miércoles, 11 de abril de 2018

CAMINOS DE AMOR Y DE MUERTE / MAITASUN ETA HERIOTZAREN BIDEAK



Caminos de amor y de muerte/Maitasun eta heriotzaren bideak

Por Federico Bello Landrove

     En el duro ambiente de un país azotado por el terrorismo, una pareja intenta que su cariño venza al tiempo y de seguir caminos de amor, no de muerte. ¿Podrán conseguirlo? No lo desvelaré por ahora, pero sí aclaro que el ambiente y los escenarios son reales, en tanto los personajes son, por principio, imaginarios.





1.      El guardaespaldas


     Hace unos meses, me comunicaron el fallecimiento de don Fernando de la Nava. Hacía tantos años que no lo veía, que me pareció normal su muerte. Luego, hablando con unos y con otros, me he informado de que acababa de cumplir, solamente, setenta años y de que había pedido continuación profesional por otros dos años más. Un cáncer de páncreas puso rápido fin a sus propósitos.

     Lo conocí en 1990, cuando yo formaba parte de la unidad policial adscrita a la Fiscalía Antidroga nacional, con sede en Madrid. Un par de años antes, en el curso de una operación en un polígono industrial de Móstoles, traficantes colombianos me habían metido dos balas en el cuerpo. Las secuelas -discreta cojera y unas digestiones fastidiadas- me habrían permitido solicitar un puesto de oficina, pero tenía solo treinta años y se me hacía duro convertirme en un burócrata. Solicité, pues, un destino intermedio, no alejado del ambiente en que hasta entonces me había movido. El comisario Vidriales me lo ofreció:

-          ¿Qué tal servir de conductor y escolta a uno de los fiscales antidroga?

-          No está mal. Si Su Señoría no pone inconvenientes a que le proteja un cojo…

     Su Señoría, no solo no protestó, sino que tuvo un rasgo de humor, que el comisario no pudo menos que contarme:

-          Me parece perfecto, dijo. A mis años, bueno será que me vaya haciendo a ir más despacio.

 Fue el primer punto a favor de don Fernando en la libreta de mi consideración; y eso que todavía era para mí un sujeto prácticamente desconocido.

***

     A juzgar por la edad que tenía al morir, mi protegido andaría en aquel entonces por los cuarenta años. No hacía mucho que se había incorporado a la Antidroga de la Audiencia Nacional, procedente de Galicia. Quiere decirse que no me ofrecía muchas dudas lo primero que me contaron de él:

-          Figúrate la experiencia que tiene, con una década de trabajo en Pontevedra.

-          Ya veo. Milagro que ha vuelto a pedir una plaza de la misma naturaleza.

-      Estaba muy amenazado en Galicia. Ha debido de agarrarse a lo primero que le han ofrecido en Madrid.

     Lo siguiente que supe de él me habría puesto sobre aviso, de haber seguido ejerciendo como policía testigo ante los tribunales:

-          Dicen que conoce como nadie los intríngulis legales; hasta tal punto, que lo han dispensado del trabajo de investigación y lo reservan para actuar en los juicios.

-          Eso es bueno, ¿no? ¡Cuánto trabajo se pierde por no atar bien los cabos, con abogados tan preparados y acusados tan escurridizos!

-                 Ya, pero en ocasiones se pasa. No sabes la de veces que nos llama a su despacho para aclarar cosas y apretarnos las clavijas. ¡Es peor que los propios defensores!

      Y la tercera noticia que tuve de él fue cuando, ya designado para servirle de chófer y guardaespaldas, me entrevisté con el compañero que lo había sido antes, para tener una idea previa de en dónde me iba a meter:

-          Lo vas a tener fácil -comentó mi colega-. Tiene una vida muy tranquila y apenas sale, no siendo un sábado al mes para visitar a sus padres en Castellar. Eso sí, vas a llevarte una sorpresa con una de sus escasísimas visitas.

-          ¿De qué se trata? ¿Quién es?

-          Si te lo digo, ya no será una sorpresa. Solo te adelanto, para que no te inquietes, que no supone ningún peligro para él…, aparentemente, al menos.

     La risotada con que acompañó estas últimas palabras me tranquilizó.

***

     En mi memoria, el recuerdo de la visitante sorpresa se mezcla con el comentario que hizo don Fernando en mi presencia, mientras esperaba, tomando un café en la cocina, a que él terminara su fuerte y variado desayuno. Habíamos establecido la rutina de que, como no tenía hora fija para ir al trabajo, yo subiría a su casa todos los días, a eso de las ocho y media, y me tomaría una infusión mientras lo esperaba. A cambio, acostumbraba a llevarle el par de diarios de la mañana que más le gustaban. Yo hojeaba el ABC mientras él hacía lo propio con El País. Luego, dejábamos en casa los dos periódicos hasta que, de regreso a aquella, yo me llevaba el que no había leído y le dejaba el otro para leer durante la tarde. El caso es que un día se le escapó una exclamación, lo que en él no era nada habitual. Me sobresalté y se sintió obligado a explicarse:

-          ¡Este Ministro! Todo lo que tiene de buena persona, lo tiene de bocazas.

     Se trataba de la explicación que el titular de Justicia había dado para la recién estrenada política penitenciaria de dispersión de los terroristas de ETA.

-          ¡Cuidado que podría haber dado razones técnicas para ello, pero no! Tenía que argumentar con el objetivo de presionar sobre los presos para que dejen de seguir las consignas de ETA y se acojan a los beneficios penitenciarios.

-          ¿Y no es lógico que se haga eso?, pregunté extrañado.

-          Lógico, tal vez sí -me contestó-, pero legalmente es muy discutible, tanto con nuestra normativa penitenciaria, como para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

     Por aquel entonces, la cosa quedó así. Si me acuerdo con detalle, quizá sea porque don Fernando me preguntó:

-          ¿Te importa que recorte la noticia y me quede con ella?

     Esa misma mañana, camino de la Audiencia Nacional, mi Fiscal volvió a la carga, como si hablara consigo mismo:

-          Hace falta ser tan lerdos como malos políticos. ¿De cuándo acá hay que explicar las razones de la dispersión de delincuentes organizados? ¡Lo que habría que justificar, y bien clarito, es el motivo por el que hasta ahora se los tenía juntos a cientos, en dos o tres cárceles muy alejadas de sus anteriores domicilios!

     Dicho queda. Y no lo olviden ustedes pues tendrá mucha importancia para lo que vendrá luego.  




2.      Un fiscal sospechoso

          
     Cuando don Fernando tenía la visita, me lo daba a entender de la siguiente forma:

-          Ángel, el día … no subas a casa. Bajaré para ir al trabajo a eso de las …

     Era una cautela que solo observaba en estos casos, pero no cuando recibía a algún familiar, de los pocos que pernoctaban en su domicilio.

     No era muy hablador, pero el roce genera confianza y, a veces, hasta confidencias. El caso es que, tal vez por la cantidad de compañeros míos que caían, se sintió obligado a explicarse brevemente:

-          No vayas a creer que la he conocido hace cuatro días en la Audiencia. Es una amistad de más de veinte años. Figúrate, no había cumplido yo los veinte y ella era una mocita de colegio.

     Yo pensaba que ya era casualidad encontrarse por razones profesionales, tantos años después. También pensaba otras cosas, como qué vería en aquella abogada de colmillo retorcido, menuda, vivaracha y -en mi opinión- algo descuidada de apariencia. Eso, hasta que una tarde, recién partida la letrada para su tierra, acerté a ver una fotografía sobre la mesa baja del salón, en la que una encantadora muchachita, casi niña, en traje de ballet, ensayaba un sencillo arabesco. ¡Cómo cambiamos con el tiempo! Apenas la habría reconocido, a no ser por la leyenda en vasco al pie: Fagoaga Ballet Taldean, 1960ko hamarkada[1]. Bueno, por eso y porque, al día siguiente, don Fernando había guardado ya el retrato.

***

     Pasó aproximadamente un año, sin novedades dignas de mención. No obstante, un día de la primavera de 1991, el comisario Vidriales me convocó en su despacho. Cuando llegué, me presentó a un inspector de la brigada antiterrorista. Por la cara de circunstancias de mi jefe, intuí que me iba a plantear lo que se llama una embajada. En efecto, así fue:

-          Ángel, aquí el inspector Bermúdez me dice que están muy preocupados por la actitud de tu fiscal y ha venido a pedirnos ayuda.

-          Bueno -protesté-, yo creo que con protegerlo de los traficantes y de los cárteles ya tengo suficiente, como para dedicarme además a los etarras.

-          No me has entendido -replicó Vidriales-. No se trata de que nosotros lo protejamos a él, sino de que nosotros nos protejamos de él.

   Me quedé patidifuso. Bermúdez hizo una seña, como pidiendo licencia para intervenir, y me resumió la situación:

-          Verás, compañero, como ya sabes, de la Nava mantiene una relación muy… estrecha con la famosa abogada Esnaola, quien está a partir un piñón con los etarras. Y mucho nos tememos que le ande pasando información sobre nuestras operaciones, que a su vez pueda obtener de sus colegas de la Audiencia Nacional.

     No pude menos de indignarme, tanto por lo improbable de la sospecha, como por basarla en tan leves fundamentos:

-          ¡Eso es una canallada!, exclamé. La abogada y él son amigos desde hace un montón de años y el hecho de que, de vez en cuando, se vayan a la cama, no impide que de la Nava sea un buen fiscal y un hombre decente.

     Bermúdez recogió velas. Era una mera hipótesis, cierto, pero lo suficientemente grave como para tomar precauciones y cerciorarse del tema a fondo:

-          No quiero imaginar -concluyó- que le ande pasando a sabiendas información sensible, como para preparar un atentado, por ejemplo; pero sí que podría sentir simpatía, o lástima, por algunos terroristas y echarles una mano por conducto de su amiguita.

     Vidriales decidió abreviar y cortó la discusión. Despidió ceremoniosamente a Bermúdez, diciéndole que continuaría la conversación solo conmigo y que informaría a su jefe de lo que acordásemos. Al quedarnos solos, se echó a reír y me aclaró el porqué de su hilaridad:

-          ¡Pues anda que si te llega a decir lo que pretendía, le arrancas los ojos!

-          Lo mismo propone mandar a don Fernando de vuelta a Pontevedra.

-          No tanto, hombre: Solamente ponerle unos micrófonos por la casa.

-          ¡La madre que…! Y, claro, yo le abriría la puerta y le ayudaría con los circuitos.

     Vidriales volvió a reír, aunque pasó de golpe a la seriedad:

-          Parece un disparate, pero vamos a tener que ofrecerles una alternativa lo suficientemente buena, como para que se tranquilicen. Y ahí es donde sí que vas a tener que colaborar, te guste o no, salvo que dejes el puesto para un compañero con más tragaderas que tú.

     No me pareció lo mejor, ni para mí, ni tampoco para don Fernando; de modo que decidí escuchar la oferta de mi jefe y regatearle cuanto pudiera. En último extremo, siempre cabría que me sincerase con el Fiscal y le sugiriese una actitud más prudente.

     Vidriales, perspicaz como siempre, volvió atrás en la conversación:

-          ¿Por qué sabes que la Esnaola y tu protegido son amigos de antiguo?

-          Toma, pues porque él me lo ha dicho. Se sintió obligado a justificarse conmigo a raíz del atentado de Getxo del pasado noviembre[2].

-          ¿Y será verdad? Él no ha vivido nunca, que se sepa, en el País Vasco y ella está casada y con hijos.

-          Se conocieron de muy jóvenes y, al parecer, cuando volvieron a encontrarse en la Nacional, reanudaron la amistad y… ya ve.

-          Sí, ya veo -corroboró Vidriales-, pero quiero ver más. Para empezar, partamos de algo seguro, o poco menos, a tenor de lo que me ha contado el inspector Bermúdez y de lo que se rumorea entre togas: Que ese fiscal está ayudando a la Esnaola en algunos de los asuntos de terrorismo en que ella interviene. Te doy quince días para indagar qué hay de cierto en todo eso, con pelos y señales. Y, aunque lo romántico no se me da, ni creo en ello en casos como este, procura rellenar los vacíos entre la mocedad de esos tortolitos y la relación que ahora mismo mantienen. ¿Estamos? En un mes, como máximo, lo quiero todo por escrito, justificado y firmado. ¿De acuerdo?

-          De acuerdo, jefe. Todo, menos hacer el cabrón y poner micrófonos en su casa a un fiscal de prestigio.

-          Déjate de finezas, Ángel. Si él tuviera sospechas de ti, seguro que no se andaba con tantos miramientos. 

