]. No tuve más remedio que mandar a Hotchkiss un amplio resumen de mis indagaciones y una solicitud de prórroga por un mes de mi estancia en Europa, aunque no se me pagase una cantidad extra. Me lo autorizó, con una apostilla: Muchacho, nunca ofrezcas a un editor el trabajar gratis.

     Había un dato que me rondaba por la cabeza: la fecha de cobro del cheque, es decir, el 20 de abril. Tenía tiempo sobrado de viajar a Barcelona para esperar y ver. Contaba con la benevolencia y poca discreción de Miravitlles, aunque hubiésemos acabado en una relación algo tirante. El Comisario de Propaganda se extrañó de verme y, más aún, de que me sincerase con él de forma radical:

-          Para ser claro, don Jaume, a estas alturas me importa un bledo quién cobre el cheque. Lo que necesito saber, en interés de mi periódico y de los cineastas que recaudaron el dinero, es si se va a hacer efectivo o no.

-          ¡Hombre!, ¿tienes alguna razón para dudarlo?

-          Mi razón, si tengo alguna, se llama Hermann Erben.

     Y sucintamente le expuse mis sospechas, fundadas en la ideología pro nazi del Doctor y en el hecho de que fuese él quien moviera en París el cambio del dinero contante por un talón bancario. Miravitlles prometió tenerme al corriente, tan pronto se hubiese gestionado el cobro del efecto bancario.

     Las noticias me llegaron el día 22 de abril, a las ocho de la mañana, en forma de una pareja de policías de paisano, que me levantaron de la cama y, a toda prisa, me llevaron al Palacio de la Generalitat. El Consejero Sbert y Miravitlles me estaban esperando, con caras bastante menos amistosas que la primera vez que me vieron. El segundo de ellos me hizo un esquema de lo sucedido:

-          Fuimos a París a cobrar el cheque en el Banco de Manhattan y nos dijeron que ya habían abonado el millón y medio el pasado día 10. Todavía tenían en la sucursal el talón abonado, a punto de enviarlo a Nueva York. El cheque lo había cobrado un apoderado de la Banca March[50]. Como tenían plena confianza en esa Banca, no hicieron indagación alguna sobre la forma o motivo en que tan sustancioso talón había llegado a sus manos, y lo pagaron inmediatamente.

-          Pero, entonces, el fechado anteayer, que les entregó Flynn, ¿cómo se explica?

-          Se explica -respondió Sbert- porque resultó ser una falsificación de mediana calidad. Tanto es así, que ni siquiera el documento se corresponde con el papel oficial del Banco, usado en los talonarios.

-          Lo lamento mucho. Yo no tenía ni idea de lo que me dicen y estoy por asegurar que el señor Flynn tampoco.

-          Según eso, ¿quién cree usted que pueda haber sido el falsario?

     De buena gana habría manifestado total ignorancia, pero me di cuenta de que yo era el único posible sospechoso que permanecía en España, a merced de su Gobierno y de la Generalitat. Tenía que salir adelante como pudiese, aunque eso supusiera poner al señor Erben a los pies de los caballos. Así pues, punto por punto, sin omitir nada que pudiese inculparlo, fui exponiendo a los catalanistas todos los extremos que hacían verosímil, por no decir plausible, la culpabilidad del Doctor. Lo debí de hacer bastante bien, pues los dos burlados fueron aplacándose y mirándome cada vez con más atención. Al concluir mi narración -cuyo contenido ustedes sin duda intuyen-, Sbert mandó llamar al comisario de guardia en el Palacio y dijo:

-          Tome usted una declaración detallada y por duplicado al señor Gisbert. Al concluir, envíe una copia al Ministro de Hacienda y deme la otra a mí. Seguidamente, deje que el declarante se marche, sin vigilancia ni traba de ningún género.

-          ¿Quiere ello decir que podré pasar a Francia cuando quiera?, inquirí. Mis jefes en Nueva York están apremiándome para que regrese.