***

     A pesar de mis numerosas amistades en la Nacional, poco o nada saqué en limpio de lo que Vidriales me reclamaba y, menos aún, con la precisión y probanza que me exigía. Quien más me ilustró fue un secretario veterano en el tribunal, que me hizo un completo retrato de la abogada Esnaola:

-          Viene de una familia burguesa que le dio una esmerada formación y eso se nota en las buenas formas y la aparente templanza. Claro que todo ello quiere decir muy poco sobre su carácter e ideas políticas, que son las que todos sabemos. Pero por lo menos trata a los funcionarios con respeto y es proverbial su corrección en sala.

-          ¿Y qué tal como profesional?

-          ¡Hombre!, tiene una experiencia y una soltura de la que carecen la mayoría de los defensores de etarras pero, desde luego, no es elocuente ni creo que haya descubierto la pólvora. Cuando quieras escuchar algo original o brillante a esa gente, tendrá que ser de los labios o la pluma de Ander Irunberri. Y eso que últimamente la Esnaola ha tenido algunos éxitos notables en juicio y en los recursos en materia penitenciaria. Se ha comentado entre los magistrados.

     Lo mismo que a ustedes, se me encendió una lucecita. ¿No estaría don Fernando detrás de todo ello? A fin de cuentas, los casos de terrorismo y de narcotráfico tenían bastante en común, empezando por la complejidad de las pruebas y las triquiñuelas procesales; y, en lo tocante a los presos, en uno y otro caso se intentaba evitar que siguiesen haciendo de las suyas, negándoles en lo posible el pan y la sal jurídicos.

     Con la intuición de que los contactos profesionales entre la Abogada y el Fiscal fuesen estrictamente académicos, resolví sincerarme con de la Nava y dejar que fuese él quien confirmara mis sospechas. Para ello, no tuve más remedio que esquematizar a mi modo la entrevista en el despacho de Vidriales. Don Fernando, sonriendo, quitó dramatismo a la situación:

-          No me dices nada que no supusiera ya. Miren -la letrada Esnaola, quiero decir- es objeto de seguimiento, al menos, desde que pone los pies en Madrid. Procuramos no encontrarnos fuera de esta casa pero, claro, vosotros estáis al corriente, algo que ni a ella ni a mí nos ha preocupado hasta ahora.

-          Pues va a ser cosa de que empiece a hacerlo, porque mis colegas de antiterrorismo están pensando que entre ustedes se intercambian algo más que muestras de cariño.

     El Fiscal pareció sorprendido y me pidió explicación:

-          ¿Qué tipo de intercambio? No irán a pensar que…

-          Me temo que eso precisamente: algún tipo de información que les venga bien a los etarras.

     Después de tantos años, no he olvidado su réplica:

-          Hace falta estar muy desesperados para imaginar tamaño desatino.

-          Lo mismo opino yo, repuse. Con tantos muertos, uno ya no trabaja tanto en beneficio de los demás, cuanto en defensa de la propia vida; y, como se consigue tan poco y tan despacio, los dedos se vuelven huéspedes y piensan estas cosas.

     De la Nava hizo un gesto de asentimiento y permaneció en silencio. Ello me dio pie para proseguir, con atrevimiento:

-          Para evitar males mayores, ¿no sería posible que dejaran ustedes de verse, al menos, durante una temporada?

-          No estoy por la labor, replicó tajante. No obstante, tengo que poner al corriente a Miren de lo que me estás contando y, para ello, preciso saber el tipo de problemas a que podemos enfrentarnos.

     Hasta entonces me había guardado la que creía noticia bomba. Decidí soltarla:

-          Para preparar pruebas contra usted, están dispuestos a ponerle micrófonos por el piso.

     Entre la risa y la sonrisa, don Fernando exclamó:

-          ¡Ah, bueno, si es eso todo…! Ya me tienen intervenido el teléfono, pues que pongan lo que quieran en casa. Así se convencerán de que no tengo nada que ocultar… De todas formas, gracias por avisarme: Conviene adoptar algunas precauciones en el dormitorio.

     Creo que me fastidió tan irresponsable actitud, frente a lo que yo consideraba un ultraje y había pugnado por impedirlo. Proseguí:

-          No solo en el dormitorio, don Fernando. De sobra sé que usted no hablaría con la señora sobre ciertas cosas, pero sí sobre otras que también pueden perjudicarle si llegan a saberse de cierto.

-          ¿Por ejemplo?, preguntó, aparentando ignorancia.

-          Pues lo que todo el mundo comenta en la Audiencia -exageré-: lo mucho que ha mejorado la práctica profesional de la abogada Esnaola, desde que ha vuelto a encontrarse con Su Señoría.

-          ¡No me digas!, bromeó. Va a resultar que, cuando nos vemos, me dedico a darle clases particulares de Derecho.

     Dando por cierta la especie, decidí concluir, aún a riesgo de planchazo:

-          Usted verá, don Fernando. Puede parecer una cosa baladí, hasta lógica entre dos juristas que están tan unidos; pero creo que, si la cosa trasciende y se acredita, le puede costar una sanción bastante gorda.



3.      Las relaciones peligrosas


     Ante mi severa advertencia, el Fiscal resolvió explayarse:

-          Voy a tener que explicarte algunas cosas y tú harás de ellas el mejor uso. Después de haberme revelado lo de los micrófonos, sería injusto no depositar en ti toda la confianza.

     Y, de manera precisa y pausada -como en él era costumbre-, me confesó la labor de corrección y asesoramiento que, desde tiempo atrás, venía haciendo con algunos asuntos de la Esnaola. Unas veces, se trataba de casos concretos, en especial, cuando ella venía a defenderlos en Madrid. Otras, de consejos generales para mejor enfocar cierto tipo de temas. No se trataba de nada ilegal; antes al contrario, consistía en descubrir los puntos flacos u oscuros de la acusación, o de aplicar la jurisprudencia más amplia y al día de nuestros tribunales, o de los internacionales. La experiencia y, sobre todo, el profundo saber jurídico de don Fernando se volcaban sobre la mente, mucho menos inteligente y concienzuda, de su amiga hasta ponerla en el camino más certero para imponer su criterio o suavizar al máximo la situación de sus defendidos. El parecido de los temas de traficantes en drogas con los de terroristas -en particular, en el orden procesal- facilitaba mucho el trabajo, sin necesidad de que el Fiscal tuviese que hacer un estudio a fondo de los casos de la Abogada.

     Todo aquello, que a de la Nava daba la impresión de parecerle normal entre amigos del mundo del Derecho -expresión literal suya-, a mí me parecía rebasar claramente la línea de lo decente. No podía menos de considerar quiénes eran, en último término, los beneficiarios de aquel magisterio, que tanto había mejorado -según los expertos- el ejercicio profesional de la Esnaola. Por supuesto, me abstuve de objetarle con severidad, pero le fui pidiendo aclaraciones, en un intento de que él mismo comprendiera el verdadero alcance de sus actos. En mi época se explicaba en las clases que Sócrates solía emplear el mismo método. Así pues, pregunté:

-          ¿Le importaría indicarme de quién partió la idea de una colaboración tan… especial?

-          Sinceramente, no lo recuerdo. Supongo que le haría alguna pregunta sobre los casos que la traían hasta la Nacional. Ella me comentaría superficialmente alguno y yo le indicaría o sugeriría algo. Miren es muy suya y con mucho amor propio, no vayas a pensar. De hecho, no acabo de creer que su presunta mejoría no derive de su propio esfuerzo, o del de sus compañeros de bufete. No sé si sabes que trabaja con otros dos abogados, también bastante conocidos.

     Quedó unos momentos con la mirada perdida. Luego, sonrió y dijo:

-          Solo en dos o tres ocasiones me ha pedido consejo de forma expresa, pero de modo general y para conseguir mojarle la oreja a un colega que la trae a mal traer, por su pose y suficiencia: un tal Irunberri, de quien se dice que está metido en la política independentista hasta las cejas.

-          He oído hablar de él, confesé. En la Nacional se dice que es el mejor y más brillante de los abogados de etarras.

-          ¡Huy, como te oiga Miren!, bromeó de la Nava. Según ella, todo es fachenda. Harroa lo apoda con desprecio[3]. En fin, todos hemos de tener algún aliciente para superarnos, y el de Miren es llegar a ser tanto como su bilioso colega que, para más escarnio de una chica donostiarra, es de Bilbao.

     Aprovechando el tono distendido de sus últimos comentarios, me atreví a ser más directo:

-          Bien, ya veo lo que puede haber movido a la señora Esnaola a aprovechar su ayuda, y es bien lógico. Lo que no tengo yo tan claro es lo que le haya inducido a usted a prestársela.

-          ¡Hombre!, sin necesidad de apelar a romanticismos, creo que el cariño que nos tenemos es suficiente explicación. Con mucha menos intimidad, más de una lección y de un consejo tengo dados, y recibidos, de muchos compañeros y abogados.

-          Pero, en este caso, don Fernando, ya sabe quiénes se van a beneficiar en último extremo y quiénes pueden, podemos, ser víctimas de ello.

-          ¡Alto, alto!, amigo Ángel, que el deber y el sentido común están por encima de cualquier otra consideración.

     Y, sin importarle el reloj ni mi escaso conocimiento previo del tema, de la Nava me fue explicando los límites y las razones de su cooperación, centrada siempre en el respeto de la ley, de la equidad y de la presunción de inocencia. En cualquier otro, lo habría considerado disculpas pomposas de quien estaba rebasando la línea roja de su cometido y de la prudencia, pero aquel hombre parecía sincero a la hora de armonizar su mente y su corazón, cuadratura del círculo que había conseguido, felizmente para él.

-          En resumen -concluyó-, nunca apoyaré una causa al margen de la ley y de la objetividad, pues son las solas bases sólidas de mi profesión; pero tampoco comulgaré con las ruedas de molino de en la guerra, como en la guerra; el fin justifica los medios; o hay crímenes tan horrendos, que sus presuntos autores no tienen derecho a vivir. ¡Qué quieres que te diga! Si yo estuviese en tu posición, tal vez pensase de otra forma. En la mía, perdería el derecho de juzgar a los demás, si no procurase hacerlo desde la estricta legalidad. No estoy seguro de que Miren comparta plenamente mis valores pero, fuera de ellos, te aseguro que nunca ha recibido mi apoyo.

     No había más que hablar…, o sí. Don Fernando recordaría entonces mi relato de la entrevista con Vidriales y Bermúdez, pues añadió:

-          Me decías que tu jefe pone en duda los remotos orígenes de mi conocimiento de Miren. Está bien, creo que tengo por aquí un documento interesante.

     Se levantó del sillón y salió de la sala, rumbo al despacho. Regresó a poco con una carpeta de anillas tamaño folio y una añeja fotografía en blanco y negro. Esta última era la ya citada de una Miren casi niña con traje de ballet. La carpeta, similar a otras muchas que de la Nava amontonaba en su biblioteca, contenía treinta y siete folios numerados, escritos pulcramente a máquina, y llevaba por título, Maitasun bideak[4].

-          Aquí tienes, dijo, la mejor prueba de lo que hablábamos. Esta foto es de Miren, poco antes de que nos conociésemos y puede decirse que se la birlé de su casa, la única vez que estuve en ella. La carpeta contiene el relato detallado de mi estancia en Guipúzcoa en el sesenta y seis. Es verdad que lo redacté bastante después, pero los datos y el ambiente revelan a las claras la época de los hechos.

     Repasé la fotografía, que don Fernando en seguida recuperó. Cuando me disponía a hojear la carpeta, su dueño me dijo:

-          Puedes leerla y tomar notas con tranquilidad, si quieres. La voy a dejar sobre el secreter durante unos días, a tu disposición. Eso sí, no quiero que la saques de casa.

***

     En los capítulos siguientes haré un amplio resumen de lo que leí, en todo aquello que tenga que ver con mi relato. Prosigo ahora con mis gestiones cerca de Vidriales, para tratar de evitar la colocación de los micrófonos. Para no perder el tiempo con escritos -no saben lo que me aburre hacer atestados e informes-, le fui con una exposición oral de cuanto había ido sabiendo de las relaciones entre don Fernando y la Esnaola. Como ya suponía, el comisario fue inflexible:

-          Para empezar, Ángel: mucho o poco, tienes que poner por escrito todo lo que me has dicho pues, de otro modo, mis colegas de antiterrorismo me van a echar la bronca por paralizar sin motivo su operación durante casi un mes. Y, en cuanto al fondo del asunto, te anticipo que van a seguir con su intención inicial. No es muy tranquilizador, que digamos, el hecho de que el Fiscal se muestre crítico con la forma de tratar a los etarras y que le dé lecciones a su abogada, para que tenga mayor éxito.

-          No, si ya me lo figuraba. De hecho, he advertido a don Fernando de que no debe seguir por ese camino, si no quiere tener problemas.

-          ¡¿Qué tú…?! ¡Lo que nos faltaba, poner sobre aviso al sospechoso!

     Ya esperaba yo el sofión, pero sabía de sobra que la mejor forma de entrarle a Vidriales era yendo de sincero y fiel. Así que respondí:

-          ¡Caramba, jefe, que quieres que haga! Ni voy a engañarte a ti, ni voy a dejar a mi protegido con el culo al aire. Hasta ahora ha sido nuestra vez, llevando las cosas con prudencia y respeto. A partir de este momento, que tomen el relevo los anti ETA, que no tienen responsabilidades con de la Nava y son como son. Que pongan micrófonos y hasta se metan debajo de la cama del Fiscal. No seré yo quien me oponga, ni te dé problemas, que bastante tienes con los inevitables.

     El comisario sonrió:

-          ¡Buen zorro estás hecho!, exclamó. No me extrañaría que fueses a tu protegido con el cuento de los micrófonos, ni que le hubieses puesto ya sobre aviso de que se le vigila. ¡Eres muy capaz!

-          Pues no señor -mentí-. Me he limitado a llamarle la atención, como si fuera cosa mía. ¡No sabes la confianza que me tiene! Pero, en todo lo demás, chitón. Así que, si los colegas microfónicos se columpian y no consiguen nada, será problema suyo, no culpa nuestra.

-          Está bien, Angelito, rezongó Vidriales. Redacta el informe y, en su momento, presta a los colegas de antiterrorismo toda la ayuda que te soliciten.

-          De acuerdo, jefe. Les abriré la puerta y pondré la música alta mientras taladran.

     Una semana más tarde, los micrófonos quedaban instalados. Yo avisé de ello al Fiscal y le sugerí algunas triquiñuelas para hacer la escucha menos operativa. Me miró de arriba abajo con fingida displicencia y dijo:

-          Inspector, no olvide que está usted hablando con un fiscal especial antidroga.




4.      La excursión a San Miguel de Excelsis


     En las notas que tomé del texto Maitasun bideak se recogen las siguientes referencias literales a la citada carpeta verde de don Fernando, redactadas por él -según me dijo- unos doce años después de los sucesos que en ellas se narran, correspondientes al verano de 1966. Con lo que acabo de decir, ahorraré la repetición de comillas, o la letra cursiva, a todo lo largo de este capítulo y del siguiente. Y, como es habitual, los puntos suspensivos harán referencia a fragmentos de párrafos que deje incompletos. Vamos con ello.

***

     Puede resultar llamativo que un muchacho de diecinueve años, como yo ahora, con dos cursos de Derecho superados, no haya pasado nunca los montes que separan Castilla de la cornisa cantábrica. Hasta ese punto llega mi indiferencia por conocer nuevas tierras, por el simple hecho de ser diferentes o para mí desconocidas. Ahora, con la mera experiencia de contemplar desde el tren esta tierra verde y quebrada, he cambiado completamente de idea. He tenido que levantarme de mi asiento, salir al pasillo, bajar la ventanilla -pese a la humareda- y clavar los ojos en el espectáculo que se cierra ante ellos. ¡Y los nombres! Alsasua, Olazagutía, Legazpia, Zumárraga… Aquí me esperaba el tío Ignacio: ¡Vaya, Fernando, al fin te decidiste! ¿Qué tal el viaje? Y empiezo a lamentar mi demora en aceptar su invitación de años anteriores. Tuvo que mediar mi ruptura con Mary y la perspectiva ingrata de una mili como voluntario, para decidirme, dejando casa y amigos, a salir de Castellar, rumbo a una familia cariñosa pero casi desconocida, y a un mundo, a la vez, tan próximo y tan diferente…

     Eztordeka es una villa de ocho mil habitantes, industrial y bien comunicada, a unos cuarenta kilómetros de la capital. Mi tío -que lleva viviendo aquí casi treinta años- me dice que es muy vasca, muy nacionalista. Se oye hablar bastante en vascuence, sobre todo a los caseros que bajan al mercado para vender sus productos…

     Aunque ignoro cómo resultará, el caso es que mi tío, para que no me aburra, me ha procurado un enlace con el mundo juvenil de esta localidad. Se trata de un chaval de mi edad, llamado Mikel, al que conoce bastante por haber seguido aprendizaje en la fábrica en que tío Ignacio trabaja. Así -me dice- ocuparás las tardes y conocerás la zona, pues mi mentor es muy montañero. Las mañanas ya las tengo ocupadas: lectura en la terraza y viaje en el tren de cercanías hasta San Sebastián, para bañarnos en su famosa playa de La Concha. Por cierto, aunque no hacemos otro recorrido que el de la estación a la playa, la ciudad me ha parecido muy hermosa, bien cuidada y con mucho ambiente. La playa es perfecta, aunque me han advertido del peligro de sus corrientes. Tendré que tenerlo en cuenta, sobre todo, por lo deficiente de mi capacidad natatoria.

     … He tenido la suerte de congeniar con Mikel o, mejor dicho, de que él haya congeniado conmigo. Supongo que habrá sido una mezcla de atracción por las diferencias y de atención a quien -como yo- muestra todo el interés por conocer su tierra…  Aunque un año más joven, me sobrepasa en estatura, fuerza y prestancia. Creo que es el líder de la pandilla, para la que es Ayesta, apócope de su apellido que, por ahora, yo me abstengo de emplear… En general, chicos y chicas funcionamos separadamente, aunque coincidimos en ciertos lugares. Por ejemplo, ayer acudimos todos juntos a escuchar a una muchacha acordeonista del pueblo de al lado. Por lo que me han dicho, también nos juntaremos en romerías y excursiones… Según lo que veo y aprecio, me parece que tiene razón mi padre cuando dice que los vascos tienen muchas cosas buenas, pero que la joya de esta tierra son sus mujeres. En lo que hace a las chicas, las diferencias con las de Castellar en estilo, trabajo y carácter me parecen notables y casi siempre a favor de las vascas… Por decirlo de una vez y con un tópico, son más europeas.

     Mencionaba antes a mi padre y creo que, a distancia, va a ser clave en el éxito que su hijo pueda tener para ambientarse por acá. No me parece que mi tío sea popular en el pueblo, por lo que he creído notar, tal vez por ser castellano y muy exigente en su trabajo de la fábrica. En cambio, ha sido enterarse de que mi padre fue gudari[5] en la Guerra civil, y la pandilla ha empezado a considerarme uno de los suyos… Y lo soy un poco más porque, como es frecuente, ya me he ganado un apodo en vasco: soy Garoa. Solo a mí se me ocurre, ante una panda tan poco intelectual, sacar a relucir mis recuerdos de Literatura del bachillerato y citar a Aguirre y a Orixe[6]. Me acordaba de la famosa novela del primero de ellos -de la que apenas uno del lagun-talde[7] había oído hablar y ninguno leído- y su título me servirá de alias hasta el fin de mis días en Eztordeka. Me lo tengo merecido… y me gusta, además.

     Ayesta ha tomado vacaciones y, aprovechando las mañanas que no están para playa, cogemos un bocadillo y tomamos por el primer camino que se le ocurra. Cualquiera que sea, me toca echar los bofes, cuestas arriba, entre la neblina y los caseríos, que parecen dormidos. Cuando le parece, entramos a campo traviesa y nos sentamos en unas piedras a tomar el almuerzo y conversar… Él lleva de ordinario el rumbo de la charla, aunque respeta nuestro nivel de confianza y lo que cree son los centros de mi interés… El otro día, un poco más a tumba abierta, me planteó su disgusto, y el de los vascos en general, con la política y la economía de nuestra época. Por supuesto, compartí con él la mala opinión de Franco y sus partidarios, pero le hice ver que, tan privados de libertad como los vascos, lo estábamos los demás españoles. Aún reconociéndolo, me hizo ver que ellos tienen razones adicionales de agravio, como el idioma y la pérdida del régimen foral… Lo que me hizo discrepar totalmente de él fue cuando me dijo, a la letra, que los castellanos estaban viviendo a costa de los vascos, que eran saqueados por otras regiones. Sacando mi vena materialista, intenté hacerle ver el absurdo de juzgar perdedores económicos a quienes tenían más industrias, más bancos y mejores servicios: Eso es tanto como que tú juzgues que los obreros estáis viviendo a costa de los pobrecitos patronos. Pareció encajar la crítica, que yo cerré con una expresión mía favorita: Son cien mil madrileños los que viven a costa de todos los españoles. La discusión, civilizada pero áspera, acabó como empezó, con cada uno en sus trece, pero me disgustó el tono absoluto de sus argumentos: Los vascos representarían la libertad y el progreso, a poco que se les dejase libres. Los castellanos -así, globalmente- parecen los responsables y beneficiarios de un supuesto saqueo de las Vascongadas…

     A consecuencia -supongo- de este contraste de pareceres, no hemos vuelto a quedar para salir los dos solos. Por el contrario, en grupo, todo ha seguido como hasta entonces, con Ayesta como mi apoyo y anfitrión ante el talde. Es más, en señal de respeto o apaciguamiento, no ha vuelto a sacarme la polémica conversación…

     … La doble fiesta del domingo, 17 de julio y la festividad política del siguiente día 18 la ha aprovechado mi tío para darme un paseo por Fuenterrabía y, pasando la frontera, por San Juan de Luz y Bayona, lugares muy hermosos hasta para un individuo, como yo, que mira de soslayo el mar, al modo de mucha gente de tierra adentro, para la que es un mundo desconocido y peligroso… Al regreso, los amigos me dan la noticia de que preparan para el siguiente fin de semana una larga caminata hasta el santuario de San Miguel de Excelsis, en la navarra sierra de Aralar. No soy yo mal andarín y estoy teniendo cierto entrenamiento; de modo que, a pesar de los cuarenta kilómetros del recorrido, me he apuntado sin dudar… y sin contar con el mínimo equipo necesario, dado que no había pasado por mi mente tamaño periplo. (Es muy probable que tal impreparación fuese decisiva para vivir los momentos más hermosos e inolvidables de mi estancia en tierra vasca)

***

     … Nos fue presentada a quienes no la conocíamos como Miren, prima de Arancha, una de las chicas de la pandilla. Había venido desde San Sebastián, donde vivía, a participar en la excursión al Santuario de Aralar. La chiquilla no era precisamente de llamar la atención. Bien proporcionada y agradable de rostro, resultaba entre el elemento femenino de la pandilla menuda, delgada y muy morena. Más adelante, ella misma me dijo que hacía honor a su apellido, Esnaola[8], pues ciertamente parecía extraña a todas, por su tamaño, su porte y el color atezado de ojos, cabello y piel…

     … Pese al esfuerzo, me fui quedando atrás, no tanto por falta de fuelle, como por el ridículo calzado que portaba en aquellos andurriales: unas alpargatas de lona azul, con delgada suela de goma sin apenas resaltes… Por un momento, Miren se detuvo para beber agua, posando en el suelo su grande y bien provista mochila. Al llegar yo a su altura, debió de fijarse en mi escaso equipaje -apenas una bolsa al hombro, con cantimplora y unos bocadillos- y ofreció:

-          ¿Quieres tomar algo? No me vendría mal aligerar un poco el peso.

-          No, gracias, estoy bien, pero podríamos cambiar de carga por un rato.

     Quedó tan atónita del inusitado ofrecimiento, que no dijo palabra mientras yo levantaba penosamente su mochila y me la echaba a la espalda, tras posar en el suelo mi bolsa.

-          Anda, coge la mía, insistí. Y luego añadí: Ya has oído que me llamo Fernando y estoy pasando un mes en el pueblo. Y debo de estar loco, concluí, para haberme atrevido con una excursión tan dura como esta.

     Miren se me definió, a su vez, como una chica de ciudad, pero que estaba acostumbrada al monte y no le parecía el recorrido tan agotador. Lo que pasa -agregó- es que mis abuelos me han cargado la mochila como si fuese a ir al Tíbet.

     Caminamos juntos un buen rato, a cola del grupo, charlando fluidamente, salvo en las cuestas pronunciadas… Al cabo, ella se paró de repente y dijo con inapelable firmeza: Es momento de cambiar. Sin una protesta, cargué sobre sus hombros el fardo y sentí en los míos la ligereza de aquella bolsa, que ahora parecía llena de aire. Miren pronunció entonces las palabras mágicas:

-          Aunque estoy delgada, no te vayas a creer. Tengo las piernas fuertes, como que hago ballet.