-          Confío plenamente en su buena fe e inocencia, dijo Sbert. En efecto, puede marcharse cuando quiera y volver luego, si le place.

-          Gracias, Consejero. Permítame, para concluir, una pregunta. ¿Qué van a hacer ustedes y los señores del Gobierno de la República para deshacer este entuerto?

     Sbert y Miravitlles se miraron y sonrieron. Aquel me dijo:

-          Comprendo su curiosidad como periodista, pero aún no hemos tomado ninguna decisión al respecto. Hemos de realizar consultas.

-          Pues yo no me quedo tranquilo así, les confié. Si descubro algo más que resulte interesante, tendré mucho gusto en compartirlo con ustedes, si hacen lo propio conmigo.

-          ¿Sabe una cosa, amigo Gisbert?, preguntó formulariamente Miravitlles. Creo que si le hubiesen dado el dinero a usted, en vez de a Flynn, Erben no habría tenido nada que hacer.

-          Es que yo desciendo de catalanes, don Jaume, contesté jocosamente.

***

     A estas alturas, yo tenía clarísimo que todo había sido una jugada de Erben. La duda podría ser si se había quedado él con el dinero o lo había hecho llegar a los franquistas. La intervención de la Banca March movía a pensar lo segundo, pero la seguridad no la tendría hasta que dichos banqueros me informasen en nombre de quién actuaban. ¿Qué ardid emplearía para que tan encopetados caballeros infringiesen la confidencialidad bancaria?

     Comprendiendo que me las había con gente muy poderosa, expuse mis intenciones a Hotchkiss y le pedí que conferenciase con Chandler. Dos días después, L.D. me telefoneó:

-          Dice el Jefe que no te centres en la Banca esa, puesto que no hay duda de que han cobrado el cheque y, en cuanto a las razones, están bien claras: o se trata de entregar a Franco lo percibido, o bien de reintegrarse parte de lo mucho que March ha adelantado a fondo perdido a los fascistas para comprar toda clase de material bélico. Lo que sí interesa es confirmar la falsedad del doctor Erben para con Flynn y sus compañeros de Hollywood, pues eso constituye un verdadero delito y en él estarían pringados Hearst y la Fundación Rockefeller.

-          Eso podría hacerse mejor desde Estados Unidos: Le contamos a Flynn todo lo sucedido que el ignora y él se encargará de sacarle a su amigo la verdad, aunque sea a bofetadas.

     Hotchkiss me dio varias razones para no actuar de ese modo:

-          En primer lugar, provocaríamos un escándalo que salpicaría al actor, bien por haber sido un necio, bien como amigo oculto de los nazis. En segundo lugar, a Chandler no le interesa una pieza menor, como Erben, sino Hearst, como sabes, su competidor en la prensa de Los Ángeles. Y, en último lugar, pero no el menos importante, porque… porque Erben no ha vuelto todavía de su viaje. Dicen que anda por Alemania[51].

-          ¡No cabe mayor confesión de culpabilidad! -afirmé-. ¿Qué más quiere Chandler para desenmascarar a esa gentuza?

-          Parece mentira que me lo preguntes tú. ¿No fuiste a clase en la Universidad cuando explicaron el libelo y la difamación?

***

     Estuve a punto de dar por cerrada la investigación pero temía la reacción de la dirección del Times. A la desesperada, recordé que alguien me había hablado del hermano de Franco, Nicolás, como uno de los responsables de la prohibición de las películas de Errol Flynn en la zona sublevada[52]. Como amigo de Flynn y periodista americano, podría entrevistarle sobre ese tema y, de paso, aprovechar su influencia y carácter abierto, para preguntarle otras cosas relacionadas. Así pues, logré un salvoconducto para pasar a territorio franquista y, ni corto ni perezoso, me encaminé a Burgos y pedí audiencia a don Nicolás.

     No era fácil conseguirlo, pues mi objetivo era un noctámbulo irreductible, que volvía loco a su entorno con sus horarios de despacho y atención pública. Como ya lo sabía, convertí mi solicitud de entrevista en una invitación a cenar en el mejor restaurante de la ciudad[53].