     Si algo me entusiasmaba entonces -y lo sigue haciendo- es la música clásica; y, si una cosa me ha resultado siempre imposible, es dar unos pasos de baile sin desconcertar a mi pareja. Ambas cosas se unieron en mi llamativa respuesta, malinterpretada para bien:

-          ¡Cuánto me gustaría bailar contigo el vals de la Bella Durmiente!

-          No está en mi repertorio -me contestó Miren, con ironía-, pero podríamos ensayarlo.

     … Caminamos juntos toda la tarde, sin dejar de hablar de mil cosas, ni de intercambiar nuestro respectivo equipaje cada media hora de reloj. Gracias a ello, superé casi sin sentir las crecientes molestias en las plantas de los pies y conseguí llegar con el resto del grupo hasta el santuario, cuyas excelencias históricas y artísticas me pasaron bastante desapercibidas, al no haber leído previamente nada sobre él, ni contar con ningún guía experto, más allá de lo de que el Arcángel parece que lleva una escafandra, o que los matrimonios vascos subían hasta aquí para implorar del santo descendencia…

***

     … El regreso fue para mí épico. Las ampollas de los pies, crecidas durante la noche, fueron reventando en el camino, obligándome a vendarlos precariamente con mi pañuelo y otro que algún compañero me ofreció… Durante todo el tiempo, Miren fue mi apoyo, moral y a veces físico, haciéndome descansar de tanto en tanto y animándome con su charla y referencias a lo poco que iba quedando… Al reanudar la marcha tras el refrigerio, la niebla cayó, repentina y espesa, sobre el camino insinuado entre las rocas de la montaña. Afortunadamente, ya faltaba en verdad poco. Ayesta y la prima Arancha redujeron la marcha y, así, escudriñando señales y aprovechando el desnivel negativo, fuimos bajando hasta Amézqueta, donde estaba previsto coger el coche de línea hasta Eztordeka…

     A la vista ya de nuestra villa, rompí el silencio y le manifesté a Miren mi vehemente deseo de volver a verla. Ella, tal vez habiendo esperado mi petición, encontró la broma fácil:

-          ¿Podrás ir hasta Donosti [9] con los pies como los tienes?

-          ¡Y con muletas, si es preciso!

     Ella se echó a reír.

-          Tendrá que ser en los próximos días, pues mis padres regresan el miércoles de un viaje a Italia y nos iremos seguidamente a Ezcaray, como todos los años.

-          Cuando me digas.

     Miren rebuscó en los bolsos de su mochila, hasta dar con un bolígrafo y una libreta. Escribió el lugar y la hora de la cita, así como el teléfono para avisarla, caso de no poder acudir. Yo hice lo propio con el teléfono de mis tíos…

     Según me iba acercando a casa, pensaba menos en mis pies tumefactos y mucho más en la disculpa que pondría a mi familia para viajar en solitario a San Sebastián, tres días después…



5.      Una neska de Donostia[10]


     … Habíamos quedado en la Plaza de España, junto al puente de Santa Catalina, a eso de las once y media… La vi venir de casa de sus abuelos, por el Paseo de los Fueros, con atuendo amarillo y un amplio bolso azul colgado del hombro, a paso rápido, casi corriendo, pese a ser su retraso de muy pocos minutos. Al llegar ante mí, pude apreciar que, en realidad, el cuerpo del vestido, sin mangas, era de color beis, detalle que, como los bolsillos pegados y la conspicua botonadura, han quedado grabados en mi memoria, gracias al seno generoso que celaban, mucho más evidente ahora que con la amplia camisa de cuadros que llevaba en la excursión, tres días atrás…




     Aunque mi costumbre era de baño matinal, tenía decidido cambiar el momento para la tarde, no fuera que, encontrándonos casualmente en la playa o en sus alrededores, descubriesen mis tíos que el chico donostiarra con el que les dije que había quedado se había convertido en una jovencita. Así pues, cuando Miren se disponía a cruzar y tomar el camino de La Concha, la sujeté suavemente el brazo y le dije que el baño podía esperar; que, ya que estábamos en su ciudad, le pedía que recorriésemos aquellos lugares que formaban parte de su vida diaria. Aunque extrañada de mi ruego, pareció satisfecha por mi interés hacia ella y comentó risueña:

-          Como me parece que empiezo a conocerte, nos limitaremos a los más respetables. Y estando donde nos encontramos, podemos empezar por el colegio, en que a veces me parece haber nacido, aunque ya pronto habré de abandonarlo.

     Cruzamos el río y, en un santiamén, nos topamos con el Colegio de la Presentación. Llevaban su dirección unas monjas de procedencia francesa que, entre otras cosas, mantenían un excelente nivel de aquel idioma y cierto rango de elitista distinción que, unido al color verde del uniforme, había ganado para las alumnas el remoquete de las lechuguinas. Le pregunté qué tal estudiante era y me confesó que, entre su mediana inteligencia y la cantidad de actividades complementarias que le imponían sus padres, tan solo se iba defendiendo, en cualquier caso, sin suspender. Estaba cursando el bachiller de letras, lo que parecía predestinarla a seguir la carrera de Filosofía. Eso me encantó pues implicaba la razonable probabilidad de trasladarse a Castellar, si quería estudiar como alumna oficial. Ella sonrió y, con su amabilidad habitual para conmigo, replicó:

-          Seguro que serías un anfitrión estupendo, pero se me iba a hacer muy duro salir de Euskal Herría.



... 

-          Esto va a ser un poco más largo, me dijo enigmáticamente, según dejábamos atrás su colegio.

     Dado mi total desconocimiento de aquella zona, tuvo Miren que explicarme que estábamos cruzando en diagonal todo el barrio de Gros, hasta dar con la espectacular iglesia y convento de los Claretianos, junto a la línea de la playa. A ella fue lo primero a que se refirió la muchacha, por si acaso me daba algún repente natatorio:

-          Esta playa es bastante peligrosa, pero la vista desde aquí es espectacular.

     Una vez aclarado aquel se ve, pero no se toca, Miren me aclaró la razón de la visita:

-          Tengo buen oído y regular voz. Yo pienso que no tengo nada que hacer, pero mi madre se ha empeñado en que tengo que acabar en el Orfeón Donostiarra, nada menos, y aquí vengo dos veces por semana a ensayar y cantar en el coro.

-          ¿Por qué aquí, precisamente?, inquirí. ¿Acaso es tu parroquia?

-          ¡Qué va, me queda lejos de casa! Es que tenemos muy buen director y ha logrado que este coro del Corazón de María sea nombrado entidad colaboradora del Donostiarra. De vez en cuando, viene por aquí Ayestarán[11] a probar voces a los mayores de dieciocho años.

-          Entonces todavía tienes años para mejorar. Por cierto, Ayestarán, como mi amigo de Eztordeka.

-          Es un apellido bastante común. Creo que significa algo así como valle de abundantes cuestas.

-          Siendo así, comprendo sin dificultad que sea muy corriente por aquí.

    … Nos sentamos durante un buen rato en los jardines sobre la playa. Miren sacó dos emparedados, que en principio había destinado para después del baño matinal. Nos supieron a gloria, contemplando el mar, que cabrilleaba al sol de mediodía, al cual los restos de la neblina ya no impedían lucir. No sé cómo ni por qué, sacamos el tema de nuestras ciudades respectivas. Ella estaba enamorada de la suya, sentimiento que yo compartía, aunque en mi caso fuese un amor superficial, a primera vista. En cambio, le presenté la mía como el típico ejemplo de la obra de antiguas generaciones, despreciada y casi destruida por las modernas, en aras de un mal entendido progreso. Cómo estaría yo de lanzado a las confidencias, que le hice a Miren la que solía esconder a todo el mundo:

-          Y, para acabar de rematar, asocio Castellar al lamentable y doloroso hecho de que, habiendo echado a perder mi primer amor, me veo obligado a recorrer en soledad los mismos lugares de antaño y hasta a tener que encontrarme con ella por doquier, incluso en la Universidad.

-          Es triste, suspiró. ¿Cómo se llama?

-          Mary.

     Me miró, entre sonriente y sorprendida:

-          ¿Sabes qué significa Miren en vasco?

-          No estoy seguro; tal vez, Carmen.

-          Si tu novia hubiese sido vasca -aclaró-, se habría llamado Miren.

***

     Contorneando toda la Zurriola, llegamos al puente y volvimos a cruzar el Urumea. En esta ocasión, Miren me había puesto al corriente de nuestro siguiente destino: la Escuela de Danza María Teresa Fagoaga, el sancta sanctorum del ballet donostiarra. La jovencita volvió a insistirme en lo importante que era para ella la danza, en la doble modalidad que allí se enseñaba, clásica y vasca. Y, así como de sus habilidades canoras poca loa hacía, de sus dotes para el ballet Miren estaba orgullosa. Por mejor decir, lo estaba de sus cualidades unidas al trabajo, y hasta a la capacidad de sufrimiento, que el baile clásico requiere mucho sacrificio, aunque siempre con la sonrisa en los labios…

     El edificio era una airosa arquitectura de cinco plantas, con profusión de piedra moldurada y onduladas rejas en los balcones. Miren hizo intención de entrar en el portal, pero yo le rogué que siguiéramos adelante, con el pretexto de que se estaba haciendo hora de comer. Ella, muy risueña, me recordó:

-          ¿No dijiste que querías bailar conmigo el vals de la Bella Durmiente?

-          Contigo hago el ridículo sin importarme, pero con espectadores ya es otra cosa.

-          ¡Claro! Don Fernando ya es casi un abogado y hay que cuidar las apariencias.

***

     Dejamos atrás la calle Euskal Herria, donde radicaba la Escuela Fagoaga; bajamos por Aldamar, cruzamos el Bulevar y, empezada la calle Oquendo, mis ojos tropezaron casualmente en un escaparate con un vestido de hechura análoga al que llevaba Miren, aunque en tonos verdes. El precio era imponente, para ser un modelo prêt-à-porter. Le hice una seña indicativa y Miren comprendió:

-          La modista de mi madre hace maravillas de imitación. De todas formas, para salir hoy contigo, no habría sido demasiado un Féraud [12] auténtico.

-          Gracias, princesa -dije con una inclinación de cabeza-. Espero que no lo estropee el galipote.

     … Eran ya las dos y creo que ambos, pese a lo bien que estábamos pasándolo, nos encontrábamos cansados y hambrientos… Como si hubiese llegado allí por casualidad, a la altura de los jardines de la Catedral, Miren se detuvo en los porches de la acera opuesta y preguntó:

-          ¿Dentro o fuera?

     Nos hallábamos ante el Bar Restaurante Iturrioz. Casa fundada en 1935. No tuve ninguna duda:

-          Fuera. Nunca preguntes a un castellarense, en habiendo soportales…

     Comimos a base de raciones, por lo que terminamos relativamente pronto. Imaginé que Miren sugeriría marchar a la playa, para hacer allí la digestión y bañarnos luego. De hecho, progresamos por la calle de San Martín en dirección a La Concha, pero a los pocos metros, la muchacha paró y reclamó mi atención:

-          ¿Qué te parece ese edificio de enfrente?

-          Pues un mastodonte amarillo bastante pretencioso, repliqué.




     Se echó a reír durante bastantes segundos. Luego, explicó su hilaridad:

-          Tienes toda la razón. Si lo sabré yo que llevo sufriendo su vista desde que tengo uso de razón, pues vivimos justo en frente. No obstante, señor abogado, debería ser más moderado en su juicio, ya que es la Audiencia de San Sebastián, nada menos.

-          Pues como llegue a ser juez -que es mi pretensión-, tendré dos razones contrapuestas para elegir un destino donostiarra: la contraria, en el mazacote, y la favorable, en la casa de enfrente.

-          En el segundo piso, exactamente -dijo Miren, siguiendo la corriente-.  Anda, vamos a subir. Así conocerás también mi hogar y, de paso, me cambiaré de vestido, no sea que coja galipote, que luego no hay dios que lo quite.

     Yo me quedé un poco cortado, pues no tenía muy claro si había familiares en la casa. Ella lo percibió y, al tiempo que abría el portal, aclaró:

-          No hay nadie arriba. Mi hermano está con los abuelos y ya te dije que mis padres andan por Italia.