     La velada -de la que participaron discretamente en otra mesa dos individuos del séquito o de la seguridad del prócer- fue sumamente agradable. Don Nicolás me contó múltiples anécdotas de la censura católico-franquista y yo me explayé con las referentes a Errol y a las estrellas de Hollywood que me eran conocidas. Como nadie discutía los puntos de vista del otro, el diálogo era ligero y divertido. Avanzada la cena y sus libaciones, me atreví al fin a tratar de llevarme al huerto a don Nicolás:

-          Le voy a contar lo más extraño del viaje de Flynn por la España roja. Es muy probable que no esté al tanto de ello.

     Y de pe a pa, le referí cuanto ustedes ya saben del cheque incobrado y de su hermano gemelo, que fue a parar a la caja de la Banca March. El mayor de los Franco siguió con interés mi versión. Al final, con seriedad fingida, me dijo:

-          Todo eso está muy bien, pero hay en ello una gran mentira.

-         

-          Pues que, no solo estoy al tanto de todo, sino que metí a March en el ajo.

     Yo también fingí -estupor, en mi caso-, hasta el punto de hacerle reír. Luego prosiguió:

-          En todo lo demás, Ventura, tienes más razón que un santo. Erben -con quien mantenemos contactos desde hace meses- nos ofreció la operación, que naturalmente aceptamos. A principios de mes, cruzó las líneas y nos hizo llegar el cheque auténtico. Como tenía un valor tan grande, recelamos alguna comprobación enojosa por parte del banco americano y fue a mí, a mí -recalcó- a quien se le ocurrió rodear de respetabilidad el cobro, a través de la banca de Juan March.

-          Pues entonces -bromeé- teníais que estarle agradecidos al burlado Capitán Blood[54] y sacarle de la lista negra.

     Don Nicolás asintió muy risueño. Yo me atreví a preguntarle:

-          ¿Y que vais a hacer con esa cantidad tan importante? Lo mismo os da para un acorazado.

     Mi interlocutor picó el anzuelo, no sé hasta qué punto por inadvertencia:

-          Los hay listos, muy listos -como yo, modestia aparte- y Juan March. Ese pirata ha decidido que se quedará con el millón y medio de dólares para descontar parte de la gran deuda que mantenemos con él desde que empezó la Guerra.

-          ¡No es posible! ¿Cómo puede atreverse un banquero a usar de semejante abuso frente a su Gobierno, por muchas deudas que este tenga con él?

-          Es que no es un banquero cualquiera, amigo mío; es don Juan March.

     Y, por si yo no lo creía, agregó:

-          Si dudas de lo que te digo, te llevo mañana a hablar con Reygondaud[55].

     Yo le dispensé del trámite, entre otras cosas, porque aquel apellido me producía hilaridad, aunque se pronunciase a la francesa.



6.      Epílogo del editor


     Aquí y así terminan las extensas notas que redactó el notable periodista Alexander G. Ventura acerca del viaje de Errol Flynn a España en marzo y abril de 1937, y de sus consecuencias económicas. Desconozco porqué no las publicó en vida -falleció el 23 de septiembre de 1984-, ni el motivo por el que sus herederos se desembarazaron de ellas en forma tan impiadosa, que acabaron en manos de un librero de viejo de la ciudad de Denver, en la que Ventura vivió, con algunas ausencias, desde el año 1972, hasta su muerte.

     Quiso la casualidad que, en el verano de 2007, me invitara la Universidad de Colorado en Denver a dar una ponencia en un curso sobre Influencia de la Guerra de España en la Cultura y la Economía Americanas de la Época. En un descanso, paseando por Park Avenue West, entré en aquella librería de lance y el librero me dio la sorpresa:

-          Señor -me dijo-, hace muchos años que mi padre compró en almoneda los libros y papeles de un conocido periodista de esta ciudad. Al hacer el inventario, encontró un extenso folleto titulado Robin Hood en la Ciudad Universitaria; lo leyó, le interesó y decidió no vendérselo a nadie que no estuviera verdaderamente interesado en el tema. Yo entiendo que este es su caso: español, profesor y tratadista sobre la Guerra Civil española. Si lo quiere, se lo vendo por el precio simbólico de un dólar. Eso sí, ha de prometerme que hará uso de él en sus trabajos y lo publicará.