***

     La casa de la familia de Miren era lo esperable, dadas las características del inmueble y el nivel económico y cultural de los padres. Grande, de habitaciones espaciosas, con un mobiliario de empaque, notablemente pasado de moda, como los adornos que colmaban repisas, consolas y aparadores. Si yo tuviera que haberlo definido de manera subjetiva, habría dicho que se parecía a la casa de mis abuelos maternos, antes pasar por el expolio de la Guerra Civil. De todos modos, mi encantadora anfitriona no me hizo los honores de mostrarme todas las dependencias, sino que me pasó directamente al salón y, solo más tarde, tuve ocasión de conocer su habitación y, a modo de reconocimiento de mis presuntos gustos, el espléndido despacho-biblioteca, presidido por el retrato del abuelo Alberdi -materno para Miren-, que parecía mirar con severidad el solemne repostero verde esmeralda de la pared opuesta, con el lauburu[13] bordado en seda carmesí…




     … Se empeñó en que tomásemos café -lo que no habíamos hecho en el restaurante- y pareció incomodarse cuando, conforme a mi natural cooperativo, la seguí a la cocina, presto a ayudarla con el servicio y, en su momento, a recogerlo. Con un genio solo en parte fingido, me conminó a seguir sentado en el sofá. Si quieres hacer algo, pon música: Ahí tienes los discos y el picú[14]. Ni que decir tiene que espigué entre los grandes de música clásica, hasta dar con uno de mi romántico amigo, Carlos María von Weber.

     … La solemnidad de la sala y la grata ligereza de las melodías, nos tuvieron absortos y en silencio. Reanudé la charla de forma poco recomendable:

-          Me dijiste por la mañana que se te hacía muy duro marchar de aquí para estudiar una carrera. ¿No te limitará mucho esta sujeción? ¿O es por no alejarte de tus padres?

-          Por turismo o perfeccionar el francés, llevo viajando desde los diez años, por lo menos. Pero una cosa es estar fuera quince días o un mes, y otra dejar todo lo conocido para pasar cinco años de la vida fuera de mi ambiente y de toda la gente que quiero.

-          ¿Entonces, tus estudios universitarios…?

-          Me figuro que acabaré estudiando Derecho en Deusto, aunque no es precisamente lo que más me gusta.

-          Y, además, te tocaría ir a vivir a Bilbao.

-          Bueno, regresaré todos los fines de semana y, además, aquello es como esto, solo que más grande y más feo.

     Me di perfecta cuenta de lo que quería decir. Tanto, que lo di por supuesto y proseguí:

-          Tendrás un buen conocimiento del idioma vasco.

-          En casa procuramos hablarlo y hay una buena biblioteca en euskara. Luego te la enseño.

-          Ya he visto que tenéis un lauburu muy llamativo en el despacho. En San Juan de Luz he tenido ocasión de que me explicaran su simbolismo. Sois valientes al exhibirlo.

-          Mi familia es nacionalista, pero también prudente. No se nos ocurriría ponerlo de colgadura en el balcón.

-          ¿Y tú, mi Mary vasca, te reservas para algún donostiarra de apellidos polisílabos?

     Miren se echó a reír de la ocurrencia, pero su contestación reconcomió mi ánimo:

-          Alguno me anda rondando, no vayas a creer, pero te diré lo que la madre Bénédicte: el corazón tiene razones que la razón no conoce[15].

-          Eso, suponiendo que sea de razón valorar a un enamorado por su procedencia, repliqué muy serio.

     La cosa se estaba poniendo complicada y la chica optó por lo más sensato, cambiando de tema:

-          Ven, que voy a enseñarte mi habitación y, luego, te quedas aquí muy quietecito, mientras yo voy a cambiarme.

-          No se me ocurriría molestarte, repuse, equivocando el sentido de la advertencia.

-          Me refiero a que no retires el servicio ni se te ocurra fregarlo, que te conozco.

     Justo en aquel momento, la Filarmónica de Londres atacaba la Invitación al vals. Miren y yo nos miramos, entre la emoción y la complicidad. Ella anduvo más rápida:

-          Si alguna vez aprendes a bailarlo a satisfacción tuya, invítame y acudiré.

-          ¿Aunque esté lejos del País Vasco?

-          Los seres queridos nunca están verdaderamente lejos.

     Desde entonces, no he dudado acerca de la romántica inspiración, casi milagrosa, de esa hermosísima composición -por cierto, solo a medias obra de Weber[16]-.

***

     Hasta aquí, mis notas sobre Maitasun bideak. Muchas aclaraciones habría querido pedir a don Fernando, en especial, sobre lo que pasó después de aquellos tres días, que tanto parecían haberle afectado. Lo cierto es que entonces no me atreví. Después de todo, yo era un policía nada romántico, que había tenido acceso al texto con la exclusiva finalidad de constatar cómo y cuándo se habían conocido la abogada Esnaola y el fiscal de la Nava. Eso fue lo que trasladé al comisario Vidriales, en un resumen de treinta y cuatro palabras:

     Según documento incontrovertible, don Fernando de la Nava y doña Miren Esnaola se conocieron casualmente en Guipúzcoa en julio de 1968; no habiendo constancia de que volviesen a verse hasta unos veinte años después.




6.      La encerrona


      Habían pasado seis meses desde que quedaron instalados los micrófonos. Don Fernando, parecería que se hubiese acostumbrado a convivir con ellos, sin alteración de sus costumbres ni de su libertad de expresión. Es más, en algunas ocasiones lanzaba a propósito un exabrupto o una diatriba contra algún fallo de la Policía o alguna decisión inadecuada del Ministro de Justicia. Si yo estaba presente, solía acompañar su exhibición verbal de un guiño de complicidad. Con todo, el Fiscal no era temerario y, cuando tenía que tratar de algo reservado, tomaba sus precauciones.

     Supe indirectamente de ello porque, a raíz de aquella intervención policial, empezó a bajar con Miren, a la caída de la tarde, a una pequeña cafetería próxima a su casa, con el evidente propósito de tratar allí de sus comunes inquietudes jurídicas. Por lo que colegí de algunas palabras que cacé al vuelo, don Fernando no manifestó a su amante el motivo real de aquellas meriendas en público, sino que las disfrazaba de superación del secreto de sus relaciones, dentro de la lógica discreción. A mí, como su guardaespaldas, me llevaban los demonios pues la Abogada no pasaba desapercibida, como corresponde a alguien que sale en la prensa y la televisión con frecuencia. Llegó un momento en que yo ya no sabía si quienes insistentemente fijaban en ellos la mirada eran clientes curiosos, terroristas suspicaces o policías de servicio, que supongo que de todo habría. Menos mal que Miren, también molesta de la expectación que despertaba, acabó por levantarse una tarde de la mesa, con cierta brusquedad y, desde entonces, se acabaron las salidas vespertinas que de la Nava había promovido.

     No sé si recordarán ustedes algunos datos sobre la ETA de entonces, que resultan necesarios para entender plenamente lo que voy a contarles. Desde cinco o seis años atrás, los terroristas tenían una dirección tríplice, conocida como el Colectivo Hirutasuna[17], con un reparto de competencias entre sus jefes que parecía funcionar a plena satisfacción de la banda. En términos de asesinatos, 1991 terminaría con un total de cuarenta y seis -cifra que no se alcanzaba desde 1980-, a los que se añadirían otros diecinueve solo en el primer trimestre del año 1992, año de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. Eran buenas razones para que gobernantes y fuerzas de orden público estuviesen especialmente tensas y no tolerasen tonterías, aunque vinieran de personas de la categoría de don Fernando.

     Fue una mañana de mediados de noviembre. Estábamos, como de costumbre, sentados en la cocina a la hora del desayuno. De la Nava parecía no tener ninguna prisa por ir al trabajo; no hablaba apenas, ni mostraba el menor interés por hojear el periódico; comía pausadamente, contra su costumbre, como si no le entrase el alimento o pretendiera alargar todo lo posible su ingestión. Finalmente, como quien lo ha estado pensando detenidamente y, finalmente, estalla, me comentó:

-          Ayer me echaron una buena bronca, a cuenta de los dichosos micrófonos. Vas a haber tenido tú razón, cuando me advertiste de que me la estaba buscando.

-          ¿Una bronca a usted? Supongo que ningún policía se atrevería a tanto.

-          Por supuesto, aunque estén entre bastidores. La cosa ha venido de más alto.

     Por abreviar, haré un resumen de su narración de los hechos. Parece ser que, últimamente, los consejos de don Fernando a la Esnaola acerca de recurrir judicialmente el alejamiento y la dispersión de los presos etarras, habían tomado forma. En contra de la opinión de su colega Irunberri -que no veía mucho futuro a la idea-, Miren se la había hecho llegar a alguno de los tres jefazos, que la había recibido con muy buena disposición. Figúrense el pitote que podía organizarse si se venía abajo la política penitenciaria del Gobierno, con la ayuda inestimable de un Fiscal. Eso es lo que se había liado el día anterior, cuando el mío fue convocado al despacho de su Jefe, en presencia del Comisario General antiterrorista y del Director General de Justicia. Allí, tras haber reconocido de la Nava la verdad de su apoyo a la Esnaola -malamente podía negarlo, sabiendo que estaba siendo grabado por la Policía-, le echaron en cara la traición a su Carrera y a la Patria, tanto más imperdonable, cuanto que él era castellano y, ya talludo, se había dejado llevar del cariño a una colaboradora etarra, que lo manejaba como a una marioneta.

-          No vayas a creer que me callé -precisó don Fernando-, pero casi fue peor, porque no estaban dispuestos a escucharme y tuvieron que oír de mí cosas muy gordas y no precisamente en voz baja. En fin, para evitar escándalos, han decidido mandarme de vuelta a Pontevedra -supongo que sin protección-. ¡Ah!, y que no se me ocurra volver a ver a Miren ni en fotografía.

-          ¿Cómo van a devolverlo a Galicia, si está usted destinado en Madrid?

-          Fue en comisión de servicio, para evitar que me mataran allá. Ahora, me quitan el beneficio. Están en su derecho.

-          ¿Para cuándo va a ser eso? Se lo pregunto porque yo también tendré que buscar otro acomodo.

-          Por eso te lo he dicho inmediatamente. He tenido la suerte de estar a medias de un juicio muy gordo y a punto de iniciar otro, que me conozco al dedillo. Entre los dos, puedes calcular la demora en un mes o mes y medio.

     Tras pensar en mí y mi futuro, me dio por reparar en el suyo. ¿No cabría que algún policía amigo lo protegiese extraoficialmente? ¿No podía pedir otro destino, una vez se reincorporase a su plaza en Galicia?

-          Es posible todo lo que me preguntas, pero ¿sabes una cosa? Lo que más me duele y preocupa ahora es cómo se lo va a tomar Miren.

-          No le diga nada de los micrófonos, ni de que le van a retirar la vigilancia policial. Fuera de eso, yo pienso que lo primero es su Carrera y su seguridad. Con todo respeto, doña Miren tiene una vida propia, en todos los sentidos, y lo mismo que se pasaron el uno sin la otra veinte años, pueden ahora, por necesidad, pasarse otros tantos.

     Don Fernando se me quedó mirando con tristeza. Bebió ya frío el resto de café con leche de la taza y, mientras se ponía de pie, gruñó:

-          ¿Sabes, Ángel? A veces tienes una forma endiabladamente cruel de decir las verdades.

***

      Aquel margen de mes y pico para acabar de resolver lo más perentorio tuvo, en el devenir de estos acontecimientos, una trascendencia imprevista. En realidad, todo había comenzado años antes cuando un importante colaborador de ETA en Ondárroa empezó a pasar información a la Guardia Civil, indignado por el hecho de que los miembros del comando de la zona se entendieran con su mujer y su hija menor de edad, mientras permanecían escondidos en su domicilio. Los tres miembros de dicho comando fueron detenidos a poco y el delator, entre el despecho, el interés y la presión, ingresó simuladamente en ETA, pasó al sur de Francia y empezó a dar nuevos informes, gracias a los cuales, por la técnica del hilo al ovillo, los guardias acabaron por dar en el País Vasco francés con uno de los tres miembros de Hirutasuna. Con eso y la colaboración que empezaba a prestar el Gobierno francés, era cuestión de tiempo lograr el indeclinable propósito del Ministro Morcuera: cazar a los tres gerifaltes etarras, incluido el jefe militar, que casualmente había nacido en Eztordeka, la villa en que don Fernando había pasado su inolvidable julio del sesenta y seis.

     Pero una cosa era echar el guante a un pez gordo -lo que en el otoño de 1991 ya era factible- y otra que cayera en la red toda la cúpula de la Organización, para lo cual era preciso conocer con cierta antelación el lugar y el momento de una de sus pocas reuniones generales. Morcuera, no obstante, era inflexible:

-          O todos, o ninguno.

-          Pero, Ministro, ¿vamos a dar al traste con una operación de casi tres años porque pueda escurrírsenos alguien?

     Morcuera se mostraba inflexible, al añadir:

-          Vale, siempre que el que se escabulla no sea Patxiki -es decir, el eztordekarra-.