-          Caramba, muy agradecido. Acepto la compra y las condiciones que me pone. Tendrá noticias mías sobre ello. Por cierto, ¿qué le movería a su señor padre a ser tan respetuoso con este documento?

-          Muy sencillo -respondió-: Su padre -mi abuelo- combatió en la Brigada Lincoln y, como Errol Flynn, estuvo a punto de palmarla en la Ciudad Universitaria.









[1] Los Angeles Examiner, diario de la mañana, fundado en 1903 por William Randolph Hearst. En 1962 se fusionó con el vespertino Los Angeles Herald-Express. Dejó de aparecer en 1987.
[2] Diario de la mañana de Los Ángeles, fundado en 1881 y actualmente (2018) en activo. En las fechas del presente relato (año 1937), el editor jefe del periódico era Harry Chandler.
[3]  El señor Hotchkiss se llamaba Loyal Durand, por lo que no es extraño que todos abreviaran a L.D.
[4]  Celebérrimo actor de cine (1909-1959), quien en 1938 protagonizaría su film más famoso, Las aventuras de Robin Hood (dirigido por Michael Curtiz y William Keighley). A ello alude el título de este cuento.
[5]  Famosa revista norteamericana de cine, publicada entre 1911 y 1980.
[6]  Hermann F. Erben (1897-1985), médico, espía y activista pro nazi, buen amigo de Errol Flynn, lo que ha generado la infundada sospecha de que el actor compartiera sus ideas o actividades políticas. Había nacido en Austria pero estaba nacionalizado estadounidense. Rechazando un supuesto espionaje de Errol Flynn a favor de los franquistas o de los nazis, véase, Doménec Pastor Petit, Hollywood responde a la Guerra Civil (1936-1939), Edic. de la Tempestad, Barcelona, 1998, pp. 107-132 
[7]  Muy importante y rica fundación norteamericana, creada en 1913, de la que se afirma que estuvo influida por William Randolph Hearst en la época a que se contrae la presente narración.
[8] William Randolph Hearst, político, empresario y publicista norteamericano (1863-1951). Entre sus múltiples intereses, figuraban la prensa y el cine.
[9]  Motion Picture Artists Committee, creado en Nueva York en 1936, para ayudar a las Repúblicas de España y China, en su lucha contra los militares rebeldes y los japoneses, respectivamente. Estaba presidido por el novelista y guionista cinematográfico, Dashiell Hammett.
[10]  Puede calcularse que, desde 1937 hasta la fecha, el valor del dólar se ha multiplicado, al menos, por 18. Siendo así, 1,5 millones de dólares de aquel año equivaldrían a 27 millones, a comienzos de 2018.
[11] Hedda Hopper (1890-1966), actriz y periodista (en particular, sobre cotilleos de Hollywood). Se incorporó a la plantilla de Los Angeles Times en 1938, con un éxito popular extraordinario.
[12] Jacob Warner (1892-1978), director de los estudios cinematográficos Warner Brothers.
[13] Pese al receso, Errol Flynn rodó en 1937 un total de cuatro películas, además de concluir y publicar su primera novela, autobiográfica, Beam Ends, título traducido al español como Se acabó el carbón.
[14] Universidad de California en Los Ángeles, fundada en 1919.
[15] Véase nota 2.
[16] Los cuatro primeros propietarios del LA Times fueron familia: A Harrison Gray Otis (1837-1917), le sucedió su yerno, Harry Chandler (1864-1944); a este, su hijo, Norman Chandler (1899-1973), y a este último, su hijo Otis Chandler (1927-2006), que dejó el cargo en 1980.
[17]  Un atentado anarquista con bombas, en respuesta a la postura del LA Times contraria a la sindicación filo anarquista de sus trabajadores, supuso el 1 de octubre de 1910 la destrucción del edificio del periódico y la muerte de 21 empleados, más otros cien heridos. Los considerados principales autores, hermanos John y James McNamara, fueron condenados un año después a cadena perpetua y 15 años de prisión, respectivamente. John murió en el penal de San Quintín en 1941, víctima de cáncer. Su hermano James salió en libertad a los nueve años de condena.
[18] Charles C. Fremont (1813-1890), interesantísimo personaje histórico norteamericano, que jugó un grande y complejo papel en la incorporación de California a los Estados Unidos.
[19]  Ventura, condado costero californiano, al sur del Estado, cuya capital es la Ciudad de San Buenaventura, generalmente conocida también como Ventura.
[20] Parece ser que encabezaron la cuestación, además de Flynn, los actores James Cagney, Fredric March y Donald Woods. Ver diario ABC (edición de Madrid) del 11 de abril de 1937, página 4.
[21] Actriz francesa (1904-1994), que estuvo casada (1935-1942) con Errol Flynn, del que tuvo un hijo, Sean Flynn, nacido en 1941. El matrimonio pasó por diversas crisis y periodos de separación.
[22] Se le atribuye un comportamiento muy dominante con sus actores bajo contrato. En el caso de Errol Flynn, se añadía el enfado del actor por su inicial encasillamiento en papeles de guapo aventurero.
[23] Película de gran éxito, protagonizada por Errol Flynn en 1935 y dirigida por Michael Curtiz.
[24] Nota del editor.- Uno de los más famosos dibujantes norteamericanos para diarios (1903-1963). Empezó a trabajar para LA Times en 1934, obteniendo el premio Pulitzer de su especialidad en 1946. Es probable que colaborase con Alex Ventura, tomando apuntes gráficos en los juicios que este último cubría como cronista.
[25] Brigada -más correctamente batallón- del que formaba parte la mayoría de los voluntarios estadounidenses que lucharon en las Brigadas Internacionales, en pro de la República Española. Se calcula que pasaron por sus filas más de dos mil norteamericanos.
[26] En aquellos momentos, concretamente, en la batalla del Jarama, cuyos combates más violentos habían concluido dos días antes, el 27 de febrero de 1937.
[27] Producto de las destilerías irlandesas del mismo nombre, con licencia concedida en 1608, lo que hace de ellas -según se dice- las más antiguas del mundo.
[28] Jaume Miravitlles i Navarra (1906-1988). En su calidad de Comisario de Propaganda de la Generalitat, intervino en la fundación de los estudios de cine Laya y de la distribuidora de películas Catalonia Films.
[29] Josep Carner i Ribalta (1898-1988), implicado también en los proyectos cinematográficos de la Generalitat durante la II República y la Guerra Civil. Publicó en 1934 su trabajo Cómo se hace un film.
[30]  Este episodio se produjo en febrero de 1937, afectando a las películas de veintidós profesionales norteamericanos del cine, de los que diez eran actores, cinco directores y siete guionistas. Todos los nombres pueden consultarse en la web de Emeterio Díaz, Historia Social del Cine en España. El cine a través de sus documentos, entrada del 25 de septiembre de 2011: Errol Flynn y la Guerra Civil Española.
[31] Francisco Largo Caballero (1869-1946), a la sazón Presidente del Gobierno de la República Española.
[32] Nota del editor.- Los recuerdos escritos de Alexander G. Ventura no recogen el nombre de este cineasta pero, por el dato preciso que proporciona, estoy por asegurar que se trataba de Joan Castanyer (1903-1972), conocido en Francia como Jean Castanier, que fue ayudante de dirección de Jean Renoir en su film, Le crime de Monsieur Lange (1936).
[33] Antonio María Sbert i Massanet (1901-1980).
[34] Jesús Hernández Tomás (1907-1971).
[35]  Oficina Federal de Investigación norteamericana. Se da por seguro dicho seguimiento a Flynn y Erben.