     Ardua tarea, aunque Patxiki no era lo que se dice un fantasma. El inspector Bermúdez me lo comentó, cuando nos hicimos medio amigos a cuenta de la instalación de micrófonos:

-          Fíjate si tiene huevos el tipo, que da personalmente la bienvenida, las primeras consignas y la pistola a todos y cada uno de los etarras, cuando formalmente ingresan en la banda, una vez concluido el periodo de formación.

-          Pues aquello parecerá Lourdes, bromeé.

-          Ya, pero cada vez en un sitio distinto, y los llevan con los ojos vendados todo el trayecto.

-          Justo. Al estar ante San Francisco de Gomadós[18], recobran instantáneamente la vista.

-          Eres imposible, Ángel. Te lo tomas todo a chacota.

-          Mejor nos iría, si mitificásemos menos a esos canallas, le repliqué.

     Valga lo dicho, para valorar en sus justos términos el soplo que, a primeros de diciembre, recibieron en Intxaurrondo[19], de quienes se ocupaban de los abogados de ETA -la verdad es que ignoro muchos detalles-. La cosa era, más o menos, así: Los esfuerzos de Miren Esnaola por interesar a los jefes terroristas en el plan anti dispersión y anti alejamiento, sugerido y fundamentado por su amigo el Fiscal, empezaron a producir su efecto. Según los informadores, el tema había generado bastante discusión, empezando por la conocida, y personalista, entre Esnaola e Irunberri, para seguir por las discrepancias entre el jefe político, Txelete -al que ya estaba siguiendo en Francia la Policía- y otros varios mandos subalternos. ¿El motivo?, preguntó el coronel al mando de la investigación. Esta fue la respuesta que le dieron, la cual explicaría mucho de lo acaecido después con el plan en cuestión[20]:

-          Txelete ve peligroso, para la moral y el control de los presos, que estos se dispersen y se les aleje de sus familiares. En cambio, otros sostienen que, cuanto más duramente se les trate, más se indignará la gente vasca con el Estado. Los presos todavía están muy enteros -dicen-; tiempo habrá de rebajar la tensión y el sufrimiento, dentro de unos años.

     Pues bien, para detener el rifirrafe, Patxiki tenía pensado resolver el dilema en una próxima reunión plenaria de los mandos de la banda, incluidos los tres componentes de Hirutasuna y, para conocer todos los detalles de propia mano,…

-          Ha convocado a la Esnaola y el Irunberri, en lugar secreto de Iparralde[21], en fecha próxima.

-          ¿Qué diablos significa fecha próxima?, tronó el coronel. ¿Cómo de próxima?

-          Yo creo que no más de un mes, mi coronel, pero bien sabe usted que estas reuniones no se fijan con precisión hasta unas horas antes. Tendremos una aproximación, si logramos seguir a los dos abogaditos hasta donde les manden esperar el momento oportuno.

-          Ahí está el problema, rezongó el coronel. Los acabaremos perdiendo, como tantas otras veces.

     Hasta aquí el preámbulo. Veremos ahora como todo este follón acabó salpicando -¡y de qué manera!- a don Fernando de la Nava.

***

     El sábado, 14 de diciembre, con los micrófonos todavía por el piso y libros y adornos ya embalados en cajas de mudanza, el Fiscal me recibió de mañana con una sonrisa enigmática:

-          Hoy no voy a trabajar. Ayer tarde formulamos conclusiones definitivas y el lunes me toca informar, lo que ya tengo suficientemente preparado. ¿Te importaría que pasáramos la mañana volviendo a poner libros, cuadros y figuras en sus sitios de origen? Luego, te invito a comer en Horcher[22].

-          ¿Puedo llevar también a la mujer y los niños? No estaría mal que comiesen allí una vez en la vida.

     Don Fernando se echó a reír con mi ocurrencia. Luego, ya más en serio:

-          No puede ser porque quiero contarte algo, en privado y con toda tranquilidad. Y ahora, a desayunar, que tenemos trabajo.

     Ni que decir tiene que me pasé toda la mañana dando vueltas a la causa de la jovialidad de mi protegido y a los motivos del retorno de libros y cachivaches a su lugar de procedencia. ¡Y cuidado que había libros! A eso de la una y media paramos, con la cintura y las piernas hechas un dolor. Fue la primera vez que me duché en su casa y en que, para completar mi indumentaria, me dio barra libre en su corbatero. Quizá te iría bien una pajarita, bromeó.

     Me van a permitir que, una vez más, recuerde el menú de aquella comida de Las mil y una noches, antes de pasar al tema que nos había llevado hasta Alfonso XII, 6. Es de las pocas ligerezas que voy a emplear en este relato, tan extenso, como verídico.

     Ensalada de bogavante. Stroganoff a la mostaza de Pommery. Baumküchen. Vino tinto, Señorío de Nava, reserva (me permitirás este rasgo de amor hacia mi patria chica, dijo don Fernando). Champán Veuve de Clicquot, brut jaune (de la Viuda, naturalmente, le espetó a un ceremonioso camarero, de rigurosa etiqueta). Café moka. Coñac Château de Fontpinot V.S.O.P. (¡ni idea del significado de tales iniciales![23]).

     Tanto mi invitante como yo, nos abstuvimos de los habanos: él, porque no fumaba y yo, por no hacer más gasto.




***

     Apenas habíamos acabado el brindis de apertura y atacado el bogavante, don Fernando me explicó con detalle el motivo de su alegría y de la invitación consiguiente:

-          Anteayer, cuando terminamos la sesión matinal del juicio, tenía en el escritorio una nota de mi jefe, pidiéndome pasase por su despacho lo antes posible. Así lo hice, contando con que la llamada tendría que ver con mi inmediato cese en la Nacional. Sorprendentemente, nada más verme, telefoneó para que se nos incorporase el Inspector Jefe de la unidad antiterrorista adscrita a la Audiencia. La cosa me olió mal, la verdad.

-          El inspector Cifuentes es un buen tipo y lo sabe todo acerca de ETA, comenté, por decir algo.

-          ¡Y tanto! En cuanto aportó por el despacho, el Fiscal Jefe le cedió el uso de la palabra, para que me pusiera al corriente de algo que iba a interesarme mucho. Figúrate mi sorpresa cuando el tal Cifuentes salió con que estaban a punto de pillar a toda la cúpula de la banda, pero que faltaba algún detalle, para el que podía ser de utilidad mi cooperación.

-           ¡Arrea! A ver si ahora va a tener que cambiar a los clanes de la droga por los terroristas. No sé -añadí-, puede que le fuera mejor.

-          No digas tonterías… Bien, el caso es que lo que me sugerían no era tanto mi cooperación, como la de Miren…, indirectamente, por supuesto.

     Yo no entendía casi nada y lo poco que se insinuaba me parecía muy propio de mis colegas, pero totalmente indigno de don Fernando. No obstante, era a él a quien tenía delante y se explicaba con total tranquilidad, sonriente, incluso.

-          Como supondrás, me faltó poco para mandarlos a la mierda y salir de la habitación, pero ahí es donde el Jefe intervino de forma muy oportuna. Ya nos ha puesto usted al corriente -dijo al policía-. Ahora déjenos a solas. Lo volveré a llamar, si fuese preciso.

-          Y fue entonces cuando, a lo que parece, lo convenció a usted de colaborar.   

-          No lo digas con tanta malicia, que no me dejé llevar al huerto así como así. Para empezar, me aseguró la máxima discreción y completa seguridad para Miren, que ya se sabe cómo las gastan los etarras con los que llaman traidores. En segundo lugar, me prometió la prórroga de mi comisión de servicio en Madrid, reservándome una de las primeras plazas que quedasen libres en la Fiscalía del Tribunal Supremo, para quitarme de encima la espada de Damocles de los cárteles y organizaciones de traficantes. Y, lo mejor de todo, aceptarían que siguiese viéndome con Miren, con mi palabra de honor de no darle información ni asesoramiento, más allá de lo que hasta ahora haya comprometido.

-          Palabra de honor -aventuré con la seguridad de acertar-, apoyada por los micrófonos en el piso, que seguirán allí mientras dure su relación con la señora Esnaola.

-          ¡Qué negativo eres! A estas alturas, ¡anda que no he aprendido trucos para burlar las grabaciones!

-          Bueno, bueno: usted es quien ha de decidir. Así que se dio por conforme y supongo que volvería el Inspector para ultimar los detalles.

-          Espera, hombre, que todavía falta algo para llegar ahí. El Jefe se me puso trascendente y, para acabar de vencer mi reticencia, me recordó la cantidad de sangre y de dolor que Hirutasuna ha causado en los últimos seis años, así como el riesgo de futuras matanzas en los eventos de la Expo y la Olimpiada. Y, a mayor abundamiento, los expertos en la lucha contra ETA ven posibilidades de que los que vengan detrás sean bastante menos brutales y se dejen influir por los movimientos políticos abertzales[24] que están surgiendo en el País Vasco. Como sabe que me gusta la Historia, concluyó: Esto es como si te hubieran dado la oportunidad de acabar con Hitler, solo que sin necesidad de matarlo. ¿Habrías tenido la menor duda, por el hecho de tener que apoyarte en una mujer, sin daño para ella?

-          Ya veo, don Fernando. Una proposición irresistible. Yo tampoco habría dudado.

     El Fiscal se me quedó mirando, como si intentara descifrar la seriedad de mis palabras. La compostura de mi gesto, lo llevó a seguir con los sucesos de aquella mañana:

-          … Y, ahora sí, el Jefe volvió a llamar al tal Cifuentes, para concretar los términos de nuestra intervención en esa operación, que llaman Adarrak[25]; pero tendrás que perdonarme que no te diga más, pues he prometido absoluta reserva al respecto, tanto por el éxito de la misión, como por no poner en riesgo a Miren. Bástete con saber que creo haber acertado plenamente, a la hora de aceptar esta gran oportunidad. A ver si entre todos la llevamos a buen fin y, en años venideros, puedo decir con orgullo y con verdad: yo participé en el descabezamiento de ETA, en 1992.

     El descabezamiento coincidió con la llegada a nuestra mesa del imponente baumküchen del postre. Me era muy difícil seguir hablando con la boca llena; así que opté por no contestar a don Fernando quien, por su parte, entre la exquisitez del dulce y la abundancia de libaciones, tampoco estaba en condiciones de mantener una charla fluida.

***

     Al terminar la comida, no estábamos -yo el primero- en condiciones de coger el coche. Decidimos cruzar la calle y perdernos por el Parque del Retiro, pese a la frialdad del ambiente, buena, por otra parte, para despejarnos. Burla burlando, llegamos hasta la Casita del Pescador, en animada charla. Vi entonces la ocasión que estaba esperando desde mi lectura de la carpeta Maitasun bideak. Fui llevando sutilmente la conversación hasta los momentos finales del relato, con el propósito de averiguar los motivos y la forma de aquella ruptura. En resumen, don Fernando me explicó:

-          Le mandé varias cartas, sin recibir contestación a ninguna. Nervioso y deprimido, tuve la ocurrencia de escribir a Míkel Ayesta, para que preguntase a la prima de Miren que vivía en el pueblo. El muchacho cumplió puntualmente el encargo, y la respuesta se correspondía formalmente con su carácter, espontáneo y directo: Me dice Arantxa que su prima tiene novio desde el año pasado, un harrosko[26] de familia rica, amiga de la de Miren. Seguramente por eso no te haya contestado. Y me dice Arantxa -y lo suscribo yo- que, si quieres salir con alguna chica del pueblo cuando vuelvas, no te va a faltar partido.

-          Pero el caso es que no volvió por allá.

-          En efecto. Entre la mili, el revés sentimental y la violencia que pronto surgió, no regresé al el País Vasco hasta hace cinco años, al funeral de mi tío. Fue un viaje relámpago, pero suficiente para pernoctar en San Sebastián y, a la mañana siguiente, recorrer uno por uno todos los sitios en que había estado con Miren, tantos años antes.

-          ¿No la llamó?

-          ¡A buena parte vas! Por quien sí pregunté en el pueblo fue por Ayesta y lo que me dijeron no te diré que me resultase muy extraño… Pertenece a ETA desde los años setenta y, hasta ahora, ha logrado conservar la vida y la libertad. Lo más probable es que ande por el sur de Francia. ¿Sabes una cosa? Si un día me llamara y me invitase, como antaño, a txistorra[27] y chacolí, acudiría a la cita sin dudar.

-          Pues no cuente con que lo acompañe… ¡Ay, don Fernando!, es usted un sentimental incorregible.




7.      La escapatoria

    
          Me lo contaba el inspector Bermúdez, ya todo un comisario, en la celebración de las bodas de plata de su promoción, a la que yo asistía como amigo de varios de sus componentes:

-          A mí nunca me han hecho tilín los relojes de Cartier, pero aquel habría merecido exponerse en el museo de la Escuela de Policía, tanto por lo valioso del servicio que prestó, como por el trabajo que hizo con él el manitas de Ceferino. Por cierto, ¿has sabido algo reciente del fiscal de la Nava?