[36] Una de las dos ramas del Servicio Secreto británico. En este caso se escribe sobre tal vigilancia, aunque sin la seguridad que en el de la del FBI.
[37] Recuérdese que Hitler se llamaba Adolf.
[38] Copio las dos instantáneas al pie de este párrafo del relato.
[39] Juan Negrín López (1892-1956), Ministro de Hacienda del Gobierno republicano, a la sazón. En mayo de 1937 llegaría a ser Presidente del Consejo de Ministros, hasta marzo de 1939.
[40] Véase la nota 13.
[41] Nota del editor.- En efecto, en 1959 -coincidiendo con su muerte-, apareció en Nueva York (G. Putnam’s sons) la tercera y más extensa parte de la autobiografía de Flynn (con la colaboración, en plan negro, de Earl Conrad): My wicked, wicked ways, traducida al español bajo el título de Errol Flynn: Aventuras de un vividor. Mucho más interés tiene, para el viaje a España de Flynn, el libro de Lincoln Douglas Hurst, The true adventures of a real-life rogue, Scarecrow Press, Lanham (USA), 2009, desgraciadamente imperfecto por la muerte, en 2008, de su autor -que custodiaba los diarios de Flynn, relativos a esta época-.
[42] Unidad perteneciente a la XV Brigada Internacional, formada por ingleses y otros angloparlantes, constituida por unos 450 efectivos. Muy maltratada en la batalla del Jarama, permaneció sobre el terreno hasta junio de 1937. Es de recordar que Flynn tenía en aquella época la nacionalidad británica (había nacido en la isla de Tasmania, territorio integrado en el Dominio de Australia).
[43] Famosa película ambientada en un episodio de la guerra de Crimea (1854), protagonizada por Errol Flynn y dirigida por Michael Curtiz en 1936.
[44]  Ejemplo de esa referencia periodística, en ABC (edición de Madrid) del día 11 de abril de 1937, páginas 4 y 5. Tiene, además, interesantes ilustraciones.
[45] Inmortal lema, atribuido fundadamente a Dolores Ibárruri Gómez, Pasionaria (1895-1989), que resumió la voluntad de que los sitiadores franquistas no entraran en Madrid. Luego, se ha usado en otros muchos lugares y ocasiones.
[46] Ver nota 30.
[47] Nota del editor.- Las referencias de Alexander G. Ventura coinciden en la persona del General de Brigada, Emilio Borrajo Viñas (1868-1959), quien precisamente cesó en su cargo de Alcalde de Talavera de la Reina en ese mismo mes de abril de 1937.
[48]  Importante unidad aérea alemana, puesta por Hitler a disposición de Franco durante la Guerra Civil. Por supuesto, en alemán sobran los acentos: Legion Condor.
[49]  Personaje que encarna al malo de la citada película La carga de la Brigada Ligera. Fue representado por el actor C. Henry Gordon (1883-1940).
[50] Entidad bancaria fundada en Palma de Mallorca en 1926, por Juan March Ordinas (1880-1962), persona firmemente ligada en la guerra civil española al bando franquista, al que sirvió en numerosas ocasiones de prestamista y gestor.
[51] Erben se afilió al Partido Nazi por esas fechas. Su carnet de miembro del Partido es de 1938.
[52] El hecho sucedió en febrero de 1937, y en su gestación coincidieron los servicios secretos franquistas, la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda de Falange Española y la Junta Técnica del Estado, cuyo Jefe de facto era Nicolás Franco Bahamonde (1891-1977), como Secretario General de la Jefatura del Estado.
[53] Nota del editor.- Probablemente, el señor Ventura alude a Casa Ojeda, fundada en 1912 y todavía hoy (2018) felizmente en activo.
[54] Véase nota 23.
[55] Andrés Amado Reygondaud de Villebardet (1886-1964), español de Alicante, estuvo al frente de la Hacienda franquista y española, entre octubre de 1936 y agosto de 1939.

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