-          Desde que se marchó para Canarias, no lo he vuelto a ver. Las primeras Navidades me mandó una felicitación y, luego, si te he visto, no me acuerdo. Como todos.

-          ¿Y qué se le había perdido a él por las Islas? No parecía muy dado al sol ni a las suecas.

-          Yo creo que estaba harto de Madrid. Como sería, que rechazó ir al Supremo y lo cambió por la tenencia[28] de Las Palmas.

-          Así se aseguraba de no volver a ver a la Esnaola -me dijo, con un guiño-. La verdad es que cada día está más gorda y más fea.

-          ¡Qué sé yo! Para ellos parecía que se hubiese detenido el tiempo en 1966.

-          Pues ya estamos en el 2001, colega. ¡Cómo se pasa la vida!

      Tendremos que retroceder hasta los últimos días de 1991, para toparnos con el famoso reloj y situarlo correctamente en el relato. Se trataba de ir preparando la jugada y encontrar algo que llevase habitualmente Miren, para acoplarle un pequeño emisor de alta frecuencia, con un radio de transmisión efectiva de unos tres kilómetros. Solo así podrían estar seguros los policías o guardias que la siguieran hasta Francia, de no perderla en el momento decisivo de encontrarse con Patxiki. Todo habría resultado más fácil, de haberla acompañado en el viaje don Fernando, y a fe que semejante absurdo estuvo a punto de producirse, gracias a las ganas locas de la Esnaola por lograr el éxito en su empeño jurídico, contra Irunberri y su escepticismo en que aquel pudiera prosperar. En las grabaciones consta la conversación clave al respecto:

-          ¡Qué bueno sería que vinieses conmigo a la entrevista con Patxiki!, suspiraba Miren. Tú conoces mucho mejor las normas y tienes una labia maravillosa.   

-          No hablarás en serio -replicaba de la Nava-. Sería el primer fiscal que llamara a las puertas de ETA, para que le pegasen dos tiros.

-          No así, avisando y yendo conmigo y con Irunberri. Esos pistoleros han de aprender que los miembros de la Mesa Nacional de Herri Garailea[29] merecemos respeto y tenemos el derecho de tomar libremente decisiones.

-          Todo se andará, Miren, pero, a día de hoy, eres tú quien tienes que ir a ver a ese sujeto, en el lugar, día y hora que le venga bien; y supongo que tumbada en el suelo de un vehículo y con cara tapada, para que no puedas memorizar el camino.

-          Eso último ya lo veremos. En cuanto a lo primero, no hay más remedio. Los franceses cada vez colaboran más con el Gobierno español.

     Y Miren volvía a la carga:

-          Podríamos encontrarnos en Donostia y dar los últimos toques al argumento. En ningún caso te pido que pases la frontera, para que no te fichen los guardias, al verte conmigo.

-          No te digo que sí ni que no. Cuando sepas la fecha del encuentro con una mínima aproximación, veré cómo tengo la agenda de juicios.

-          Puedes cambiarlos con algún compañero.

-          No es tan fácil. Ya sabes lo complicados que son de preparar nuestros asuntos.

     Tan pronto escucharon esta grabación, los de antiterrorismo se pusieron en contacto con el Fiscal Jefe antidroga, para ofrecer a don Fernando toda clase de facilidades:

-          Nada de cambiar los juicios -resolvió el Jefe-. Cuando tengas que marchar, te pones enfermo y en paz. Yo me encargo de hablar con el Presidente de la Sala.

-          Eso nos facilita mucho las cosas -opinó el inspector Cifuentes-. Estando con ella hasta el último momento, puede saber lo que va a ponerse o a llevar a la entrevista con Patxiki y acoplar el emisor en cualquier parte: el bolso, la suela de un zapato, el portafolios…

-          ¡De ninguna manera! No quiero ser yo quien elija, a riesgo de que luego no lleve lo previsto, ni estoy dispuesto a que me descubra Miren, con lo manazas que soy.

-          Entonces, ¿qué sugiere usted? -preguntó Cifuentes-. Nosotros solo podemos manipular el coche de la abogada, pero no hay duda de que la última parte del trayecto la hará en otro vehículo, preparado y conducido por los esbirros de ETA.

     Los tres interlocutores quedaron en silencio, buscando ansiosamente una solución. Pasaron tres o cuatro minutos de esa guisa. El Fiscal Jefe miró ostensiblemente su reloj de pulsera:

-          Me vais a perdonar -empezó a decir-, pues a las doce y cuarto tengo…

-          Inspector -interrumpió de la Nava-, ¿puede meterse un transmisor de esos en un reloj de pulsera?

-          Supongo que sí, respondió el interpelado, pero tendría que consultarlo con un experto. ¿De qué tamaño estaríamos hablando?

-          Es bastante grande para ser de mujer. Se trata de un Cartier Santos[30], que le regalé a Miren…, a la abogada Esnaola, hace año y medio. Por tanto, conservo factura y les puedo indicar la relojería donde lo compré.

-          Magnífico, concluyó el Jefe. Poneos en contacto con el especialista y tenedme informado.




***

     El manitas de la Policía Científica se tranquilizó, cuando supo que el reloj a trucar tenía no menos de tres centímetros en cuadro. Como era de cuarzo, su mínima maquinaria permitía embutir sin complicaciones el mini transmisor. El mayor problema sería aislarlo, para que el campo magnético no alterase la marcha del reloj, provocando su colapso: Mientras lo llevara Miren en su muñeca, tendría que dar la hora exacta. Luego, allá penas.

Previamente -como es natural-, Bermúdez fue a comprar el carísimo Cartier Santos, de oro y acero, igual al regalado por don Fernando. Después, bajo la supervisión de este, un platero amigo de los policías grabó una inscripción idéntica a la del reloj original:

M & F  26-7- 1966

-          Ha quedado muy bien, dijo don Fernando. No creo que se dé cuenta del cambiazo.

-          Pesa quince gramos más, gruñó el Manitas, pero no puedo hacer otra cosa.

     De lo que pasó después, puedo dar fe en parte, pues acompañé al Fiscal en su viaje a San Sebastián -como es natural-, hospedándonos en el Hotel de Londres y de Inglaterra[31]; todo ello, a raíz de la llamada de Miren a don Fernando, tan pronto supo por intermediarios que Patxiki la recibiría en los próximos días. La estancia resultó un poco extraña pues los contactos diarios de la pareja habían de mantenerse en secreto para ETA y muy reservados para la familia y los conocidos de Miren. Así que de la Nava y yo quedábamos en libertad para hacer turismo discretamente, hasta las cinco de la tarde, hora acordada para regresar al Hotel y esperar la llegada de la Esnaola. Don Fernando aprovechaba para repasar en su habitación la documentación que había traído, en tanto yo me apostaba en algún discreto sillón del vestíbulo, provisto de diarios y revistas, hasta el momento de aparecer la señora, en que avisaba al Fiscal por mi antediluviano teléfono móvil. El primero y el segundo días, Miren se quedó hasta las tantas, supuesto que había que preparar a fondo la presentación del trabajo y no se sabía a ciencia cierta el tiempo con el que se contaba. Que, además de para estudiar, la pareja aprovechase el tiempo para relajarse, es cosa bastante probable, a juzgar por el alivio que sintió don Fernando el segundo día, que me comunicó con estas palabras:

-          ¡Uf! Aprovechando que lo había dejado en la mesilla, he hecho el cambio de relojes y no se ha dado cuenta.

-          ¿No habrá sido demasiado pronto?, pregunté alarmado. Figúrese si el día señalado se pone otro, o se lo roban de aquí a entonces.

-          ¿Y qué querías que hiciese, no sabiendo el día que la van a convocar? Si se cae el cielo, nos pillará a todos.




     Actitud tan fatalista no podía dejar tranquilo a don Fernando por mucho tiempo. Al día siguiente me dijo:

-          He quedado con Miren en que, a cualquier hora que sea, me avise para que la acompañe hasta la frontera. Así, si la veo con otro reloj, siempre puedo pedirle que se ponga el mío, como si yo mismo la acompañase en espíritu.

-          Bien, bien, bromeé. Ahora solo nos falta rezar para que no se lo roben.

-          Yo rezaré y tú la protegerás las veinticuatro horas del día. ¿Qué te parece?

-          Me parece que, con mirar por usted, ya tengo bastante.

     Por fortuna Patxiki no tenía muy cargada la agenda. En la tarde de la quinta jornada de nuestra estancia donostiarra, don Fernando recibió la llamada de Miren, para trasladarse juntos hasta la frontera. Fueron en el coche de ella y yo los seguí en el nuestro. Cuando lo recogí en la barra del restaurante Trinkete de Behobia[32], tenía una sonrisa de oreja a oreja:

-          Lo llevaba, me dijo simplemente.

-          Estupendo, respondí. Paguemos la consumición y salgamos sin mirar hacia el salón. El abogado Irunberri se dispone a cenar, antes de seguir viaje.

-          No creo que me conozca. De hecho, no nos han presentado.

-          En la Audiencia Nacional nos conocemos todos de vista. Vamos, volvamos al hotel.

***

     A la semana siguiente, la última completa de febrero, Miren hizo uno de sus habituales viajes a Madrid, lo que de la Nava aprovechó para deshacer el cambiazo y dejar en poder de su amada el reloj original. Desde la Audiencia, llamó al inspector Cifuentes:

-           Dígale al especialista que se pase una tarde por mi casa, para retirar el transmisor del reloj.

     Cifuentes era un lince:

-          ¿Piensa quedarse usted con la máquina? Creo que ha sido la Policía quien ha pagado el reloj y la inscripción.

     Pero tampoco don Fernando era tonto:

-          ¡Menudo trofeo si, como es de esperar, al final cae en sus manos Hirutasuna! No, no. De ninguna manera quiero que ande por ahí de mano en mano y acabe en un museo. Y no se preocupe por el presupuesto de la Policía: Si me pasa la factura su Director General, no tendré inconveniente en abonarla.

     De todos modos, lo que más importaba a mis colegas eran los detalles sobre la casa en que Patxiki había recibido a Miren y a Irunberri, exactamente localizada, gracias al transmisor que aquella llevó sin saberlo. Era muy frecuente que los etarras cambiaran de casa y realizasen entrevistas en refugios o viviendas de ocasión. De aquí, la importancia que dieron a la grabación de la charla que la Esnaola mantuvo con su amante, en la que esta afirmaba:

-          Era una especie de villa, con terreno alrededor, pero no aislada, sino en una pequeña urbanización… Por la forma de estar amueblada y dispuesta, yo diría que Patxiki nos convocó en su residencia habitual… Olía a guiso y me pareció escuchar voces de mujer… Debía de estar bastante aislada, a juzgar por la de tumbos que dimos por los caminos, antes de llegar.

     Cifuentes y los demás jefes se frotaban las manos, me confesó Bermúdez, y añadía:

-          Si todo va bien, tenemos totalmente controlado a Txelete y conocemos la casa donde para Patxiki. Así que basta con cruzar los datos sobre uno y otra, para que caigan los dos. Pero el Ministro se empeña en pillar a todos, en una especie de reunión plenaria de las que organizan de vez en cuando. A ver si no se nos tuerce la cosa, por ser tan ambiciosos. Por falta de gente no será: policías, guardias civiles, gendarmería gala. Eso sí, todo discreto y bien dirigido.

     Como nos cuenta la Historia, la operación fue un éxito. Tras un primer intento fallido, a finales de marzo fue detenida Hirutasuna en pleno, más otro jefe destacado de ETA, el chófer-guardaespaldas de Patxiki, la amante de Txelete y algunos colaboradores o apoyos logísticos. Al percatarse del cerco e inminente detención, los terroristas se encerraron a destruir y quemar documentos comprometedores de la banda. Solo uno de ellos hizo algo más gallardo y peligroso: enfrentarse a tiros con las fuerzas asaltantes. Murió en el empeño: se llamaba Mikel Ayestarán Unanue y había nacido en Eztordeka.

***

     A finales de abril, Miren reapareció por Madrid. Parecía haberle sentado muy bien lo que el Ministro Morcuera llamaba, con su imperdible acento vasco, La descabezamiento de ETA en Bidegurutza. Para empezar, la prisión de Hirutasuna abría la puerta a una actuación terrorista menos masiva e indiscriminada. De otra, Herri Garailea daba sus primeros pasos de manera firme y esperanzadora, para los abertzales que creían en algo más que en la fuerza de las bombas y las pistolas. En la Mesa Nacional de los garaileak tomó por fin asiento Miren Esnaola -aunque fuese al lado de su enemigo cordial, su colega, Ander Irunberri-. ¡Por fin empezaban a reconocerse los méritos de la famosa abogada, los cuales, al menos en parte, eran de su querido Fernando! Así lo admitía ella sin empacho, por más que él lo pusiera en duda, a juzgar por el escaso éxito que estaba teniendo la campaña en pro de solicitar apoyo judicial para los derechos, presuntamente conculcados, de los presos etarras. Don Fernando preguntaba:

-          Vamos a ver, Miren, ¿por qué os limitáis a comunicados y manifestaciones? Una sola sentencia a vuestro favor valdría más que todo un año de protestas, por masivas que fueran.

-          Yo creo que Irunberri se está llevando el gato al agua, con la cantinela de que los tribunales españoles nunca nos darían la razón.

-          Ese tipo es un farsante -se excitaba de la Nava-. ¡Cuántas veces le han dado la razón la Audiencia Nacional y el Constitucional! Y, donde no, puede acudirse a Estrasburgo, o a la misma ONU.

     Miren callaba. El Fiscal volvió a la carga:

-          ¿Quedasteis en algo con Patxiki, antes de que lo detuviesen? ¿Qué opina ahora Herri Garailea?

-          Sinceramente, Fernando, la gran mayoría de la Mesa y de ETA no quieren reconocer competencia a los Tribunales españoles, ni deberles nada, en el caso de que declarasen ilegal la dispersión o el alejamiento. Bastantes piensan…

-          … Que les sirven de más los presos convertidos por la propaganda en víctimas, que no siendo sujetos de derechos garantizados por los jueces. Y, para amplificar el escándalo y el sufrimiento voluntario, auto aislamiento y huelgas de hambre.

     Miren seguía callada. De la Nava, mordaz, inquirió retóricamente:

-          Me pregunto, y te pregunto, para qué ha servido lo que hemos trabajado tú y yo durante todo este tiempo. Y, al fin y al cabo, para mí ha sido algo secundario, que no precisa de otra recompensa que la de ayudarte. Pero, ¿y tú?; ¿qué forma de defender es esa, que rechaza acudir a los medios más eficaces y técnicos, por pura táctica política?

-          Hablas como un Fiscal que apenas conoce la realidad vasca -replicó, al fin, la Esnaola-. Como abogada, no puedo usar en favor de mis defendidos aquellos métodos que no me autoricen a emplear. Y, como buena conocedora de aquella tierra, te digo que todos cuantos han escogido el camino de las armas son soldados de una idea, estén en libertad o en prisión, y acatarán las consignas de sus jefes con disciplina y espíritu de sacrificio.

-          Me vienes a reconocer -repuso don Fernando- que ellos son, presos o no, los responsables de su situación y de no atenuar sus sufrimientos y los de sus familias. Si es así, ¿qué es lo que achacáis al Estado?

-          Que no reconozca nuestra identidad y no nos conceda la independencia. Ese es el fondo de la cuestión.

     Es posible que de la Nava estuviera actuando de aquella manera, por saber que la conversación estaba siendo grabada. De otra forma, me extrañan la extensión y el rigor de aquel verdadero interrogatorio. También es verdad que, una vez que se apasionaba por un tema, solía desarrollarlo hasta el final. A eso lo llamaba tirarse a la yugular. Solo que en este caso no era la de un traficante de la ría de Arosa, ni de un esbirro del cártel de Cali, sino la de su amada Miren, para la que siempre había preservado en aquel hogar, violado por las grabadoras, los recuerdos más entrañables y el afecto menos contaminado. ¿Era consciente de que, obrando de esa forma, la alejaba de sí de modo irremediable? ¿Había llegado, por fin, al convencimiento de en aquella mujer, endurecida y fondona, apenas quedaba nada de la neska donostiarra que, como un recuerdo congelado de la mente, pobló sus sueños? ¿O, tal vez, estaba siendo consecuente, rechazando la continuación de una farsa hecha de micrófonos, relojes trucados y caricias compradas a precio de deslealtad a su pueblo y a su conciencia? ¡Quién sabe! Yo solo recojo palabras reproducidas por una máquina.

     Es probable que Miren sacase el tema para suavizar la aspereza, o para contentar a Fernando. El caso es que dijo:

-          No creas que no entiendo tu repugnancia, que es en buena parte también mía. El fin no siempre puede justificar los medios, ni calificar de gudariak a quienes atormentan a la población civil y juegan con las limitaciones impuestas a sus antagonistas, aunque estos frecuentemente se las salten.

-          ¿A dónde quieres llegar?, preguntó el Fiscal. De sobra conozco las enormes diferencias entre un soldado de ayer y un terrorista de hoy en día.

-          Voy al hecho de que las cosas están cambiando. Hace pocos días, el veinte por ciento de los militantes de Herri Garailea votaron por limitar el poder y la violencia de ETA, considerándolos exagerados y negativos para la causa vasca.

-          Excelente, respondió don Fernando, con sarcasmo-. Ya tenemos a un abertzale de cada cinco con un nivel de conciencia aceptable. Pero ahora, Miren, dime: ¿Cuántos, de ese veinte por ciento, han pasado a sentarse en la Mesa de los cincuenta, de la que tú ya formas parte? ¿Qué propuesta o qué exigencia habéis hecho a ETA para que piense, en vez de disparar?

     Nuevo silencio de Miren. Golpe final de don Fernando:

-          Te ruego que quedemos en San Sebastián el próximo fin de semana. Pondremos un digno colofón a este silencio, a este silencio que mata.

***

     Para el siguiente septiembre, don Fernando pasó -según ya he dicho- a trabajar en Canarias. Esta vez, la comida de despedida fue en Lhardy[33], tan suculenta como la de Horcher, pero mucho menos alegre. Don Fernando y yo nos prodigamos bastante menos con las bebidas alcohólicas que en la ocasión anterior. No obstante, como última confidencia, me atreví a preguntarle por Miren y aquella cita anunciada. Tras prometerle guardar el secreto mientras él viviera, me contó:

-          El truco del reloj me quemaba en la conciencia y, por otra parte, su revelación podía ser una buena forma de que ella me despreciara por la infidelidad y así le fuera menos gravosa nuestra ruptura…

-          Perdone don Fernando -le interrumpí-, pero debe de estar loco. ¿Comprende lo que puede pasarle a usted, e incluso a ella, si trasciende que en el famoso descabezamiento tuvieron ambos bastante que ver?

     De la Nava sonrió, con cierta amargura:

-          No hay peligro por ese lado, dijo. Miren es muy cauta y no tiene mal corazón… Bien, volviendo a la historia, obrara alocadamente o con cordura, lo cierto es que la cité en el Peine del Viento[34]. Una vez allí, para su estupor, saqué del bolsillo el segundo Cartier y se lo puse en la mano. Ella miró instintivamente hacia su muñeca, para comprobar que, efectivamente, el primer reloj seguía allí. Nos sentamos y le conté en detalle todo lo sucedido, incluso mi reconcomio, al haber sido incapaz de anteponer su amor a mi deber y conveniencia. Como yo esperaba, se entristeció profundamente, pero comprendió los motivos y aceptó la inevitable consecuencia: Ni ella ni yo éramos capaces de anteponer el cariño a la conciencia de cada uno, siendo así que estas resultaban insuperablemente diversas.

-          Bueno; bien está lo que bien acaba.

-          Digamos, más bien, que casi todos los amores tienen su fin y que más vale que sea lo menos malo posible.

     Quedamos callados por unos momentos. Don Fernando rompió el silencio:

-          ¿No quieres saber qué fue de los dos relojes?

-          Supongo que los habrán guardado de recuerdo.

-          Te equivocas. De mutuo acuerdo los arrojamos al mar, como viene haciéndose con las cenizas de muchos enamorados en aquel lugar mágico.

-          De usted podía esperarlo, rezongué, porque es todo un romántico, pero de la señora Esnaola… En fin, uno nunca sabe.

***

     Aquella fue la última vez que vi a don Fernando en esta vida. Pero no me extrañaría que, si alguna vez me paso por el Peine del Viento, imagine su rostro entre las olas, con aquella sonrisa irónica que se gastaba, diciéndome:

-          Ya sabía yo que, al igual que Miren, acabarías por venir a visitarme.





    


    

      



[1] Traducción aproximada: En el grupo del Ballet Fagoaga, década de 1960.
[2] Probable alusión al atentado con bomba-lapa en la localidad vizcaína de Guecho, el 6 de noviembre de 1989, que mató al usuario del vehículo, policía nacional Eladio Rodríguez García.
[3]  Epíteto traducible por presuntuoso, pedante u orgulloso.
[4] En español, caminos de amor.
[5] Soldado al servicio de la causa vasca.
[6] Alusión a los literatos en lengua vasca, Domingo Aguirre Badiola (1864-1920), cuya novela más famosa es Garoa (El helecho), aparecida en 1912, y Nicolás Ormaechea Pellejero (1888-1961), apodado Orixe, cuya obra magna es el poema épico Euskaldunak (Los Vascos), publicado en 1950, aunque concluido hacia 1934.
[7] Equivalente, aquí, a pandilla.
[8] Esnaola significa, a la letra, forastero, quien no es de aquí.
[9] Donosti es una forma coloquial por Donostia, denominación vasca de la ciudad de San Sebastián.
[10] Neska equivale a chica, muchacha.
[11]  Antxón Ayestarán era en 1966 subdirector del Orfeón Donostiarra. En 1968 sería nombrado Director, cargo en que cesó por fallecimiento, en 1987.
[12] Louis Féraud (1921-1999), famoso modisto francés de alta costura, pionero del prêt-à-porter.
[13] Literalmente, cuatro puntas o extremos, especie de cruz gamada de formas redondeadas, considerado emblema representativo, entre otros, del pueblo vasco. Véase ilustración en el texto.
[14] Fonética a la española de la palabra inglesa pick-up, equivalente a tocadiscos.
[15] Frase muy conocida del filósofo y científico francés Blaise Pascal (1623-1662).
[16] La melodía es de C.M. von Weber (1786-1826), pero la orquestación corresponde a Hector Berlioz (1803-1869).
[17] Equivalente a La Trinidad.
[18] Patxi es diminutivo familiar de Francisco. Goma-dos fue el explosivo más usado por ETA.
[19] Barrio de San Sebastián en que radicaba el cuartel de la Guardia Civil, desde el que se dirigía el dispositivo antiterrorista en la provincia de Guipúzcoa.
[20] De hecho, hasta marzo de 2017 no se ha dispuesto de una jurisprudencia clara del Tribunal Constitucional español y del Tribunal Europeo de Derecho Humanos en la materia, lo que indica el enorme retraso del planteamiento judicial de la cuestión por los presos etarras y sus abogados. Por cierto, los dos Tribunales citados no anularon la política de dispersión y alejamiento, dando finalmente la razón al abogado imaginario Ander Irunberri.
[21]   País Vasco del Norte, o País Vasco-francés.
[22]  Famoso restaurante fundado en Berlín en 1904, del que es continuador el homónimo de Madrid, abierto en 1943. Su dirección en la capital de España es la más abajo citada (Alfonso XII, número 6).
[23] En realidad, el acróstico V.S.O.P. corresponde a las palabras inglesas Very Superior Old Pale, con que se distingue a los coñacs de reserva, cuyo aguardiente ha sido envejecido entre cuatro y seis y medio años.
[24] Literalmente, patriota pero, más usualmente, vasco de tendencia independentista.
[25] Adarrak significa, literalmente, cuernos.
[26] Otra forma del epíteto harro (véase la nota 3).
[27] Especie de embutido vasco, navarro y aragonés, de contenido y apariencia similar al chorizo.
[28] El Teniente Fiscal es el segundo jefe de cualquier Fiscalía española.
[29] Equivalente a Pueblo Vencedor.
[30] Extensa colección de relojes de la marca Cartier, que llevan el apellido del pionero en su uso, el aviador brasileño Alberto Santos Dumont (1873-1932). Véase imagen en el texto.
[31] Histórico hotel donostiarra, con origen en 1866, que continúa activo a día de hoy (2018).
[32] Behobia es un barrio de Irún, contiguo a la frontera francesa. El restaurante aludido es uno de sus establecimientos más tradicionales y simbólicos.
[33] Emblemático restaurante de Madrid, situado en la Carrera de San Jerónimo, fundado en 1839.
[34] Conjunto de tres esculturas (1976) situadas junto al Mar Cantábrico, entre la playa de Ondarreta y el Monte Igueldo de San Sebastián, obra de Eduardo Chillida Juantegui (1924-2002).

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